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Parlatica

Abel Pacheco apacheco@larepublica.net | Lunes 25 octubre, 2010


Parlatica

No había televisión cuando yo me criaba. Pero, aunque les parezca increíble a los güilas de ahora, nunca padecimos de aburrimiento.
Por las noches conversábamos mucho entre familia, rezábamos el Rosario, o visitábamos (sin ser asaltados ni atropellados por los señores de los piques) a parientes y vecinos.
Además, sentados frente a un humeante chocolate, oíamos radio.
¡Había que ver los excelentes programas radiales producidos en el país!
“El Príncipe Oshima”, “El Fantasma del Museo Nacional”, “La Escuelita de la Niña Pochita”, “La Corte Suprema del Arte”, “El Hada Marisol”, etc., etc.
Luego aparecería la genial Carmencita Granados con sus múltiples y divertidos personajes, entre los cuales estaba la chismosísima doña Vina, de cuyo nombre los ticos enriquecimos la ticoparla con vinear, por chismear, vinazo, por información importante o simplemente chisme y otros derivados.
Pero mi programa preferido era “La Charla Festiva”, dirigido por Fernando Fernández quien, con sus amigos y bajo el seudónimo de Zoilo Peñaranda, nos deleitaba con las aventuras de los pobladores campesinos de un pueblo llamado Barro de Olla día con día.
Surgieron ahí personajes inolvidables nacidos de la imaginación de quienes se lanzaban al aire sin libreto, pues todo era genialmente imaginado durante el programa mismo.
Así aparecieron dos divertidas viejillas, Ña María del Tránsito y Ña Refugio Huertas, compañera sentimental de Ñor Melchor a quien eternamente lo afectaban las niguas, sin que por eso dejara de tocar su rústico violín.
Había un comisariato regenteado por los chinos Chantún y su padre don Cucú, donde el gringuísimo Mr. Smith invitaba a Zoilo y compañeros a cervecearse.
El avaro millonario era el viejo ñor Espiridión, quien tenía por ayudante al cuasiesclavizado míster Fly, el policía era el inutilísimo don Cirilo y brotaban más y más personajes que fielmente representaban a los componentes de nuestra peculiar nacionalidad.
Así nació quien originalmente se llamó Cara de Palo y acabó llamándose Cara de Barro, un incorregible delincuentillo venido a Barro de Olla desde los barrios bajos de la capital.
El fue quien nos enseñó el lenguaje hablado por el hampa criolla. con él aprendimos que una “carrera muerta” era un robo fácil, y que “tumbar la vara” era dejar de insistir. También supimos que camisa era cruz, pantalones se decía caballos, la corbata es la tira, el saco se llama tanda y los calzoncillos son los insinoides.
Varios de los dichos del incorregible Cara de Barro pasaron a formar parte de nuestro léxico. Su mismo apodo sigue hoy siendo sinónimo de sinvergüenza, aunque las nuevas generaciones nunca escucharon “La Charla Festiva”.
Fue este raterillo capaz de influir nuestro modo de hablar. Quizá así fue porque su manera de ver las cosas y su forma de actuar se han enraizado y sofisticado en nuestro país.
Ahora, aquel raterillo menor hasta simpatía despertaba. No así sus múltiples y perfeccionados malvados discípulos quienes, con la mayor cara de barro han invadido hasta las más altas esferas de nuestra sociedad.

Abel Pacheco

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