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Gestos de paz

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 24 julio, 2015


Cuando el ser humano asume el rol de sujeto de la historia, la libertad no puede ser concebida como libre albedrío

Gestos de paz

El filósofo griego Heráclito decía que el dios Polemos —la guerra— es el dios de la historia. Inspirado en esa línea de pensamiento —la dialéctica—, Hegel afirmaba que la palabra “historia” no es más que un eufemismo por “violencia”.
La política ha sido vista como la administración del poder concebido como ejercicio de la violencia. El derecho nació en Roma para controlar la violencia dentro de los límites fijados por la ambición de poder.
Hobbes calificaba el estado originario del ser humano como “la guerra de todos contra todos”. Una de las mayores “revoluciones” —si no la mayor— es que esta concepción tradicional de la política está cambiando debido a que el poder destructor, acumulado por la humanidad en el último siglo gracias al conocimiento científico y la tecnología que de allí se desprende, le ha dado la capacidad no tanto de destruir al enemigo cuanto de destruirse a sí misma.
Lacan dice que la mayor descarga de placer libidinal que puede experimentar la especie es el suicidio, cosa en que coincide Camus, quien afirma que el suicido es la única cuestión metafísica realmente seria.
La humanidad se enfrenta hoy a ese dilema por dos causas: la acumulación de armamento nuclear y la sistemática destrucción ecológica. Hay zonas geográficas especialmente “calientes” donde se manifiesta esa peligrosidad de provocar una guerra planetaria que, como lo advertía Einstein, sería la última de la especie.
Dos son los principales puntos álgidos: el Medio Oriente en Europa y el mar Caribe en América, debido a que ambas son regiones donde el control del comercio mundial es vital. Conscientes del peligro que allí se pueda dar la temida conflagración, en estos días se han dado dos gestos de paz que deben llenarnos de esperanza: la firma de un acuerdo sobre control de la energía nuclear en Irán, principal potencia emergente de la región, y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, último residuo de la Guerra Fría en nuestro continente.
Estos gestos de paz implican un cambio en la concepción de la política, pues esta no se asume como imposición de la fuerza sino como diálogo que lleva a los contrincantes a dar cabida a espacios de paz.
Es el triunfo de la diplomacia en el mejor sentido de la palabra: el arte de construir acuerdos basados en la buena voluntad en vista al bien común de las naciones. No hay aquí vencidos; todos son vencedores. En este caso, la humanidad entera es la vencedora.
Tal, considero, debe ser el camino que conduzca a un arreglo político que consolide la paz entre las dos Américas, en el caso de la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y a poner fin a las interminables guerras en el Medio Oriente.
Ambos pasos son indispensables para que el siglo XXI no sea el último de la especie. Cuando el ser humano asume el rol de sujeto de la historia, la libertad no puede ser concebida como libre albedrío; se debe concebir desde el ámbito axiológico, es decir, como la opción responsable en vistas de lo mejor. Así debemos juzgar el asunto que ahora comentamos.
 

Arnoldo Mora

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