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La Costa Rica profunda despierta

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 12 octubre, 2018


La Costa Rica profunda despierta

Ha pasado ya un mes desde que se inició una “huelga” sui géneris; porque no se trata de un movimiento huelguístico tradicional en el que un gremio o un sector social determinado del país reivindica derechos laborales o aumento de salarios. Por el contrario, lo que ha sacudido a todos los estratos sociales de la nación, en forma tan intensa como pocas veces se ha experimentado en nuestra historia reciente, es un gigantesco movimiento de protesta que llegó a todos los rincones de nuestra geografía. Lo que permitió llamar “huelga” a este tsunami político-social es que fue liderado por los únicos sindicatos fuertes y masivos del país, como son aquellos que aglutinan a los trabajadores del sector público. En este caso, todos han participado de manera muy beligerante; a ellos se han unido sindicatos del sector privado y de profesionales de la salud. El movimiento contó con el apoyo decidido de sectores campesinos y de pequeños y medianos productores y empresarios, lo mismo que organizaciones indígenas. Es lo que he llamado la COSTA RICA PROFUNDA que, de manera tan organizada y beligerante nunca yo la había visto reaccionar y hacerse presente en nuestra vida política como ahora. A ellos se unieron estudiantes y sindicatos de las universidades públicas, aunque no haciendo un paro total sino tan solo participando en las manifestaciones. Sin embargo, quiero resaltar una de las más destacadas características de estos movimientos político-sociales que se vienen dando desde los inicios mismos de este siglo. Durante el siglo XX las protestas sociales fuero ante todo gremiales, por ende, de carácter eminentemente reivindicativas, por lo que se reducían al ámbito social sin cuestionar la estructura política y la legitimidad de sus corifeos; la última huelga de esta índole fue la protagonizada por los gremios de maestros y docentes de todas las esferas de la educación pública durante el gobierno Figueres Olsen y en la que defendían su régimen de pensiones. Por el contrario, ya en el primer año del nuevo siglo, el perfil de las manifestaciones masivas cambió radicalmente.

 Con el llamado COMBO DEL ICE que tuvo lugar en abril de 2000, se iniciaron lo que luego serán las típicas y reiterativas grandes manifestaciones del pueblo costarricense; donde las protestas son aún mucho más multitudinarias y son de índole político; se trata de luchas por el poder, por la hegemonía de la sociedad como un todo; en estos movimientos masivos las reivindicaciones no son de índole social, es decir, motivadas por reivindicaciones laborales o sociales de índole sectorial o gremial. La lucha social deviene lucha política; en ella la naturaleza del Estado es lo que, en última instancia, está en juego; la dinámica de estos procesos político-sociales obliga a ir a la raíz de los problemas económico-sociales viendo en ellos la manifestación más cruda de la explotación de una clase dominante y en el Estado la brutal expresión de los intereses de esos sectores hegemónicos. En concreto, se trata de un cuestionamiento del “(des)orden” establecido o status al que se ve como corrupto e inepto. De ahí la crisis de los partidos políticos que, de alguna manera y en la práctica, son reemplazados por los monopolios mediáticos convertidos en verdaderas dictaduras ideológicas. A todo lo cual los sectores populares, cuya principal y más aguerrida organización actualmente son los sindicatos del sector público, responden convirtiendo a los sindicatos en partidos políticos y a sus dirigentes en sus líderes; al desdibujarse la alianza entre partidos “reformistas”, sean de izquierda como comunistas y socialistas, sean de centro como los socialdemócratas o democratacristianos, entre los sindicatos de sus ideologías afines y los dirigentes políticos elegidos electoralmente para asumir los poderes de la República, especialmente el Legislativo y el Ejecutivo; las campañas electorales mismas han perdido su valor y son reemplazadas por las manifestaciones de masa y las confrontaciones ideológicas, de tono demasiado frecuentemente agresivas, en las redes sociales. Un nuevo concepto de democracia se está gestando en la práctica, que hace obsoleta la hasta hora imperante democracia representativa liberal y es reemplazada por la democracia directa y participativa, en la que la campaña electoral no es de un periodo o meses que anteceden a las elecciones, sino durante todo el tiempo; la política se democratiza, tanto en el tiempo como en el espacio, al convertirse en el ambiente normal en que viven los ciudadanos. Estamos ante una revolución política que se da en las relaciones sociales de la sociedad civil antes de lograr convertirse en una normativa constitucional. De ahí el carácter aparentemente caótico que podría generar una peligrosa tendencia a la demagogia filofascista, como lo estamos viendo en Brasil y en otros escenarios internacionales. Los partidos de centro que constituyeron el factor determinante en la conformación del orden político mundial después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, luego del fin de la Guerra Fría, están hoy en decadencia y crean un vacío de poder que se corre el grave riesgo de sea llenado peligrosamente por fuerzas políticas neofacistas. Costa Rica. situada en una región geopolíticamente de primera importancia como es el Caribe, no puede estar exenta de estas tendencias mundiales.

Pero hoy en Costa Rica hay indicios que nos permiten acunar pensamientos henchidos de esperanza, siento que hay un despertar de fuerzas sociales hasta que afloran en todas y cada una de las manifestaciones públicas donde los sectores hasta ahora marginados, como son los pueblos costeros, o la clase media que fue la gran beneficiada con las reformas sociales de los años 40 gracias al poder de un Estado fuerte ratificado en la Constitución Política de 1949 configurado a la luz del pensamiento de Rodrigo Facio y ejecutado en la décadas siguientes por el Partido Liberación de José Figueres Ferrer y Daniel Oduber. Estos sectores están hoy unidos estratégicamente luchando contra un enemigo común enquistado en los partidos tradicionales —en los que incluyo al PAC de Carlos Alvarado—. Estos partidos pugnan por imponer reformas de inspiración neoliberal cuyo objetivo último es menoscabar el mayor logro del pueblo costarricense en su historia, como es el Estado social de derecho. Los impuestos que ahora se tratan de imponer al pueblo como supuesta solución a la crisis fiscal que agobia al Estado, no es más que una receta neoliberal que no toca la causa estructural del problema, cual es la evasión de impuestos; mal generalizado en toda América Latina, la región más desigual del planeta; porque aquí las transnacionales y sus socios menores criollos no pagan impuestos o evaden los menguados que deben pagar. En Europa los impuestos están alrededor del 38%, en Estados Unidos del 28%; en Costa Rica no sobrepasan el 13%; aun así numerosas empresas los evaden; baste con recordar que el 25% de las grandes empresas alegan tener déficits (¡!). El propio Banco Mundial dice que en Costa Rica los impuestos directos al capital deben llegar al 20%; si esto se hiciera tendríamos la más grande y radical revolución política y social de nuestra historia.

En lo que llevamos del año, el pueblo costarricense ha protagonizado las que posiblemente sean las más grandes manifestaciones de masa de su historia. Cualquiera que sea el desenlace final de las reformas fiscales impulsadas por los partidos tradicionales, mayoritarios en los dos primeros poderes de la nación, pero cuya aprobación en la versión actual está en manos de los magistrados de la Sala Constitucional, debemos ver en lo acaecido un cambio cualitativo en la vida política nacional; cambio que, para que tenga efectos duraderos, debe llevar a la organización de un frente patriótico que posibilite que el pueblo ejerza efectivamente sus derechos y enrumbe al país hacia una democracia real basada en la equidad y la justicia social. Eso solo se logrará si la COSTA RICA PROFUNDA se aglutina en torno a un proyecto país en función de sus propios intereses. 

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