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¿Por qué algoritmo piensa votar?

Mauricio París mparis@ecija.com | Jueves 21 octubre, 2021


A una campaña electoral en medio de una pandemia, a un desempleo por las nubes, a una crisis fiscal, a una economía deprimida, se le suma la imagen de 27 ciudadanos que se han considerado capaces de liderar este país. La escena oscila, según el día y la red social, entre lo dantesco, lo kafkiano y lo bufo.

Esos 27 ciudadanos, y el puñado de personas que los acompañan y que compiten ora por una diputación, ora por una vicepresidencia, ora por un ministerio, tienen el reto de pescar votos en un estanque en donde más de la mitad de los electores no tiene definido su voto, probablemente no logre identificar ni a una quinta parte de los candidatos y defina por quien votará a finales del mes de enero.

El elector moderno no asiste a plazas públicas, a mítines, o reuniones, no compra periódicos y seguramente tampoco ve noticias. Se informa por redes sociales, y generalmente no pasa de los titulares. No quiere saber nada de signos externos, no lleva una bandera, no coloca una pegatina, no responde encuestas. Ese elector duda de por quién votar, pero tiene claro por quién no votar. El reto, para esos 27 candidatos y sus partidos, es cómo conectar con ese elector que, además, no quiere saber nada de ellos.

El campo de batalla son las plataformas digitales, y el arma el algoritmo que utilizan. Nada de lo que usted ve en estas plataformas es producto de la casualidad. Todo es contenido curado especialmente para usted. Cada tweet, cada reel, cada publicación, cada entrada, cada anuncio, cada sugerencia, es producto de una decisión algorítmica tomada por la plataforma que considera que ese contenido es de su interés.

El algoritmo se alimenta de sus datos personales, y créame que está abundantemente alimentado, aunque usted piense que, por no poner su nombre completo o su foto en una red social, no saben quién es. El perfil que usted completa cuando abre su cuenta, pero sobre todo la estela de datos que va dejando mientras la utiliza – e incluso cuando navega fuera de ella- es lo que determina el perfilado que sobre usted realizan estas plataformas y que explota el algoritmo. Su ubicación, sus búsquedas, las páginas que sigue, sus me gusta, el contenido que se queda observando, aunque no haga click, lo que usted publica, e incluso lo que no llega a publicar porque se autocensura, aunado a esa misma información, pero de sus contactos, conforma esa masa de datos personales con que el algoritmo define la visión del mundo que se le muestra tras la pantalla.

Las plataformas digitales, y los expertos en ellas, haciendo uso de ese perfilado segmentan a los usuarios de las redes por medio de etiquetas para ofrecerles el contenido que más se amolda a esos intereses suyos que el algoritmo ha asumido respecto a los temas más sensibles como la orientación sexual, las creencias religiosas, el conservadurismo, liberalismo o progresismo, o de más actualidad, si es anti-vacuna o pro-vacuna.

Las plataformas digitales infieren si usted se acaba de casar o si se está divorciando, su orientación sexual, si consume cannabis o si está esperando un hijo, si perdió el trabajo en la pandemia, si está alegre o triste dependiendo de la música que escucha. Ese acervo informativo está disponible a un precio razonable para que los políticos lo adquieran y lo usen lícitamente, y, de acuerdo con el segmento de población al que quieran dirigirse, puedan moderar o radicalizar su discurso, hacerlo solemne o lúdico, usar corbata o mangas de camisa, apelar al miedo o a la esperanza. Es decir, manipularnos.

Pero no piense solo en la propaganda política en donde aparece el candidato en bici, bailando o golpeándose los puños al ritmo de una canción, esa es la menos efectiva porque la mayoría de la gente no la consume. Por el contrario, la más efectiva es aquella que por sutil, no parece propaganda, en donde no aparece candidato, bandera ni partido, y que no nos hace siquiera cuestionarnos si alguien la está promoviendo o no. Muchas veces ese contenido es falso – fake news- o inexacto, y allí radica su eficacia.

Uno de los efectos más peligrosos de esa dinámica de segmentación es la creación de cámaras de eco, en donde el algoritmo nos hace creer que toda la gente, o la mayoría de la gente piensa como nosotros o es favorable a nuestras ideas, ya que el contenido que nos muestra es afín a nuestras creencias. Cuando esa noticia falsa coincide con lo que creemos y además es compartida por alguien a quien sentimos cercano, nos cuestionamos muy poco si es cierta o no, y así crece como la espuma. El riesgo surge cuando nuestra decisión de voto es decidida por esas cámaras de eco, cosa muy frecuente cuando se pretende hacer un voto útil.

Ese ecosistema digital segmentado, esos guetos informativos, son un caldo de cultivo perfecto para la polarización social, para la radicalización y para la violencia. En ese contexto, escoja un tema lo suficientemente polémico, lance un fósforo y vea arder Roma. Tengo poco que contarle, si ya esto lo vivimos hace cuatro años, y parece que se puede repetir.

Orwell, a quien tenemos muy presente en los tiempos extraños que vivimos, decía que el lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y el viento adquiera apariencia de solidez. Esas mentiras viajan hoy más rápido y más eficientemente en los entornos digitales, por eso, es esencial que los ciudadanos entiendan cómo funciona la magia de estos algoritmos y en dónde radica el negocio, para que al menos, podamos identificar nuestras propias cámaras de eco y estemos menos propensos a la manipulación.

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