Espejismos de Desarrollo
| Lunes 01 agosto, 2011
Espejismos de Desarrollo
Algo anda mal en Guanacaste y Escazú, comentaban sus humildes pobladores al ver levantarse tantas construcciones de lujo. Algunas con vista a la playa, otras a barrios del sur, pero todas significativamente más caras que sus similares en Florida y hasta en Europa.
En el fondo advertían lo que economistas, analistas financieros y estudiosos de la materia económica no veían. El famoso boom inmobiliario era una simple ilusión, camuflada detrás de un exorbitante sobreprecio, jamás sostenible en el corto y mediano plazo.
Parte del país apostaba por una burbuja inmobiliaria especulativa, cuyo resultado inmediato era alejarnos cada vez más del ansiado ideal de desarrollo, porque difícilmente el progreso ha llegado a ningún lugar del planeta, a base de ladrillo y destrucción de los recursos naturales.
En lugar de levantarse escuelas de primera, colegios públicos con estándares internacionales de calidad, fortalecer la educación superior pública invirtiendo en investigación y desarrollo, supervisar la alocada apertura de “universidades” más que cuestionables, o apoyar a más y más emprendedores; apostábamos por casas, hospitales, hoteles y condominios de lujo; imposibles e inaccesibles para la inmensa mayoría de los costarricenses.
Al fin y al cabo nos decían “los que saben”, se estaba generando empleo, por lo que nadie debía de preguntarse si era o no de calidad. El parcelero se convertía rápidamente en mesero y el finquero se paseaba en carros de lujo, después de vender “muy bien” y pasar a la planilla de los nuevos dueños.
El turismo era la carrera del futuro y principal fuente de “riqueza”, todo lo demás, secundario. Algunos bancos “del lado del cliente” prestaban a tasas muy atractivas, para que parte de nuestras emblemáticas playas se convirtieran en sendos destinos pachangueros, por no decir otra cosa. Muchos compraban “barato” para en el corto plazo vender bien caro. No pocos creían que en Guanacaste y en ciertos barrios del momento muy pronto solo se hablaría inglés. Ese era el camino ¡al desarrollo! y nuestros políticos, muy a tono con sus ganas de figurar, hacían acto de presencia en cada nuevo megaproyecto estrenado, pero se perdían la inauguración de escuelitas pequeñas e insignificantes para la foto.
Mientras tanto se gastaban millones en promoción del país. Los permisos de construcción o los estudios de impacto ambiental y social eran burocracia innecesaria, que había que eliminar cuanto antes. Empresas de prestigio abrían oficinas en la pampa y los súper chuzos de lujo se exhibían en Escazú. Ya casi nos parecíamos a Miami o a la Riviera Francesa, y la prensa especializada urgía y exigía mejores carreteras. Nadie se acordó de que los economistas han definido al turismo y al ladrillo desde hace ya mucho tiempo como unas generaly low paying industries ahora que todos deberíamos ser bilingües.
Pero de pronto la burbuja estalló, y como era de esperarse lo hizo con virulencia, trayéndose abajo la ilusión. El crédito se cerró, tanto en el mercado local como en el internacional. Ahora sí importaban los precios, los cuales se derrumbaron hasta un 50%, los avalúos empezaron a ser reales y no ficticios, mientras las obligaciones contraídas no se podían honrar, adquiridas la mayoría bajo falsos supuestos, cuyo resultado final: obras abandonadas a medio terminar. Para colmo de males un informe del Estado de la Nación reveló que Guanacaste era una de las provincias con mayor pobreza: ¡que tortón!, pero al preguntársele a algunos hombres de negocios sobre errores cometidos, nos explican que más que errores, son experiencias ganadas. Pero quienes gobiernan y llevan bajo sus hombros el rumbo del país no pueden pensar de la misma manera y deben no solo reconocer los errores sino mirar al pasado, estudiarlo con detenimiento y tomar medidas correctivas para no repetirlos de nuevo.
Pablo Brown Taylor
Pablo.brown@yahoo.com
Algo anda mal en Guanacaste y Escazú, comentaban sus humildes pobladores al ver levantarse tantas construcciones de lujo. Algunas con vista a la playa, otras a barrios del sur, pero todas significativamente más caras que sus similares en Florida y hasta en Europa.
En el fondo advertían lo que economistas, analistas financieros y estudiosos de la materia económica no veían. El famoso boom inmobiliario era una simple ilusión, camuflada detrás de un exorbitante sobreprecio, jamás sostenible en el corto y mediano plazo.
Parte del país apostaba por una burbuja inmobiliaria especulativa, cuyo resultado inmediato era alejarnos cada vez más del ansiado ideal de desarrollo, porque difícilmente el progreso ha llegado a ningún lugar del planeta, a base de ladrillo y destrucción de los recursos naturales.
En lugar de levantarse escuelas de primera, colegios públicos con estándares internacionales de calidad, fortalecer la educación superior pública invirtiendo en investigación y desarrollo, supervisar la alocada apertura de “universidades” más que cuestionables, o apoyar a más y más emprendedores; apostábamos por casas, hospitales, hoteles y condominios de lujo; imposibles e inaccesibles para la inmensa mayoría de los costarricenses.
Al fin y al cabo nos decían “los que saben”, se estaba generando empleo, por lo que nadie debía de preguntarse si era o no de calidad. El parcelero se convertía rápidamente en mesero y el finquero se paseaba en carros de lujo, después de vender “muy bien” y pasar a la planilla de los nuevos dueños.
El turismo era la carrera del futuro y principal fuente de “riqueza”, todo lo demás, secundario. Algunos bancos “del lado del cliente” prestaban a tasas muy atractivas, para que parte de nuestras emblemáticas playas se convirtieran en sendos destinos pachangueros, por no decir otra cosa. Muchos compraban “barato” para en el corto plazo vender bien caro. No pocos creían que en Guanacaste y en ciertos barrios del momento muy pronto solo se hablaría inglés. Ese era el camino ¡al desarrollo! y nuestros políticos, muy a tono con sus ganas de figurar, hacían acto de presencia en cada nuevo megaproyecto estrenado, pero se perdían la inauguración de escuelitas pequeñas e insignificantes para la foto.
Mientras tanto se gastaban millones en promoción del país. Los permisos de construcción o los estudios de impacto ambiental y social eran burocracia innecesaria, que había que eliminar cuanto antes. Empresas de prestigio abrían oficinas en la pampa y los súper chuzos de lujo se exhibían en Escazú. Ya casi nos parecíamos a Miami o a la Riviera Francesa, y la prensa especializada urgía y exigía mejores carreteras. Nadie se acordó de que los economistas han definido al turismo y al ladrillo desde hace ya mucho tiempo como unas generaly low paying industries ahora que todos deberíamos ser bilingües.
Pero de pronto la burbuja estalló, y como era de esperarse lo hizo con virulencia, trayéndose abajo la ilusión. El crédito se cerró, tanto en el mercado local como en el internacional. Ahora sí importaban los precios, los cuales se derrumbaron hasta un 50%, los avalúos empezaron a ser reales y no ficticios, mientras las obligaciones contraídas no se podían honrar, adquiridas la mayoría bajo falsos supuestos, cuyo resultado final: obras abandonadas a medio terminar. Para colmo de males un informe del Estado de la Nación reveló que Guanacaste era una de las provincias con mayor pobreza: ¡que tortón!, pero al preguntársele a algunos hombres de negocios sobre errores cometidos, nos explican que más que errores, son experiencias ganadas. Pero quienes gobiernan y llevan bajo sus hombros el rumbo del país no pueden pensar de la misma manera y deben no solo reconocer los errores sino mirar al pasado, estudiarlo con detenimiento y tomar medidas correctivas para no repetirlos de nuevo.
Pablo Brown Taylor
Pablo.brown@yahoo.com