Mala hierba mata buenos proyectos
| Sábado 12 mayo, 2012
Tenemos que quitarnos la indignidad y la maleza de encima, o de nuestro entorno, y resurgir con lo mejor de nuestros valores
Mala hierba mata buenos proyectos
El último escándalo de corrupción del país, estallado en estos días en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes, que amenaza con ser uno de los más sonados de los últimos tiempos, reproduce en alto volumen el eco de la afirmación que inevitablemente surca el territorio nacional de Este a Oeste y de Norte a Sur: “ya no se puede creer en la clase política”.
No es una sentencia gratuita ni falta de sustento, por cierto. Hace bastante que los costarricenses tienen claridad sobre el fenómeno de lo ocurrido al interior de los partidos políticos y por ende de la clase política nacional. El triste acontecimiento de haberse convertido aquellos en maquinarias electoreras que luego tienen que devolver favores a granel, dejando huérfanos de ideales y de proyectos nacionales de altura a los ciudadanos.
Por otro lado, ¿pueden un padre y una madre de familia de mala conducta exigir confianza a sus hijos para que acaten sus lineamientos y reglas de comportamiento? ¿Tienen autoridad moral para hacerlo si más bien les han enseñado, con el ejemplo a burlar las reglas, jactarse de ello y exhibir su falta de responsabilidad y de conciencia, de dignidad y solidaridad?
Esta historia familiar se parece demasiado a la Costa Rica de hoy que, por otra parte, asimiló demasiado bien lo peor de lo que enseña el mundo actual.
¿Cómo puede haber gobernabilidad si algunos de los que alcanzaron poder se encargaron de sembrar la mala hierba que se extendió velozmente por el jardín y que hoy enrosca sus raíces en las de cualquier buen proyecto hasta asfixiarlo, volviéndose contra esos propios “sembradores” en quienes ya nadie quiere confiar?
Estamos recogiendo lo sembrado y cada vez resulta más urgente hacer un alto en el camino, cortar las raíces de la mala hierba, aspirar de nuevo aire puro, absorber agua cristalina y todos los nutrientes que nos devuelvan a lo mejor de nuestra naturaleza humana.
Tenemos que quitarnos la indignidad y la maleza de encima, o de nuestro entorno, y resurgir orgullosos con lo mejor de nuestros valores y las más nobles enseñanzas que podamos aprender del resto del mundo. Eso y nada menos es el presente y futuro que merecemos.