Libia y la miopía de la comunidad internacional
Nuria Marín nmarin@alvarezymarin.com | Lunes 28 febrero, 2011
Creciendo Junt@s
Los aires de revolución han enfilado sus energías contra el más antiguo de los dictadores de Africa, Muamar el Gadafi. Este tenebroso personaje, quien ha sido adepto al protagonismo por sus excesos, extravagancias y ocurrencias, está viviendo uno de sus últimos actos en escena, los cuales tristemente está escribiendo con la sangre de su pueblo.
Quien llegó al poder en 1969 como héroe con una agenda socialista de cambio y la aspiración de un protagonismo regional al estilo Nasser, en poco tiempo se convirtió en villano para sus vecinos y más luego en paria internacional por su patrocinio del terrorismo.
En los últimos años se cubrió de piel de oveja mediante, entre otros, la indemnización a los familiares de las víctimas del derribado vuelo de Pan Am 103 sobre Lockerbie en 1988 y gracias al importante músculo que le diera su condición de productor y titular de importantes reservas de petróleo, la comunidad internacional… hizo la vista gorda y convenientemente olvidó.
Al momento de escribir estas líneas Gadafi se aferraba al poder recurriendo como en el pasado a la opresión, la violencia y el terror. De una manera brutal y homicida ha lanzado al ejército contra la población civil en una acción genocida por acallar toda fuente de oposición.
Se trata de una medida desesperada pues con sus decisiones ha erosionado al de por sí poco selecto grupo de países aliados, en que para tristeza de nuestros vecinos del Norte, se encuentra el presidente Ortega. A lo interno, ya son varias las deserciones en el gobierno y en el ejército y una mayoría de imanes (líderes espirituales) se han negado a darle su apoyo.
El contraste con lo sucedido en Túnez y Egipto es evidente. La persistencia sin sentido y a toda costa de permanecer en el poder podría depararle a Gadafi el mismo destino que en diciembre de 1989 corrieran el líder rumano Ceausescu y su esposa quienes pagaron su testarudez con la muerte.
Lo sucedido en Libia comprueba el efecto dominó que desató el cambio en Túnez y cuyo final de cara a las revueltas y disturbios en una mayoría de países árabes (ej. Argelia, Yemen, Marruecos, Irán, etc.) está aún por construirse.
Apoyar a pueblos oprimidos por el hambre, la corrupción, la desesperanza y la brutal violencia debe ser una consigna de la comunidad internacional y hasta la fecha ha quedado en deuda.
Las reacciones de los gobiernos no han pasado de fuertes mensajes de condena, que, frente a la brutal violencia, podrían ser percibidas por grupos fundamentalistas como tímida retórica.
Occidente tiene una excelente oportunidad. Como se hizo luego de la caída del Muro de Berlín en el 89, hay que acompañar a estos pueblos en la búsqueda de la libertad, la justicia y la prosperidad y qué mejor manera que apoyándoles clara y decididamente en la construcción de gobiernos democráticos. El compartir valores con Occidente resultaría en una invaluable inversión en término de construir la paz y seguridad internacional.
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