Lenguas Chuecas
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 11 julio, 2013
Atreverse a garantizar la comisión de hechos ilícitos o, al menos, impropios, es un acto de absoluta irresponsabilidad si no se fundamenta en una comprobación fehaciente que resista cualquier tipo de contradictorio
Vericuetos
Lenguas Chuecas
El mal chiste compara la forma como se suele eliminar un enemigo en cada país de Centroamérica. En Costa Rica, dice, serruchándole el piso…!!!
Los que peinamos más canas tenemos mayor consciencia de la forma como nuestra personalidad individual y colectiva se ha transformado, no necesariamente para bien.
Nos hemos convertido en personas agresivas, intolerantes (aun cuando reclamamos tolerancia a los que piensan diferente) y hemos potenciado dramáticamente esa cuestionable característica de destruir a los demás utilizando agrios lengüetazos como arma de destrucción masiva.
No hay en esta triste Costa Rica de hoy quien se pueda salvar de que, con razón o sin ella, alguien le endilgue el calificativo de corrupto, sinvergüenza, inmoral… como si la pulcritud fuera virtud exclusiva de quien dispara.
Por más difícil que haya sido entender qué pudo haber colapsado el sistema de compra en línea de entradas al partido contra los Estados Unidos, que administra una empresa contratada por la Federación de Futbol… ¿qué razón existe para que se haya calificado el problema como un chorizo inmisericorde contra el noble y sacrosanto pueblo futbolero?
¿Por qué los periodistas, comentaristas, presentadores y los ciudadanos de a pie que no tenemos la suerte de contar con un micrófono las 24/7 para influir la opinión pública en la dirección que nos interese, tienen que seguir el consabido protocolo de “dispare primero y pregunte después”?
¿Es en justicia aceptable tejer toda clase de conjeturas y atribuir sin reparo hechos legal o moralmente inadmisibles a una empresa y sus representantes, porque pudo producirse una congestión en el sistema, porque los revendedores “vivillos” pusieron a su familia, vecinos y amigos a comprar entradas a granel, o simplemente porque por cualquier razón nos quedamos sin una entrada para el ansiado espectáculo?
¿Constituye mi disgusto personal y mi convicción de que el procedimiento puede mejorar y el sistema es perfectible, razón suficiente para agredir honras ajenas sin ninguna comprobación más que mi personal frustración?
Escuché el sábado en un programa de mediodía de una estación de esas que se consideran deportivas (menudo deporte el de deshonrar a los demás) como prueba irrefutable del más deleznable despropósito chorisil, que un revendedor había salido de un puesto de expendio de tiquetes, “con 250 entradas todas de numeración sucesiva”. ¿Cómo puede afirmarse algo así si no se tiene la absoluta constatación?
Atreverse a garantizar la comisión de hechos ilícitos o, al menos, impropios, es un acto de absoluta irresponsabilidad si no se fundamenta en una comprobación fehaciente que resista cualquier tipo de contradictorio.
Hay que tener, por supuesto, claridad en que la empresa tiquetera actuó con probidad o acreditar incontestablemente las faltas en que incurrió, pero también hay que tener mucho cuidado de no servir de tontos útiles a despropósitos inconfesables.
Tomás Nassar
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