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La libertad de expresión bajo el control de pocos

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Jueves 14 enero, 2021


Cuando el Presidente de los Estados Unidos fue censurado por Whatsapp, Facebook e Instagram, cerrando sus cuentas en forma indefinida o al menos hasta después de la toma de posesión del Presidente electo Joe Biden, algunas personas de alto perfil público internacional criticaron la acción por considerar que es una limitación a la libertad de expresión.

El Presidente de México, Manual López Obrador, dijo en conferencia de prensa que no le gusta la censura y afirmó: “no me gusta que a nadie lo censuren y le quiten el derecho de transmitir un mensaje en Twitter o en Face, no estoy de acuerdo con eso, no acepto eso”.

Del otro lado del continente, la canciller alemana, Angela Merkel, catalogó de “problemático” el cierre de las cuentas del presidente de los Estados Unidos, y minutos más tarde de su pronunciamiento, su portavoz expresó que la libre expresión es un derecho fundamental y de importancia esencial que no debe limitarse por la decisión “de la dirección corporativa de plataformas en las redes sociales”. Dicho lo anterior, en nombre de Merkel argumenta que "es problemático lo que en parte se ha tuiteado y posteado con mentiras, falsedades e incitaciones a la violencia en general", refiriéndose a lo hecho por Trump.

Destaco que ambos mandatarios no tienen “fuerza moral” para hacer estas críticas –aunque sí el derecho a la libre expresión, en la cual se refugian.

El primero, Obrador, en reiteradas ocasiones ha atacado a la prensa de su país dirigiendo frases despectivas –al estilo de Trunp– como "prensa fifi", periodista “chayoteroso” y “el hampa del periodismo". Sus palabras soeces han provocado que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) las catalogue como de “incitación a la violencia con sus sistemáticos ataques a los medios de comunicación”.

En cuanto a la Merkel, siendo ella Primer Ministra, el gobierno federal alemán aprobó en 2017 una ley para erradicar los mensajes racistas, xenofóbicos, que incluyan información falsa o difamatoria, y que inciten al odio en las redes sociales (las que superan los 2 millones de usuarios en Alemania). La Ley impone a los dueños de las redes la eliminación del contenido claramente difamatorio o violento, en un tiempo máximo de siete días después de su denuncia y de hasta 24 horas, cuando se considere “claramente criminal”. Las empresas que incumplan se arriesgan a pagar multas hasta de 50 millones de euros.

Se han realizado miles de debates en el mundo acerca de la libertad de expresión y queda claro que este derecho, al igual que cualquier otro, no es absoluto, infinito, eterno e inquebrantable legalmente.

Cuando el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, informó que su empresa suspendería la cuenta de Donald Trump, lo cual es un acto de censura abierta y flagrante, debido a que “su decisión de usar sus plataformas para condonar en vez de condenar las acciones de sus seguidores en el Capitolio ha perturbado, con razón, a la gente de los Estados Unidos y de todo el mundo” y acusó al mandatario gringo de usar sus redes sociales para “incitar a la insurrección violenta contra un gobierno democráticamente elegido”, aplicó en esencia los argumentos de la ley del gobierno de Merkel para censurar.

Otras redes sociales como Instagram, YouTube y Snapchat se unieron a la censura al Presidente Trump.

Sin embargo e independientemente de esta situación de veto al hombre considerado el más poderoso del mundo, queda claro que las redes sociales no pertenecen a la ciudadanía, ni mucho menos al Estado. Son negocios con sus propias normas (que aceptamos cuando nos afiliamos) que tienen la autoridad legal o “de facto” para censurar, vetar y expulsar a quienes les den la gana, con o sin pretexto, con o sin justificación.

La realidad es que la libertad de expresión se encuentra bajo la “tutela” y el control de pocos. Mark Zuckerberg (Facebook e Instagram), Jack Dorsey (Twitter), Susan Wojcicki (You Tube) y Evan Spiegel (Snapchat) son los que finalmente intervienen en temas sensibles como el de Trump. Los demás seres ordinarios del mundo estamos a la merced de un sistema informático (cuyos dueños son los pocos mencionados) que puede, como ejemplo, bloquear la publicación de una imagen de un autoexamen para la prevención del cáncer de mamas, por el sencillo hecho de mostrar esa parte femenina proscrita para la masa, mientras que los hombres pueden exhibir sus regordetas, caídas, deformes o pequeñas tetillas, sin ningún tipo de impedimento.

Entonces, la libertad de expresión en el mundo es una quimera, cuya probabilidad de realidad depende de las leyes de cada país y las normativas de empresas privadas propietarias de los canales de comunicación.

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