Latin American Idol
| Lunes 13 octubre, 2008
Latin American Idol
Escribo estas líneas antes de conocer el resultado del llamado Latin American Idol y esperando, como la mayoría de los costarricenses que ahora sabemos que este “concurso” existe, que esta jovencita herediana, auténtica, simpática y talentosa, que tiene por nombre María José, culmine su participación como la soñó y merece.
Ni siquiera me enteré de las dos anteriores versiones y confieso que me costó entender por qué una vitrina de la música latinoamericana tiene su nombre en inglés. Pero bueno, cosas del marketing, dirán algunos, y en relación con ello quiero compartir con ustedes las preocupaciones que me han llevado a escribir sobre este tema.
He visto algunas de las emisiones (no todas por la hora) y conocí así a varios jóvenes participantes que buscan construir su futuro en uno de las más hermosas artes que el hombre ha sabido expresar —la Música, popular o clásica pero con mayúscula—, arte que conjuga la creatividad humana con la musicalidad de la naturaleza, es decir, con el canto de los ríos cuando bajan de la montaña, de las olas que bailan con el viento, de la brisa que acaricia los árboles, de las aves cuando se enamoran… Lamentablemente toda esta poesía de la naturaleza, recreada por el hombre, ahora está en el mercado, apostando en los casinos tipo Wall Street. ¿Y por qué escribo esta crudeza?
Porque a final de cuentas lo que va a decidir cuál joven es el “ídolo” latinoamericano no es su talento sino el dinero que, traducido en votos, pueda recaudar. Y como la publicidad acostumbrada en estos casos genera mareas populares los presidentes, las instituciones estatales y la empresa privada participan, porque deben aprovechar la cresta de la ola de la popularidad de los participantes para hacer su agosto, político o ganancial, sin importar que sea octubre u otro mes. Antes de ver la cresta de la ola no hay apoyo oficial para los artistas, para la semilla de grandes pensadores o científicos, ni para los atletas.
Pienso que, en aras de la calidad del estímulo que estos “concursos” significan para los noveles participantes, sería conveniente que la decisión fuera el producto de la suma de un porcentaje previamente atribuido a los votos pagados y otro a un jurado serio y calificado internacionalmente, que no piense que despeinarse o mostrar sus intimidades conlleva a ser un buen artista, que no busque más de lo mismo, más de tantos vendedores de discos sin voz que ha producido el marketing.
No puedo terminar estas líneas sin expresar mis mejores pensamientos porque esta chiquilla que nos ha conquistado sea la ganadora. Y si no, ¡adelante!, sus méritos ya están más que probados. Y plenitud humana en su carrera profesional.
Isabel Wing-Ching Sandí
Escribo estas líneas antes de conocer el resultado del llamado Latin American Idol y esperando, como la mayoría de los costarricenses que ahora sabemos que este “concurso” existe, que esta jovencita herediana, auténtica, simpática y talentosa, que tiene por nombre María José, culmine su participación como la soñó y merece.
Ni siquiera me enteré de las dos anteriores versiones y confieso que me costó entender por qué una vitrina de la música latinoamericana tiene su nombre en inglés. Pero bueno, cosas del marketing, dirán algunos, y en relación con ello quiero compartir con ustedes las preocupaciones que me han llevado a escribir sobre este tema.
He visto algunas de las emisiones (no todas por la hora) y conocí así a varios jóvenes participantes que buscan construir su futuro en uno de las más hermosas artes que el hombre ha sabido expresar —la Música, popular o clásica pero con mayúscula—, arte que conjuga la creatividad humana con la musicalidad de la naturaleza, es decir, con el canto de los ríos cuando bajan de la montaña, de las olas que bailan con el viento, de la brisa que acaricia los árboles, de las aves cuando se enamoran… Lamentablemente toda esta poesía de la naturaleza, recreada por el hombre, ahora está en el mercado, apostando en los casinos tipo Wall Street. ¿Y por qué escribo esta crudeza?
Porque a final de cuentas lo que va a decidir cuál joven es el “ídolo” latinoamericano no es su talento sino el dinero que, traducido en votos, pueda recaudar. Y como la publicidad acostumbrada en estos casos genera mareas populares los presidentes, las instituciones estatales y la empresa privada participan, porque deben aprovechar la cresta de la ola de la popularidad de los participantes para hacer su agosto, político o ganancial, sin importar que sea octubre u otro mes. Antes de ver la cresta de la ola no hay apoyo oficial para los artistas, para la semilla de grandes pensadores o científicos, ni para los atletas.
Pienso que, en aras de la calidad del estímulo que estos “concursos” significan para los noveles participantes, sería conveniente que la decisión fuera el producto de la suma de un porcentaje previamente atribuido a los votos pagados y otro a un jurado serio y calificado internacionalmente, que no piense que despeinarse o mostrar sus intimidades conlleva a ser un buen artista, que no busque más de lo mismo, más de tantos vendedores de discos sin voz que ha producido el marketing.
No puedo terminar estas líneas sin expresar mis mejores pensamientos porque esta chiquilla que nos ha conquistado sea la ganadora. Y si no, ¡adelante!, sus méritos ya están más que probados. Y plenitud humana en su carrera profesional.
Isabel Wing-Ching Sandí