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NACIONALES


Escalador de retos

| Sábado 15 marzo, 2014


Mientras subía a la cumbre del Everest, Warner comenzó a pensar en gente que inspiraba: los muchachos de las Olimpiadas Especiales, las hermanas Poll y en Franklin Chang. Esteban Monge/La República


Lo que se propone lo cumple, sea ya o dentro de 20 años

Escalador de retos

Pasó de constructor a ser el primer tico en llegar a la cumbre del monte Everest

Con lágrimas en sus ojos al recordar lo vivido durante tres meses en la expedición hacia la cumbre del Everest, el escalador nacional Warner Rojas, expuso su vida, sus retos y su lucha por ser mejor cada día y por demostrar que lo que se sueña se puede hacer realidad.
El niño que una vez descubrió el amor por escalar y tener el mundo a sus pies, cuando por primera vez visitó la Cruz de Alajuelita y ahora se prepara para escalar las diez montañas más altas de América, sin dejar de lado su hazaña en la cima del mundo, el monte Everest.
Con botas de hule y un saco, emprendió su camino por las montañas nacionales; cuando logró profesionalizarse un poco, obtuvo una mochila, unos zapatos, aprendió a orientarse y continuó por las cumbres más altas del mundo, donde destaca el Aconcagua.

¿Dónde se crió Warner?
Me crié precisamente en la propiedad donde vivo, en Escazú. Crecí entre cafetales, potreros, íbamos al río, a las pozas y corriendo entre árboles, era una vida totalmente de campo; había mucha libertad.

¿De dónde nació el amor por el montañismo?
Como a los nueve años mi mamá me llevó a la Cruz de Alajuelita en romería. Nos fuimos por el lado equivocado, y el más duro de paso. Cuando llegamos, quedé impactado de ver las montañas que había detrás de la cruz y así fue como nació la ilusión de ir a la montaña.

La primera cumbre que hizo a los nueve años, la Cruz de Alajuelita, la ha subido 400 veces. Esteban Monge/La República

¿Qué lo llevó a escalar montañas?
Creo que esa idea de curiosear y de ver qué hay más allá, porque cuando fui a la cruz me quedé viendo las montañas y me pregunté —¿dónde está eso?— y soy de ideas fijas —sea hoy o dentro de 20 años, pero lo hago—.

¿Fue difícil el inicio?
No, porque hacía lo que me gustaba. Lo que sí me costó fue el paso de constructor a dedicarme al turismo. Cuando logré sacar bachillerato por madurez, me metí al INA a estudiar turismo y me especialicé en caminatas. Ese paso para dedicarme al turismo que no era tan estable, fue muy duro.

¿Cómo empezó a escalar montañas?
Empecé subiendo montañas en Costa Rica, el Chirripó varias veces, después me propuse el proyecto de las cumbres de Centroamérica, al cumplir esto, pasé a las montañas con hielo y hasta que un día dije —voy a subir Everest—.

¿Cuántas montañas ha escalado?
En Costa Rica casi que todas las montañas, pueden ser unas 70 y fuera de Costa Rica unas 20. Claro, muchas de las montañas nacionales las he escalado varias veces, la Cruz de Alajuelita 400, el Chirripó 80.

¿Fue el Everest su mayor reto?

No, porque estaba física y mentalmente preparado. Ha sido la mayor altura, pero mi mayor reto fue estar tres meses lejos de mi familia y además, hacer que la gente creyera, porque tuve que crear un nombre y cambiar la mentalidad de las empresas para lograr que me patrocinaran.

¿Cuál montaña ha sido la más pesada?
No fue el Everest. Físicamente, ha habido montañas en las que me he sentido más cansado, más desgastado, como Chimborazo en Ecuador; claro, es que se sube y se baja en un día.

¿Tuvo tensión en algún momento escalando el Everest?
Sí. Cuando a un sherpa (guía) le cayó una avalancha y casi lo mata; se estaba cancelando la expedición y venir a rendir cuentas de por qué no había subido era la parte más complicada, pero no era por una situación mía, fue muy frustrante.

¿Qué hicieron para que no se cancelara?
En principio había tres ventanas de buen tiempo para subir, que es cuando baja la intensidad del viento de 100 km/h a 30 km/h. La primera para que los sherpas montaran cuerdas desde la cumbre, la segunda fue cuando se vino la avalancha y la tercera no estaba confirmada, pero cuando nos alistábamos para regresar, la confirmaron y pudimos hacer cumbre.

¿Qué pensaba mientras subía?
Empezamos a caminar a las 8 p.m., pensaba en la familia y amigos. Me encontré cinco cadáveres, tres recientes y dos momificados. Entonces, pensé en gente que inspiraba: los chicos de olimpiadas especiales, las hermanas Poll, en Franklin Chang, muchas cosas positivas.

¿Qué fue lo primero que se le vino a la mente cuando hizo cumbre?
Me dije —cómo costó llegar aquí, pero se logró—. Abracé al sherpa y me senté para ver que tenía el mundo a mis pies y a ver la curvatura del mundo. Cuando estaba en eso, escuché mi nombre y pensé que era San Pedro, pero era un ecuatoriano que había conocido en otra montaña.

¿Lo volvería a subir?
Sí, de que voy, voy. Quiero ver cómo se siente escalar conociendo lo que hay, lo que conlleva. Pero ahora vuelvo a los Himalayas, dentro de tres años a escalar Lhotse, que es la cuarta montaña más alta del mundo, está a la par del Everest.

¿Qué sigue para Warner?
Tengo un proyecto que se llama “Camino a los ocho miles”. Ya subí el Aconcagua, que está dentro de este proyecto, y en julio-agosto voy a Huascarán en Perú, que ya lo subí. En octubre-noviembre, vuelvo a Argentina a Catamarca, a escalar Bonete y el Pissis, que junto a Ojos del Salado, serían las diez montañas más altas de América y termino con el Pico a Lenin en Kirguistán, como preparación para volver a Himalayas.


Tatiana Fernández B.
tfernandez@larepublica.net
@tfernandezLR







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