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Miércoles, 4 de diciembre de 2024



FORO DE LECTORES


Instrumentalización de las victimas colaterales

Tania Molina Rojas redaccion@larepublica.net | Lunes 04 noviembre, 2024


TM


Tania Molina. Consultora Criminología

Egresada William J. Perry Center sobre Crimen Organizado Transnacional y Redes Ilícitas en las Américas.

En la ola de violencia en que se encuentra el país donde las organizaciones criminales se han transformado significativamente, es notable el envío de mensajes y la instrumentalización de las víctimas colaterales para imponer su marca y controlar territorios.

Son realidades dentro de otras realidades, donde los delincuentes imponen su dominio mediante la violencia y el terror, emplean el homicidio como una herramienta, ya sea contra sus rivales o para someter a las comunidades. Sin embargo, no solo buscan eliminar la competencia, ellos pretenden establecer un mensaje de poder: una semiótica criminal, algo que se ha convertido en un modelo efectivo.

Para las organizaciones criminales en su proceso de asentamiento, lograr el control territorial aunque sea de forma temporal les confiere un sentido de pertenencia y asociatividad, que buscan evidenciar avanzando hacia otros territorios o manifestándose en la vía pública y en situaciones donde incluso están absolutamente enterados de que un familiar, un tercero en la ecuación resultará gravemente herido o muerto, sin embargo, no es casual, tampoco por ser neófitos o no saber disparar. Es adrede.

Esta semana, fuimos testigos de un homicidio de una mujer y un bebé de solo diez meses de edad; una demostración de cómo se ejerce el control territorial, evidenciando que son capaces de todo, que no importa quién esté al lado de su objetivo. Estos hechos, suelen desencadenar una reacción de sus rivales, activando nuevas o antiguas rencillas y desplazando la lucha territorial a otras zonas, únicamente en busca de venganza o de resonancia de la semiótica criminal. Estas pugnas continúan sin control, es un círculo interminable de violencia.

Lo más grave es que cada vez con más frecuencia, en medio de estos intentos de dominación territorial criminal quedan atrapadas escuelas, supermercados, restaurantes, clínicas, hospitales, entre otros espacios, que rápidamente se ven afectados, generando efectos sociales que, aunque inicialmente difíciles de medir, tienen un impacto existencial profundo para las comunidades afectadas. Esto termina por limitar gravemente el acceso de las personas a servicios básicos y afectar el comercio y el libre tránsito, por el gran temor de resultar víctimas colaterales. Así es como poco a poco, ganan terreno y restan derechos a las personas de bien.

En estadios más avanzados de control territorial, se desarrollan relaciones simbióticas entre los habitantes y los criminales, quienes instauran sus propios códigos y mecanismos de regulación, en lo que se conoce como gobernanza criminal. Un vínculo, que puede estar mediado por la debilidad institucional y la impunidad, espacios que las organizaciones criminales toman por la fuerza sometiendo a los residentes a guardar silencio e incluso mostrar lealtad.

Los habitantes de las comunidades bajo este esquema, presencian hechos violentos de forma cotidiana, y muchas veces alertan a los criminales sobre presencia policial, esconden objetos robados, armas e incluso droga. Son realidades complejas, diferentes, una heterotopía, los "territorios de los otros", espacios delineados por la sociedad misma, y son una especie de contra-espacios; una especie de utopías, contienen elementos que no encajan en el orden social establecido pero que funcionan a la ¨perfección en su interior¨, como la definió el filósofo francés Michel Foucault.

Desafortunadamente , vemos como cada vez más jóvenes se asocian en pandillas en las que el estatus se obtiene por medio de violencia y batallas por territorio, una subcultura criminal en crecimiento. Y las respuestas de los gobiernos en casi toda América Latina son las mismas: más ley, más cárcel, pero sin una segregación criminal, lo que están haciendo es sumar gente a un proceso de reclutamiento de pandillas mayores y mercados criminales intramuros que no readaptan a los que si están arrepentidos, solo se trata de encierro per se. Aunado a que se ha subvalorado la delincuencia propia, en una especie de negación y desdoblamiento; creer que nuestra delincuencia no es crimen organizado y que no ha sufrido grandes transformaciones en las últimas décadas.

Las soluciones no están únicamente en el ámbito represivo y legislativo, tiene que ser un proyecto de sociedad, no solo de Estado. El Estado no tiene la capacidad por sí solo. Es desde los hogares, la comunidad, las fuerzas vivas, donde podemos encontrar las soluciones, a una situación que no solo pone en riesgo a las comunidades que padecen permanentemente la violencia de forma directa, sino que también es un riesgo para la estabilidad política y económica de todo el país.

Solo con un pacto nacional, donde participemos todos, vamos a poder impedir que el crimen organizado continue avanzando y fortaleciéndose.










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