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Piso de tierra

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 12 junio, 2018


Piso de tierra

Cada día es más claro que los consumidores no compramos solo bienes y servicios, compramos historias, experiencias, mitos y por supuesto, compramos leyendas. Para vender, no solo basta con tener un buen producto o servicio, debemos poner en ese negocio el alma, la vida y el corazón. Este último elemento es el que conecta al consumidor racional con el sentimiento de comprar y es lo que al final del día, determina si soy feliz con mi compra. Eso sí, las buenas historias no se calcan, no se copian, no son el resultado de un ingenioso mercadólogo. Las buenas historias son las que transmiten la pasión y el sentimiento, las que ligan con lo auténtico, las que llevan sello real. Contarlas bien y con sentido, sí requiere pensamiento y un poquito de inteligencia de mercado, pero recuerde, su historia debe ser profundamente real.

Todo negocio lleva una historia y toda buena historia, vende. Discutíamos con mis estudiantes de política comercial e integración económica, de la maestría en gerencia del comercio internacional, que el CINPE de la UNA imparte en el Campus Liberia. Este sábado recién pasado, ¿cómo las historias hacen nuevos productos? y ¿cómo las experiencias bien contadas dan valor a las empresas? Los artesanos de cerámica, vendiendo por Internet sus piezas coloridas y llenas de cultura, las rosquillas de Doña Chepa y hasta el Vino de Coyol, de Don Gerardo. Hablamos del Tubing, como historia de pueblo, que terminó siendo un atractivo turístico más. Sí, hablamos de la panadería 4.0, aquella que entrega el pan por medio de drones y cuyo pago, se realiza en criptomonedas. Esta última es solamente un posible negocio a llegar con el mundo 4.0 al que nos aproximamos con velocidad ultrasónica.

Al mediodía, con la primera parte de la clase resuelta, nos toca ir a almorzar. Una recomendación para un cartago, pregunté a mis estudiantes, “a la usanza del pasado, los guanacastecos nos decían a los lugareños del Valle Central, los cartagos”. Profe, si quiere comida, rápida en el frente de la carretera al lado del mall, o si no vaya al centro, al restaurante de carnes o a la soda al lado del Banco. Claro, y decidido, tomé la llave del carro para proceder a disfrutar el almuerzo. Ah, bueno, ¿y ustedes dónde van a ir chicos? Nosotros “a Piso de Tierra”. ¿Cómo?, pregunté nuevamente, sí profe “a piso de tierra”, es una sodita que tiene comida de pueblo acá a unas tres cuadras de la entrada de la UNA.

Sin prejuicios les dije, vamos a “Piso de Tierra”, en la salida de Liberia, exactamente en la zona de las universidades en la vía que lleva al Aeropuerto de Liberia. Se trata de un negocio tradicional que empezó con un carrito de carne asada que recorría Liberia, hoy es un pequeño negocio de comida local, por cierto, muy sabrosa y con aroma a pueblo. Sí, se trata de comida muy liberiana, como si te sentaras a tomar el almuerzo en la cocina de la abuela o de las familias tradicionales de la zona.

La vida me ha enseñado a valorar las cosas por lo que son y no por lo que se percibe de ellas. Las cosas buenas de la vida se comparten y compartir con mis estudiantes el almuerzo fue muy grato. Hablamos de todo un poco, ¿por qué estudian gerencia del comercio?, ¿de dónde son? Por cierto, profe, ¿usted cómo hace para escribir tanto y estar en tantos lugares? La verdad, les decía a mis estudiantes, hago lo que me gusta y eso me da energía para trabajar, seguro mucho más de lo que parece. Páseme el chile, qué bueno que está, ¿no le parece a usted profe? Sí, claro, la verdad tiene un buen picante y un sabor casero delicioso, les decía. Así, hablamos de todo un poco, de la UNA y de cómo hemos cambiado en las últimas dos décadas, de los artesanos de Guaitil, entre otros temas, al calor de una buena comida, un tamarindo y la brisa suave que apaciguaba el calorcito liberiano del mediodía y, por supuesto, todo “a piso de tierra”. La próxima vez, no deje que le cuenten la historia, pase usted y cuente la suya. Les aseguro que el excedente del consumidor recibido vale más que los ¢3.500 que pague por el casado y el tamarindo.

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