Mucho más que un equipo
| Miércoles 29 octubre, 2008
Mucho más que un equipo
Cuando les preguntamos a los miembros de un equipo que logró algo espectacular ¿cómo lo hicieron?, la respuesta es siempre la misma: ”¡Fuimos más que un equipo, éramos muy amigos, casi una familia!”. ¿Cómo funciona la amistad en esos equipos que se construyen a sí mismos?
Imaginemos esa construcción a partir de cinco ladrillos que sirven de cimientos. El primero es “saber que cuando uno es amigo de sí mismo, lo es también del mundo”, como Séneca sugiere. De esta rigurosa aceptación personal de cada miembro, surge un estado mental que resulta atractivo a los demás. La confianza en uno mismo facilita confiar en los demás.
Honoré de Balzac aporta el segundo ladrillo: “Las amistades duran poco cuando uno de los amigos se siente ligeramente superior al otro”. Si, en verdad, los miembros del equipo se miran como colegas con iguales derechos y responsabilidades, y si entre ellos hay absoluta comprensión y valoración a los roles de cada uno, entonces es posible avanzar y crecer.
El tercer ladrillo lo coloca Jean de la Bruyere: “No puede ir lejos la amistad cuando ni unos ni otros están dispuestos a perdonarse mutuamente pequeños defectos”. Entre amigos leales se puede ser vulnerable sin temor a las consecuencias y entonces ninguno esconde las debilidades, porque sabe que sus compañeros las disimularán aportando sus fortalezas.
El respeto constituye el cuarto ladrillo de la edificación de un equipo. Si la meta es muy alta y a todos les importa alcanzarla, la amistad no se confunde con la tolerancia a la mediocridad; por eso el respeto no es como una sombra que solo acompaña al equipo cuando hay sol, sino que está presente en la dicha y en la adversidad.
La amistad no surge de una orden, ni siquiera de una condición impuesta por el líder. Como agrega Benjamín Franklin, “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”. Una vez que el conglomerado de miembros percibe disfrutar de una férrea hermandad, quinto ladrillo, el potencial del equipo se multiplica porque chocar con uno de ellos es como chocar con toda una familia.
Sobre estos cinco cimientos se construye la determinación de ir juntos en pos de grandes hazañas, el disfrute del humor, la solidaridad ante los errores y la generosidad asegurada en los momentos difíciles. Cuando el tiempo pasa y solo quedan los recuerdos, la amistad sigue siendo un puente al pasado y al futuro, que alegra el presente e inspira a otros a ser optimistas ante los retos venideros, si logran ser más que simples compañeros.
¡Qué difícil es derrotar a un equipo que es mucho más que eso, que es un clan de amigos, una familia! Porque, como afirma Miguel de Cervantes: “¡Amistades que son ciertas nadie las puede tumbar!”
German Retana
German.retana@incae.edu
Cuando les preguntamos a los miembros de un equipo que logró algo espectacular ¿cómo lo hicieron?, la respuesta es siempre la misma: ”¡Fuimos más que un equipo, éramos muy amigos, casi una familia!”. ¿Cómo funciona la amistad en esos equipos que se construyen a sí mismos?
Imaginemos esa construcción a partir de cinco ladrillos que sirven de cimientos. El primero es “saber que cuando uno es amigo de sí mismo, lo es también del mundo”, como Séneca sugiere. De esta rigurosa aceptación personal de cada miembro, surge un estado mental que resulta atractivo a los demás. La confianza en uno mismo facilita confiar en los demás.
Honoré de Balzac aporta el segundo ladrillo: “Las amistades duran poco cuando uno de los amigos se siente ligeramente superior al otro”. Si, en verdad, los miembros del equipo se miran como colegas con iguales derechos y responsabilidades, y si entre ellos hay absoluta comprensión y valoración a los roles de cada uno, entonces es posible avanzar y crecer.
El tercer ladrillo lo coloca Jean de la Bruyere: “No puede ir lejos la amistad cuando ni unos ni otros están dispuestos a perdonarse mutuamente pequeños defectos”. Entre amigos leales se puede ser vulnerable sin temor a las consecuencias y entonces ninguno esconde las debilidades, porque sabe que sus compañeros las disimularán aportando sus fortalezas.
El respeto constituye el cuarto ladrillo de la edificación de un equipo. Si la meta es muy alta y a todos les importa alcanzarla, la amistad no se confunde con la tolerancia a la mediocridad; por eso el respeto no es como una sombra que solo acompaña al equipo cuando hay sol, sino que está presente en la dicha y en la adversidad.
La amistad no surge de una orden, ni siquiera de una condición impuesta por el líder. Como agrega Benjamín Franklin, “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”. Una vez que el conglomerado de miembros percibe disfrutar de una férrea hermandad, quinto ladrillo, el potencial del equipo se multiplica porque chocar con uno de ellos es como chocar con toda una familia.
Sobre estos cinco cimientos se construye la determinación de ir juntos en pos de grandes hazañas, el disfrute del humor, la solidaridad ante los errores y la generosidad asegurada en los momentos difíciles. Cuando el tiempo pasa y solo quedan los recuerdos, la amistad sigue siendo un puente al pasado y al futuro, que alegra el presente e inspira a otros a ser optimistas ante los retos venideros, si logran ser más que simples compañeros.
¡Qué difícil es derrotar a un equipo que es mucho más que eso, que es un clan de amigos, una familia! Porque, como afirma Miguel de Cervantes: “¡Amistades que son ciertas nadie las puede tumbar!”
German Retana
German.retana@incae.edu