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Pura Vida

Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 08 julio, 2009



Hablando Claro
Pura Vida

Hará cosa de un año las prestigiosas universidades estadounidenses de Yale y Columbia determinaron que nuestro país es el quinto del mundo según el Indice de Desempeño Ambiental, herramienta de medición que evalúa la calidad ambiental para la salud humana y la vitalidad del ecosistema.
Hace muy pocos días, el Estudio de Cultura de la Constitución realizado entre otras entidades por la Universidad Autónoma de México, recalcó que el 75% de nosotros los ticos adherimos firmemente la democracia como forma de gobierno por encima de cualquier otra.
Ahora, la organización británica The New Economics Foundation dio a conocer que nuestro país encabeza la lista de Planeta Feliz, otra herramienta que —como su nombre lo indica— mide la felicidad de los habitantes del mundo. Este índice económico, además de evaluar las prácticas ecológicas también califica el nivel de satisfacción que expresan los habitantes y toma en cuenta la esperanza de vida al nacer.
Cuando en ese estudio se les consultó a los ticos cuál calificación le daban a su vida, la nota fue de 9,2. Consultados sobre la calificación para el terruño, la nota fue de 8,5. Pero aún hay más. Otro estudio también británico pero de la Universidad de Leicester, valoró la felicidad no solo por la esperanza de vida sino también por las coberturas de salud y educación que hemos alcanzado y siendo así nos ubicó en el duodécimo lugar entre los países más felices del mundo.
¡Albricias! ¡Vivimos en Costa Rica!
Por supuesto que alguien acostumbrado a ver el vaso siempre medio vacío podrá decir que tanta medición “es pura paja” y no falta quien asegure que cuando un tico expresa felicidad responde de manera “hipócrita” o, como argumentó una connotada profesional de las ciencias sociales, hace gala de “doble moral” (¿?) solo porque dice estar feliz cuando en realidad vive en plena desgracia. ¿Será posible, decirse feliz solo para dejar bien parado al país en una medición mundial?

Yo creo que este, si no es el mejor país el mundo, se debe acercar muchísimo al mejor. Por ejemplo, debo confesar que algún día me gustaría viajar a Australia y respirar —en medio de canguros, koalas y lémures— el aire maravilloso de los congéneres australianos que también son de los más felices del mundo. Pero aun sin haber respirado la felicidad australiana, me siento profundamente afortunada de respirar nuestro aire en medio de manadas completas de monos prácticamente en cualquier parte del país, de familias de delfines haciendo espectáculos circenses en nuestro Pacífico sur, de ranitas “blue jeans” en Sarapiquí, de tortugas desovando en Playa Grande, Ostional o Tortuguero, o frente al juego de luces pirotécnicas del siempre majestuoso Arenal o de las aguas glaciares del imponente Chirripó.
Pero más que eso me siento feliz porque tenemos educación, salud y seguridad social garantizados. Y todo ello en una sólida democracia. Una democracia que se la desean muchísimos hermanos del planeta.

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