Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 10 marzo, 2009
A los sucesos extradeportivos ocurridos en el último clásico, es decir, a la pasión de la gresca se le pueden dar dos enfoques distintos y trataremos de explicarnos.
Afirma mi compañero de trabajo y colega Luis Fernando Rojas, y lo respaldo, que aunque nadie debe apoyar los hechos bochornosos y lamentables que se presentaron en ese partido y que incluyeron la bronca entre los directores técnicos y después la gresca entre jugadores, resultó apasionante el alto voltaje que presentó esta nueva edición del clásico, que finalmente no se pudo calificar como “el de los peluches”.
En muchísimas de las últimas ediciones de los duelos entre Saprissa y Alajuelense, no brotaba la pasión de los actores ni se recalentaba la sangre que corre por las venas de los futbolistas.
Cada vez que se presentaba una entrada fuerte; una falta artera o una acción fuera de tono, jugadores de los dos equipos se daban palmaditas en los cachetes; un toque leve en la cadera; un abrazo y hasta se pedían perdón.
Nada que ver con aquellos levantines de Vivo Quesada a Alvarito Murillo o de Wilbert Barquero al Zurdo Jiménez; menos las patadas voladoras del Macho Agüero que le hacían la barba a Edgar Marín o los choques con pólvora incluida entre Palomino Calvo y el Príncipe Hernández.
En los clásicos es urgente y necesaria la pasión, y si por ella, si por defender los colores de sus respectivos equipos arde la sangre y se pasa a los hechos, no debemos respaldarlos pero tampoco ser tan hipócritas para negar que agrada, nunca la agresión al contrario, pero sí la pasión exhibida.
En otras palabras, y lo expresa claramente Luis Fernando, no respaldamos la voladera de patadas, pero sí aplaudimos que por esta vez, los jugadores se calentaran en el clásico y que dentro de la confrontación, dejaran de ser amigos.
Y aquí pasamos a la otra situación, que es a la inversa.
Leímos las declaraciones públicas de Pablo Herrera en las que narra el porqué reaccionó con tal violencia al final del partido. Dice que durante el juego tuvo roces físicos y verbales con Armando Alonso y que al final, el morado lo insultó y lo escupió.
No toca a nosotros hacer la investigación que aclare la verdad, pero sí es preocupante lo sucedido.
¿No fueron acaso Herrera y Alonso compañeros de entrenamientos y concentración de la Selección Nacional hace muy pocos días?
¿Qué es lo que comparten los futbolistas de la tricolor durante convivios de muchísimas horas, que se olvida la amistad y el respeto a las primeras de cambio?
¿Y los valores; y los principios que inculca y enseña Germán Retana y el ejemplo que transmite la vida personal de Rodrigo Kenton, no son testimonio para dos ex compañeros de Selección Nacional, que se agreden muy pocas horas después de la concentración?
Esto sí que es una llamada de atención al grupo.
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