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Nada humano nos puede ser ajeno

Rodolfo Piza | Miércoles 16 septiembre, 2015


No tenemos derecho de acallar nuestras voces cuando encontramos injusticias abrumadoras más allá de nuestras fronteras

Nada humano nos puede ser ajeno

Se atribuye a Terencio (dramaturgo romano de antes de Cristo), la expresión “Hombre soy; nada humano me es ajeno”. Por mucho que, arraigados en nuestro terruño, demos prioridad al entorno costarricense, no tenemos derecho de acallar nuestras voces cuando encontramos injusticias abrumadoras más allá de nuestras fronteras.
En Siria, millones de seres humanos sufren y huyen de una guerra, de una dictadura (la de Bashar Hafez al-Asad) y de una locura político-religiosa (el llamado Estado Islámico), que ha sido capaz de recordarnos que la barbarie se reedita de tiempo en tiempo y que la tortura, el genocidio y la intimidación de seres humanos indefensos siguen conviviendo en nuestro planeta.
Cierto es que no podemos resolver el problema de fondo, pero también lo es que podríamos poner nuestro grano de arena como país y otorgar refugio e integrar en nuestro entorno (limitado a nuestras posibilidades, pero asilo al fin), a algunos centenares de esos millones de seres humanos desesperados.
Más cerca de nuestra patria, hace año y medio en Venezuela, arrestaron e iniciaron juicio político contra el líder opositor Leopoldo López por el pecado de promover manifestaciones democráticas y expresar el rechazo del régimen gubernamental encabezado por Maduro. Luego de un proceso kafkiano, sin garantías y basado en una legislación penal draconiana, el Tribunal 28 de Juicio de Caracas, condenó a Leopoldo López a más de 13 años y nueve meses de cárcel.
Se trata de una agresión a la libertad, a la legalidad, a la independencia de poderes. No lo condenaron por delitos comunes, sino por delitos políticos disfrazados de legalidad.
Su condena absurda y arbitraria resume el peligro de otorgar poderes extraordinarios a un régimen demagógico que ha utilizado todos los instrumentos y los fondos públicos para perpetuarse en el poder, para coaccionar a la prensa y censurar la crítica. Además, para perseguir a sus contrarios, para promover conflictos internacionales, para empobrecer a su nación y para amenazar a todos aquellos que se atrevan a levantar su voz.
La condena de López es parte de un proceso de desconstrucción democrática en ese país hermano. Coaccionar y limitar escalonadamente a los medios de comunicación independientes; controlar todos los poderes del Estado (especialmente el Judicial y el Electoral); amedrentar cotidiana y persistentemente a la oposición; arrancarles competencias y poderes a los gobiernos locales independientes; manipular descarada y abrumadoramente los procesos electorales para garantizar reelecciones indefinidas de sus gobernantes. Todas son acciones contradictorias con la democracia.
No se diga que porque un gobierno fue electo por una mayoría exigua y en un entorno sin libertades, tiene derecho a perseguir a sus opositores y encarcelarlos arbitrariamente. Eso sería como decir que una mujer tiene obligación de soportar la violencia doméstica porque se casó libremente con su pareja.
Los demócratas en todas partes del mundo debemos solidarizarnos con Leopoldo López y con todos los venezolanos de buena fe que solo quieren recuperar su libertad, su paz y su democracia.

Rodolfo E. Piza Rocafort

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