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Horrores suavizados

| Jueves 19 marzo, 2009




Horrores suavizados

• Discutible adaptación literaria, simplifica y minimiza el peso trágico del Holocausto judío

El niño con el pijama de rayas
(The Boy in the Striped Pyjamas)
Dirección: Mark Herman. Reparto: Asa Butterfield, David Thewlis, Vera Farmiga, Rupert Friend. Duración: 1.34. Origen: Inglaterra-EE.UU. 2008. Calificación: 5.

Basada en una exitosa novela de John Boyne, la producción británica “El niño con el pijama de rayas” propone un discutible acercamiento al argumento del Holocausto. Lo discutible de la operación, radica en su forma superficial de abarcar uno de los eventos más atroces de todos los tiempos: el intento de genocidio perpetrado por el régimen nazi en contra del pueblo judío, durante la Segunda Guerra Mundial.
Casi toda la trama está resumida en la ilustración del afiche publicitario, donde se observan dos niños separados por un alambre de púas. El primero es Bruno, hijo de un alto oficial del ejército alemán; el otro es Shmuel, un chico judío prisionero de un campo de concentración. Ambos tienen ocho años de edad y enlazan una amistad insólita, destinada a tener graves repercusiones.
Además de forzado y poco creíble, sobre todo en su sección conclusiva, el relato carece de tensión dramática y se desarrolla de manera convencional. El director Mark Herman renuncia a cualquier intento de reproducir la mirada inocente de Bruno. El público está siempre adelantado con respecto al personaje, y comprende lo que éste ignora. Es un error garrafal de concepción narrativa, que desvirtúa el sentido mismo de la obra y agudiza aún más sus limitaciones.
El exterminio de millones de personas es un tema demasiado delicado como para ser tratado con ligereza o ambigüedad; mas esto es exactamente lo que sucede en la película. Es tan esquemática y simplificada, que parece concebida para un público infantil, o para individuos que desconozcan por completo la historia del siglo pasado.
Sin embargo, incluso desde una perspectiva didascálica, la cinta despierta muchas dudas. No solamente minimiza el alcance de la tragedia, suavizando una dura realidad; sino que incorpora en la narración diálogos potencialmente peligrosos, los cuales sugieren las motivaciones ideológicas de los alemanes, legitimizando indirectamente sus acciones.
Se les puede otorgar a los autores el beneficio de la duda: quizá estaban en buena fe, cuando decidieron humanizar a los verdugos, ofreciendo además una visión edulcorada de horrores tan espeluznantes que estremecen la razón. Más allá de las intenciones, los resultados chocan por inconsistentes y triviales.
Aceptable en su presentación formal y bien actuada, “El niño con el pijama de rayas” peca de artificial y manipuladora, recurriendo a ganchos lacrimógenos baratos, con tal de provocar reacciones emotivas en los espectadores sensibles.






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