Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 29 agosto, 2011
El tridente Mario Sotela, Alejandro Giuntini y jugadores del Herediano se tambalea porque está contaminado.
La relación entre dirigente, entrenador y futbolistas no es refrescante; no es limpia y ni por asomo asemeja la tranquilidad y paz de un manantial.
El trípode sobre el que se levanta la estructura del “team” está montado sobre madera hueca y repleta de comején; no hace falta ser descendiente de Peter Falk (Columbo), ni dar paso a alguna investigación privada, para olfatear que el Herediano padece una crisis interna que intenta tapar el director técnico, respaldado por las declaraciones de su patrón, a quien no le tembló la voz para denunciar públicamente que el fracaso del club en Concachampions es responsabilidad de sus jugadores, y para nada del entrenador.
Por el momento, el goleador del equipo, Víctor “Mambo” Núñez ha desaparecido del mapa y no fue convocado ayer al Fello Meza; por el momento, el entrenador Giuntini olvidó su profesionalismo y papel en un terreno de juego y se enfrascó en una lucha verbal y de señales vulgares con unos fanáticos del Cartaginés que lo insultaron. Estuvimos presentes en el estadio del Cartaginés, y vimos a este “profesional” tocarse sus partes íntimas de frente a mujeres y niños sentados en la gradería principal.
El director técnico de un equipo debe ser orientador, conductor y maestro, pero si los insultos de unos pachucos lo sacan de concentración y lo convierten de inmediato en un energúmeno igual o peor de quienes lo insultan, el mensaje a la cancha es nefasto.
Por ahí se explican las expulsiones de Salazar, Montero y Cubero, propias de un grupo de jugadores que perdieron la cabeza, porque la cabeza de su mentor igual se extravió.
Tácticamente nos agrada el trabajo de Giuntini; lo hizo muy bien cuando trabajó en Pérez Zeledón y es un estratega capacitado para llevar a los florenses a buen puerto, pero sus dilemas de personalidad son notorios y nada tiene que ver con esto el que use el pelo largo. Esto no cuenta, aunque ayuda al estúpido insulto desde las gradas, que es la ruta por donde se inician las broncas.
El Herediano necesita que le caiga encima un torrencial aguacero de lluvia fresca; necesita respirar bajo aromas refrescantes; todo su entorno es turbio; su vestimenta está inundada de lunares. Internamente este club urge de una catarsis para depurarse.
¡Apúrense!
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