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El ajedrez geopolítico de Putin (II)

Bruno Stagno bstagno@gmail.com | Lunes 24 marzo, 2014


Si Occidente permanece a la espera de que la “mano invisible” le aseste un rudo golpe a Putin, confirmará que no tiene la voluntad política de jugar ajedrez con Putin


El ajedrez geopolítico de Putin (II)

A falta de medidas políticas y diplomáticas de envergadura, y con solo unas pocas sanciones económicas adoptadas a la fecha, Occidente parece resignado a que la "mano invisible" de la economía mundial logre atemperar los impulsos expansionistas de Rusia. Dicho cálculo, sin embargo, parece errado por tres razones.
Primero, la valuación que hace Occidente de los bienes adquiridos por Rusia probablemente difiere en mucho de la valuación que hace Moscú.
Crimea es un bien geoestratégico con valor intrínseco, además de ser el patio trasero del puerto de Sebastopol. Este enclave, de 864 kilómetros cuadrados, tiene una importancia incalculable en razón de ser el único puerto de clima húmedo subtropical desde el cual puede operar la marina rusa, además de ofrecer acceso directo al Mar Negro y de allí al Mar Mediterráneo y más allá.
La mera continuidad de la Flota Rusa del Mar Negro en Sebastopol desde 1783 a la fecha, aun después de la cesión del puerto a Ucrania en 1954 y su permanencia como parte integral de Ucrania tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, es un claro reflejo de las ventajas comparativas que tiene dicha base sobre otras menores en el Mar Negro que sí permanecieron en Rusia.
Segundo, como parte del último acuerdo suscrito entre Rusia y Ucrania en 2010 para prolongar la permanencia de la Flota Rusa del Mar Negro en Sebastopol hasta 2042, Rusia acordó un descuento en el precio de sus ventas de gas a Ucrania.
Dicho descuento, que asciende a unos 1.095 millones de dólares anuales y 33 mil millones de dólares hasta 2042, da una idea más clara del valor que Rusia le otorga a Sebastopol.
Con la anexión de Sebastopol iniciada tras el referéndum del 16 de marzo pasado, dicho descuento está más que en duda, potencialmente ahorrándole a Rusia dichas sumas para otros fines.
Tercero, las operaciones emprendidas por Rusia para hacerse de la península de Crimea no fueron una costosa invasión, como las perpetradas por la Unión Soviética en Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 o Afganistán en 1980. En esta ocasión, repitieron el plan ensayando con éxito en Transdniestria en 1992: una infiltración de bajo costo.
Los costos de “ocupación” también serán exponencialmente menores en razón de la casi contigüidad de la península de Crimea con Rusia a través del estrecho de Kerch (4 kilómetros) y la existencia de una población mayoritariamente rusa que ha optado por la reunificación con Rusia.
Esto no quiere decir que los mercados financieros y relaciones comerciales no afectarán negativamente a Rusia a corto plazo. Lo harán, pero el potencial de inversión e intercambio con Rusia terminará por limitar el impacto económico de la agresión contra la península de Crimea y las sanciones bilaterales y multilaterales impuestas a Rusia.
Si Occidente permanece a la espera de que la “mano invisible” le aseste un rudo golpe a Putin, confirmará que no tiene la voluntad política de jugar ajedrez con Putin.

Bruno Stagno Ugarte

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