Los franceses ya no enseñan de relaciones íntimas
Existe el riesgo de que haya problemas para los historiadores futuros a la hora de recopilar las formas de expresar el amor de nuestros tiempos: el soporte es más efímero y además ya no exist
EFE | Miércoles 12 octubre, 2011
Los franceses, durante tiempo maestros indudables en tendencias amatorias, motivo de inspiración en la literatura o el cine, han dejado de enseñar, en plena era de Internet, cómo hay que hacer el amor.
Esa es la conclusión que invita a adoptar un libro que se edita en Francia y que revela escritos íntimos, diarios, cartas y correos electrónicos de franceses con nombre y apellidos o anónimos, que van desde principios del siglo XX hasta la actualidad.
Una actualidad en la que Internet permite tener sexo por el sexo en sí, en casi una segunda revolución que no es específica solo de los franceses, explica la autora de “Dire et faire l'amour”, Anne-Claire Rebreyend.
Esta historiadora ha recopilado desde la carta de un seminarista, de 16 años, que en 1915 se torturaba en una lucha que consideraba contra el “diablo” por la tentación de una masturbación que no se atreve a mencionar hasta brevísimos mensajes de texto de móviles.
“Pienso que será difícil para los historiadores del futuro hacer la historia del amor de hoy porque se han perdido los documentos”, comenta Rebreyend, quien alude a la gran discreción de los protagonistas de los mensajes de hoy en comparación con los diarios o cartas redactados hace décadas y que muestra en el libro.
La autora además ha comprobado además que los adultos tienen menos inconvenientes que los jóvenes en dar los detalles más íntimos de su vida sexual.
“Hablan más fácilmente de sexualidad y de amor entre amigos e incluso con la familia, pero les es más difícil dar sus diarios íntimos, los que están escribiendo en la actualidad”, cuenta Rebreyend.
La autora reconoce que existe el riesgo de que haya problemas para los historiadores futuros a la hora de recopilar las formas de expresar el amor y de cómo se practica: el soporte es más efímero y además ya no existe tabú.
“Hay la impresión de que, en cuestión de sexualidad, todo se permite, con la condición de que la otra persona esté de acuerdo”, admite la autora.
El París de los años 20 del siglo pasado, la gran libertad de la que empezaron a gozar los homosexuales desde hace décadas en esa capital, las experiencias contadas por Colette o por Hemingway forman parte de un estereotipo vinculado a la capital francesa, añade Rebreyend.
“Pero esa es una imagen antigua de Francia, y sobre todo de París”, asegura la autora. De la ventaja de Francia respecto al resto del mundo el libro presenta claros ejemplos, como las cartas de la posguerra y, sobre todo, escritos de los años 60 y 70 del siglo XX.
“El periodo visiblemente más revolucionario fue el de una década entre mediados de los 60 y mediados de los 70”, explica la autora, quien tiene la impresión “de que los cambios se habían vivido ya de manera subterránea y discreta antes”.
“Se produjeron a final de los años 40 y en los años 50 hasta principios de los años 60. Había pasado algo que todavía no era del todo visible” y que se manifestó posteriormente.
“La gente comenzó a plantearse cuestiones, las mujeres empezaron a querer recibir más atención por parte de sus maridos, la gente comenzó a tener la posibilidad de vivir su sexualidad sin tener que ocultarse”, recuerda.
Este momento actual de correos electrónicos y mensajes SMS que favorecen el encuentro inmediato pueden constituir quizás una segunda revolución sexual, pero la autora no está del todo segura.
“No está claro porque también hay muchos fracasos y cuando se busca en Internet se intenta encontrar a personas con las que luego no funciona, la cosa no marcha y finalmente acaba uno solo”, reflexiona.
“¿Es que la gente de ahora hace el amor más y mejor que antes? No es seguro”, considera Rebreyend no lejos de una estación de metro de París que exhibe en una luminosa e inusualmente cálida mañana de otoño un cartel con un rotundo y primer plano de un pubis femenino con un texto sobreimpreso: “Míreme a los ojos”.
París / EFE