Felicidad
| Miércoles 03 agosto, 2011
Felicidad
Nos han recomendado nunca ir a comprar comestibles con el estómago vacío, pues de hacerlo terminamos adquiriendo muchas cosas innecesarias por puro antojo. Pero valdría más se nos aconseje no andar por el mundo sin habernos aclarado qué nos da felicidad (para no buscarla en banalidades). Queremos ser felices, la pregunta es “¿cómo?”.
Vera usted, si yo no me contesto esa pregunta, la responderán por mí otros con intereses diversos. Podrán hacerme creer que la encuentro entre los objetos que acumulo, sobre todo por sus marcas o el costo; pero siempre habrá otras cosas, más nuevas, más caras, y la felicidad me huirá con el avance de la moda o la tecnología.
“Mis casas para mis cosas” pensaba Neruda, pero ¿qué me dicen sus grandes colecciones sobre dónde estaba su felicidad?, ¿o me lo dirá su poesía y su historia?
Puede ser que me hagan pensar que mi felicidad está en el éxito, los títulos, la fama y los aplausos; entonces hago lo que sea para alcanzarlos y, ya con ellos (si los logro), me siento vacío.
Lo tengo todo, pero no soy nada, ni soy feliz.
Entonces otras voces me hablan del placer, de la fiesta eterna y los excesos, pero no de la resaca, del agotamiento de mí mismo.
Es algo parecido a un gozo pero efímero, casi efervescente. No puedo —no quiero— dejar a mi felicidad depender de un estado de adormecimiento etílico, de un encuentro casual, de ganar un concurso, de conseguir un autógrafo del artista del momento.
Cansado de buscar la felicidad como un arco iris en el horizonte que se aleja o desaparece cuanto más me esfuerzo en alcanzarlo, procuro entonces estar bien y en paz conmigo y con los otros.
Me siento satisfecho al compartir con mi familia, al saludar al amigo. Me siento pleno cuando hago bien mi trabajo y me llevo bien con mis vecinos.
Así, de pronto, me pongo a pensar en la forma en que estoy viviendo mi vida, y descubro que soy feliz. Ese es mi caso, no sé el suyo.
Rafael León Hernández
Nos han recomendado nunca ir a comprar comestibles con el estómago vacío, pues de hacerlo terminamos adquiriendo muchas cosas innecesarias por puro antojo. Pero valdría más se nos aconseje no andar por el mundo sin habernos aclarado qué nos da felicidad (para no buscarla en banalidades). Queremos ser felices, la pregunta es “¿cómo?”.
Vera usted, si yo no me contesto esa pregunta, la responderán por mí otros con intereses diversos. Podrán hacerme creer que la encuentro entre los objetos que acumulo, sobre todo por sus marcas o el costo; pero siempre habrá otras cosas, más nuevas, más caras, y la felicidad me huirá con el avance de la moda o la tecnología.
“Mis casas para mis cosas” pensaba Neruda, pero ¿qué me dicen sus grandes colecciones sobre dónde estaba su felicidad?, ¿o me lo dirá su poesía y su historia?
Puede ser que me hagan pensar que mi felicidad está en el éxito, los títulos, la fama y los aplausos; entonces hago lo que sea para alcanzarlos y, ya con ellos (si los logro), me siento vacío.
Lo tengo todo, pero no soy nada, ni soy feliz.
Entonces otras voces me hablan del placer, de la fiesta eterna y los excesos, pero no de la resaca, del agotamiento de mí mismo.
Es algo parecido a un gozo pero efímero, casi efervescente. No puedo —no quiero— dejar a mi felicidad depender de un estado de adormecimiento etílico, de un encuentro casual, de ganar un concurso, de conseguir un autógrafo del artista del momento.
Cansado de buscar la felicidad como un arco iris en el horizonte que se aleja o desaparece cuanto más me esfuerzo en alcanzarlo, procuro entonces estar bien y en paz conmigo y con los otros.
Me siento satisfecho al compartir con mi familia, al saludar al amigo. Me siento pleno cuando hago bien mi trabajo y me llevo bien con mis vecinos.
Así, de pronto, me pongo a pensar en la forma en que estoy viviendo mi vida, y descubro que soy feliz. Ese es mi caso, no sé el suyo.
Rafael León Hernández