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COLUMNISTAS


La espiral del silencio

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Jueves 28 mayo, 2020


Muchas personas estamos de acuerdo con que el Gobierno brinde asistencia social a los desempleados y personas con jornadas reducidas afectadas por las directrices de prevención y mitigación del Covid-19, pero también hay otras que coincidimos en la relevancia de otorgar créditos a las empresas impactadas negativamente por la pandemia, para que se reactiven, fortalezcan, operen en forma competitiva y vuelvan a contratar a los trabajadores que tuvieron que despedir, y a otros más. Sin embargo, somos aparentemente menos los que abogamos en brindarle apoyo económico a las mipymes, a través del crédito accesible y oportuno, a pesar de que alrededor del 98% de las empresas productivas de Costa Rica cuentan con menos de 100 empleados, o sea, son mipymes, y 69.310 de ellas están afiliadas a la Caja Costarricense del Seguro Social, lo cual tienen un efecto multiplicador en generación de bienestar para el país. Los dineros del Bono Proteger no son reembolsables, mientras que los créditos a las mypimes se deben pagar en determinado plazo y con intereses. Entonces, no sería más conveniente, adecuado, y racional, pensar en apoyar a las mipymes en una forma igual de expedita y destacable que a los ciudadanos en forma individual.

Diferentes expertos en geopolítica –que no necesariamente son politólogos, diplomáticos y economistas– saben que las fronteras de un país, según las disposiciones del Estado-Gobierno mediante regulaciones como leyes, directrices y normativas, pueden convertirse en barreras o en facilitadores. Es claro que la noción de seguridad se vincula a la defensa del territorio y la soberanía sobre amenazas externas e internas, a fin de asegurar la paz y la convivencia de sus ciudadanos. También esos expertos tienen conocimiento de que los vecinos del norte y del sur en Centroamérica, como aseguró recientemente el portavoz de la ONU, Joel Millman, refiriéndose a la situación mundial, “son seres humanos, son vecinos, son familias, son personas que nuestros hijos conocen de la escuela. Se ven afectados de la misma manera en que todos nos vemos afectados por esta emergencia de salud pública. Y creemos que el mensaje más importante es tratar a las personas con dignidad y recordar que el pleno respeto por sus derechos humanos no cambia bajo estas circunstancias”. Sin embargo, se sigue sosteniendo con malabarismos y peroratas el cierre técnico de las fronteras de Costa Rica, que ha provocado que en unos 20 kilómetros cercanos a nuestras fronteras se ubiquen más de 1,000 pilotos de camiones, sin agua, sin comida y sin servicios mínimos sanitarios. Sabemos –en lo más profundo de nuestra conciencia– que es incorrecto e inhumano, pero lo aceptamos.

Estas situaciones son sendos ejemplos de la teoría de la espiral del silencio, propuesta por Elisabeth Noelle-Neumann. Ella afirma que existen dos áreas que ponen en marcha un proceso que ha denominado “la espiral del silencio”. La primera consiste en aquellos que, al observar su entorno social, tienen la impresión de que sus opiniones y valores están adquiriendo más peso, consiguen cada vez más partidarios y así se sienten fuertes. No tienen miedo al aislamiento, así que expresan sus opiniones públicamente. Los que, por el contrario, piensan que sus opiniones pierden terreno, se hacen más cautelosos y se quedan callados, especialmente en situaciones difíciles en las que no están familiarizados con lo que piensan los demás, esto es, cuando se encuentran entre un público anónimo. El hecho de que un grupo exprese sus opiniones con seguridad y el otro permanezca en silencio, influye sobre la forma en que esta situación se presenta al público.

Dice Noelle-Neumann, que el primero de los grupos aparenta tener más partidarios de los que realmente tiene, mientras que el otro da la sensación de tener menos de los que en verdad le corresponden. Esto, a su vez, induce a la gente a adherirse a la opinión que parece más sólida, mientras que los del otro bando se desaniman e incluso llegan a cambiar de opinión. Por consiguiente, en un proceso con forma de espiral, uno de los bandos llega a dominar completamente la opinión pública, mientras que en el otro, sólo una minoría aislada deja oír su voz. Suponiendo que llegue a oírse.

Como el proceso descrito culmina en el silencio de un grupo, sin temor a decir aquello que los demás no quieren oír, he de levantar mi voz, una y mil veces –y espero que muchos otros lo hagan– para generar una opinión pública en donde el silencio no se convierta en la respuesta de la mayoría.

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