Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 29 junio, 2009
Pocas veces me hubiera sentido más alegre y contento de haberme equivocado en un pronóstico (detalle de por sí reiterativo en mi carrera profesional), si Estados Unidos hubiera ganado y eliminado a Brasil.
En nuestra última Nota fuimos claros de que esperábamos una goleada de los brasileños a los hermanos de Concacaf y en solo media hora de partido, el vaticinio volaba hecho trizas, cuando Estados Unidos derrotaba a Brasil 2-0, gracias a dos fulminantes contraataques; el primero montado con un pase largo que enganchó en el área Dempsey y el segundo, una obra de arte que la pantalla de la televisión nos retrató espectacularmente con una toma maravillosa, en que el balón pasa como ráfaga por las piernas y el talento de cuatro jugadores de Estados Unidos y lo mete en la red de Julio César, el talentoso Landon Donovan con un cruce sensacional después de romperle la cintura a Ramires.
Hasta ahí, el universo del fútbol se hacía la misma pregunta y germinaba idéntica interrogante.
¿Estábamos presenciando o se estaba edificando un nuevo España-Estados Unidos, precisamente con los mismos victimarios en escena, pero distinta víctima?
¿Sería capaz la oncena de Bob Bradley de dar otro campanazo histórico en el torneo?
¿A qué hora va a romper Brasil esa muralla humana que no se enconcha, sino que se escalona y además, sabe construir fulminantes contraataques?
Media hora y Brasil tiene dos adentro y 15 minutos más de juego y Tim Howard pasa sustos y congojas pero la redonda no lo traspasa.
¡Todos al descanso!
Cien mil millones de técnicos que miran la final por la televisión sentencian.
Brasil tiene que meter un gol temprano.
Si no anota en el primer cuarto de hora se le complica el juego. Tampoco puede abrirse mucho porque el rival les hace el tercero.
Ahora, por qué los entrenadores aficionados siempre damos 15 minutos de tiempo para que un equipo descuente.
¿No pueden ser 14, 17 o seis?
Lo cierto es que Brasil, y lo escribimos de toda la vida y lo acabamos de afirmar la semana pasada, aparte de bueno es “guabero”, es “lechero”, tiene suerte y metió el descuento no en el minuto 3, sino en el uno y entonces, trabajó de inmediato la mente, el poder de la mente al que nos referimos a cada rato.
El equipo de Dunga se creció y el de Bradley se desbarató y las acciones del juego lo fueron reflejando con asombrosa nitidez. Ya Spector, DeMerit, Onyewu, Bocanegra, Feilhaber y Clark no se preocupaban por cortar y armar ofensivas, sino que desesperados empezaron a dialogar con las gradas, reventando balones a los laterales y por la raya final; Brasil se montó, sacó su inigualable picardía, Dunga acertó de nuevo en las variantes y en un santiamén, el resultado de la final era otro.
Ante la adversidad y contra el reloj, Brasil atrapó una corona que dadas las circunstancias del juego, solo los muy grandes conquistan.
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