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COLUMNISTAS


La dura realidad de la segunda jornada de trabajo de las mujeres

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Viernes 26 febrero, 2021


Ahora que comenzó el año escolar, las mujeres retoman la odisea “formal” de la doble jornada de trabajo. Lo escribo en comillas porque el periodo de vacaciones escolares para las madres de los menores de edad funciona como un “horario ampliado de trabajo”, mientras que el del ciclo escolar, en el que hay que preparar uniformes, meriendas, revisar tareas y coordinar el transporte (o llevarlos y recogerlos en forma personal), además de atender las labores domésticas, es el que requiere mayor tiempo.

En Costa Rica, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos-INEC, existen 614.025 personas que no participan en actividades económicas por "obligaciones del propio hogar"; de este total, 569.664 son mujeres y 44.361 son hombres; el 60% de las mujeres se encuentran entre los 25 y 54 años.

Si viviéramos en un mundo igualitario, mamá y papá trabajarían y se dividirían todas las tareas del hogar y las obligaciones educativas de sus hijos e hijas, pero en la actualidad todavía estamos lejos de cambiar esta realidad, que pone en los hombros de las mujeres todo o el mayor peso de esta responsabilidad.

Están muy lejos de la verdad los que piensan que el trabajo doméstico y de cuido no requiere ningún esfuerzo. Yo lo había olvidado, y debido a la pandemia –que me obligó a trabajar desde el hogar– retomé una rutina que había asumido otra persona a quien le pagaba, y que ahora comprendo cuán dura es, incluso en mi caso que no tengo menores de edad que atender.

Mi día tradicional inicia todas las mañanas –como el de muchas otras mujeres- haciendo el desayuno, seguido de la limpieza poco a poco de la casa, preparo el almuerzo, continúo limpiando la casa y hago la cena. Mi hijo menor, que vive conmigo y también trabaja desde la casa, se encarga de ir al supermercado a comprar víveres, botar la basura, lavar el carro, lavar los platos (¡por fin aprendió a hacerlo más o menos bien!), atender las mascotas (dos perros y una gata) y limpiar el jardín.

Mientras hago todos los oficios, en paralelo trabajo más de ocho horas escribiendo en la computadora, atendiendo llamadas de clientes y participando en reuniones virtuales y algunas presenciales. ¡Estoy harta y cansada! Mi hijo cocinando es un desastre, ¡quema hasta el agua! Entonces, para poder sobrevivir, tomé la decisión de pedir comida por servicio express y volver a contratar a una persona que venga a limpiar la casa, a pesar de que somos solo dos personas las que vivimos en ella.

Toda esta dinámica doméstica que he realizado durante varios meses me hizo recordar que hace cuarenta años atrás, atendía la casa, esposo, dos hijos, estudiaba y trabajaba fuera del hogar. ¿Cómo lo hice? No sé. Me pregunto de dónde las mujeres sacamos las fuerzas para asumir por voluntad propia o imposición una doble jornada de trabajo. Las tareas del hogar son un suplicio y la atención a los menores de edad una gran carga física y emocional.

Tal y como lo cita ONU Mujeres, “la carga del trabajo doméstico y de cuidados de las mujeres es un factor estructural de la desigualdad de género que restringe notablemente la posibilidad de las mujeres de contar con ingresos propios, tener acceso a la protección social de participar plenamente en la política y la sociedad”.

Entre cocinar, limpiar y cuidar a todos los miembros de la familia, incluyendo adultos mayores, las mujeres realizamos 2,5 veces más trabajo doméstico no remunerado que los hombres. Esta situación además de causar un alto estrés (no se trata de histeria por menstruación o menopausia), repercute en contar con menos tiempo para dedicar al trabajo remunerado, estudios, ocupar cargos en juntas directivas y puestos de liderazgo en las empresas y gobierno.

Cuántos han pensado que el trabajo no remunerado de las mujeres sufraga el costo en cuidados que sustenta a las familias, apoya a las economías y a menudo suple las carencias en materia de servicios sociales.

El valor del trabajo de cuidado no remunerado y del trabajo doméstico representa, según la ONU, entre un 10 y un 39 por ciento del producto interior bruto; puede pesar más en la economía de un país de lo que pesan la industria manufacturera, el sector del comercio o el del transporte.

Según informes de CEDAL, una mujer dedicada exclusivamente a las labores domésticas ocupa un promedio de 56 horas a la semana, que equivale a más o menos 8 horas diarias, y se ha calculado que las mujeres que trabajan fuera del hogar realizan tareas de la casa en un total de 36 horas semanales.

En un contexto de decrecimiento económico como el que vivimos, y de buscar estrategias de reactivación económica, ¡hombres!, compartan con sus compañeras, esposas, madres e hijas las tareas domésticas y de cuido, para que construyamos unidos una sociedad más productiva, equitativa y solidaria.

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