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Parlatica

Abel Pacheco apacheco@larepublica.net | Lunes 30 agosto, 2010



Parlatica


Bajaban nuestros campesinos a la población el día de mercado, con la carreta colmada de frescos productos para ser vendidos. Los viejos recordamos con nostalgia el traca tra traca madrugador y cantarino con que las carretas nos despertaban al pasar.
Tamugas de dulce moreno, maíz, frijoles, quesos, ayotes, yucas, plátanos, guineos, bananos, tabaco y un sinfín de productos eran así transportados para ser vendidos en los mercados citadinos.
Eran vehículos lentos, sí, pero su ruido era cadencioso y amable y solo en contadísimas ocasiones causaron muerte por atropello a algún viandante distraído o a alguna criatura del Señor atarantada. Además, toda la contaminación ambiental por ellos producida consistía en pastosas boñigas y burbujeantes meadas que, a fin de cuentas, terminaban siendo magnífico abono.
Ustedes me dirán retrógrado, pero yo sigo dudando de la bondad de haber cambiado aquellos amigos bueyes por el petróleo contaminante y destructor de la vida toda.
Llegaban nuestros abuelos caminando delante de yunta y carreta, dirigiendo a las bestias con un chuzo compasivo y a los gritos de “¡Gui buey !” para avanzar y “¡Jesa, jesa!” para detenerse. Nunca se supo entonces de choques y muerte por adelantar en curva ni por exceso de velocidad.
Luego se procedía a la venta de los fresquísimos productos, a la compra del diario, melcochas para los chacalines y quizá un corte o un jabón de olor para la compañera.
Terminadas estas labores, era cosa de “zampase” un par de guaritos, talvez con gotas de gavilana y con la sabrosa conversona noticiosa y chismográfica de los amigos.
El regreso no se hacía, como antes, delante de los bueyes. Se hacía “montado en la carreta” y, talvez un poco adormilado por efecto de los traguitos y el cansancio. Se valía entonces distraerse cantando alguna cancioncilla y hasta sumirse en un soñador adormilamiento. Al cabo los maisoles, criaturas inteligentes, bien conocían el camino y la manera de evitar choques y vuelcos.
Y desde entonces, “montarse en la carreta” tiene para nosotros los ticos el significado de andar con unos tragos entre pecho y espalda y así también llamamos a los tristes episodios cuando un enfermo alcohólico pierde control y no puede dejar de intoxicarse.
Una reflexión final es que los ticos fuimos los mejores conductores del mundo mientras guiábamos nuestro vehículo chuzo al hombro y delante del yugo.

Abel Pacheco

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