Luque nos retrata un Maradona alcohólico
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 02 diciembre, 2020

Esta columna la escribo como enfermo alcohólico en recuperación y no como periodista deportivo.
El martes 17 de noviembre, ocho días antes de la muerte de Diego Maradona, escribí una Nota. comentando la decisión de los médicos de trasladarlo a vivir en un barrio privado, cerca de la residencia de una de sus hijas, para que iniciara un proceso de recuperación, luego de ser operado de un coágulo en la cabeza.
Califiqué esta decisión como “tremendo error de los médicos” y como alcohólico intenté explicarlo.
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Cuando el cirujano que operó al futbolista, Leopoldo Luque, manifestó públicamente que Diego era alcohólico, pero que no lo aceptaba, yo qué si lo soy y gracias a Dios lo acepté, inmediatamente capté el grave error del entorno médico del futbolista, con esta decisión de trasladarlo a un lugar en que, era previsible, Maradona no iba a encontrar la paz y el equilibrio emocional, vitales en el proceso de recuperación de un enfermo alcohólico e intenté argumentarlo en esa columna con algunos ejemplos.
Como alcohólico, víctima que fui por muchos años de una enfermedad infernal, terminal, que ha matado más seres humanos que todas las guerras mundiales y pandemias juntas, me fue demasiado fácil presagiar todo lo que le podía suceder a Maradona en su nuevo domicilio.
Y, esto, para las personas normales, es muy difícil de comprender.
¡Diego murió!
Y ahora, el entorno de Maradona, incluyendo a sus hijas, que el futbolista se negó a recibir en su nueva residencia, señalan al doctor Luque como presunto responsable de su muerte y lo acusan de un eventual homicidio culposo por negligente.
¡Qué injusticia!
¡Qué desconocimiento total y absoluto de la enfermedad del alcoholismo!
Contra las cuerdas, el doctor Luque se defiende y nos pinta un retrato lúcido, claro, directo, inconfundible del comportamiento de Maradona en los últimos días de su vida, específicamente después de la cirugía en su cabeza.
“No aceptaba su alcoholismo”.
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“Hacía lo que quería”. “Era inmanejable”.
“Rechazó un internamiento en un centro de rehabilitación”. “Rechazaba un acompañante terapéutico”.
“Rechazaba y no permitía las ayudas siquiátricas y sicológicas”.
“No aceptaba visitas. Solo las enfermeras”.
Con este comportamiento típico de un alcohólico, con una salud frágil y deteriorada, con las emociones rotas, en un entorno inconveniente y lo peor, con su negación de la enfermedad, no cabía otro final que su muerte.
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