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NOTA DE TANO


Nota de Tano

Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 25 noviembre, 2015

Gaetano Pandolfo

¡La banca!
Cristiano Ronaldo, Leonel Messi, Neymar, Pepe, Luis Suárez, Marcelo y Keylor Navas irán hoy a la banca, decía un titular de la prensa deportiva española hace algunas semanas.
¿Cuál banca?, pregunto.
Asientos de cuero fino de primera clase, respaldar, sofá-cama y techo de lujo; asistentes médicos, terapeutas, masajistas, utileros a sus costados. Vista panorámica al terreno de juego y muchos metros de distancia del público para que no los distraigan ni molesten.
Esta es la banca de los nuevos “chineados” de la millonaria industria del fútbol. Incluso en Costa Rica, la banca en los estadios de los clubes grandes ya no existe.
La gente joven y los niños no tienen porqué saber de dónde viene esto de “la banca”, pero quienes fuimos niños y adolescentes entre 1950 y 1965 sí lo sabemos y la banca que tenemos metida en nuestras cabezas era principalmente la del Estadio Nacional, porque la ponían, por decir algo popular, en media calle.
Y es que era una banca: una tabla de cuatro patas, sin respaldar, ubicada frente a la gradería de sombra, más cerca de la cancha que de los graderíos y ahí se sentaban lógicamente los jugadores que iban a “la banca”, con el entrenador y el preparador físico. El masajista y el aguatero se sentaban en el suelo. Ahí nace el término de “ir a la banca” que aún perdura, aunque las instalaciones para los jugadores reservistas en el fútbol del primer mundo se transformaron.
Lo curioso, interesante o paradójico del caso es que aquellos jugadores que se apretujaban en la banca, jorobados a la fuerza al no poder estirarse para atrás porque se podían desnucar, eran infinitamente superiores a los de ahora.
Cuando mi papá me empezó a llevar al Estadio Nacional, estaban en banca jugadores de la talla de Elías Valenciano, Zorro Campos, Mardoqueo González, Cholo Sanabria, Licho Blanco, Chino Lázcares, Toyota Guillén, Memo Hernández, Raúl Lizano y decenas de decenas de futbolistas que entrenaban un par de horas al mediodía y después le metían nueve goles a Guatemala, seis a Haití, cinco a Panamá y arrasaban en los campeonatos centroamericanos.
Mirar a jugadores de la talla de Alvarito Murillo, Max Villalobos, Danilo Montero, Pinacón Carmona, Albella Salas y otros sentados en aquellas bancas, hoy sería pecado mortal.
Estos y centenares más, sí que se merecían los sillones de cuero.

 

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