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El sesgo de autoridad

José Pablo Rodríguez eterms@gmail.com | Lunes 30 agosto, 2021

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Luego de las atrocidades cometidas durante el Holocausto, muchos se preguntaban cómo fue posible que tantas personas en la Alemania nazi, simplemente ejecutaran las órdenes de Hitler y sus colaboradores, exterminando a millones de judíos. La pregunta que muchos se hicieron: ¿Por qué no hubo resistencia a ejecutar las atrocidades que se le encomendaron a personas, de algún modo, comunes y corrientes?

En 1961 en la Universidad de Yale, se iniciaron una serie de pruebas de psicología social sobre la obediencia a las figuras de autoridad por parte del psicólogo Stanley Milgram. El objetivo era medir la disposición de un participante de obedecer las instrucciones de una autoridad aun cuando estas pudieran entrar en conflicto con su conciencia. Las pruebas iniciaron solo tres meses después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania.

Milgram reclutó a un total de 40 participantes por medio de un anuncio en el periódico, en el cual se les invitaba a formar parte de un experimento sobre “memoria y aprendizaje”. A los participantes se les pagaría cuatro dólares, asegurándoles que recibirían el pago independientemente del resultado del experimento. Se les hizo saber que el experimento involucraba tres personas: el investigador (que portaba una bata blanca y fungía como autoridad) el maestro y el alumno. A los voluntarios siempre se les asignaba mediante una falsa rifa el papel de maestro, mientras que el papel del alumno siempre fue asignado a un cómplice de Milgram. Tanto maestro como alumno serían asignados en cuartos separados por una pared, el maestro observaba siempre como el alumno era atado a una silla para “evitar movimientos involuntarios” y se le colocaba electrodos, mientras el maestro era asignado en la otra habitación frente a un generador de descarga eléctrica con interruptores que regulaban la intensidad de la descarga en incrementos de 15 voltios, oscilando entre 15 y 450 voltios y que proporcionaría la descarga indicada al alumno. Milgram también se aseguró de colocar etiquetas que indicaran la intensidad de la descarga (moderado, fuerte, peligro, descarga grave y XXX). En realidad, el generador no proporcionaba ninguna descarga al alumno y sólo producía un sonido al pulsar los interruptores.

El sujeto reclutado fue instruido para enseñarle pares de palabras al alumno. El alumno debía recordar las palabras y repetirlas de vuelta. En caso de que cometiera algún error, el alumno debía ser castigado aplicándole una descarga eléctrica, que sería 15 voltios más potente tras cada error. En realidad el alumno nunca recibía descargas. Sin embargo, para dotar de realismo la situación de cara al participante, tras pulsar el interruptor, se activaba un audio grabado anteriormente con lamentos y gritos que con cada interruptor incrementaba y se hacían más quejumbrosos. Si el maestro se negaba o llamaba al investigador, éste respondía con una respuesta predefinida: “continúe por favor”, “siga por favor”, “el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente esencial que continúe”, “usted no tiene otra opción, debe continuar”. Y en caso de que el sujeto preguntara quién era responsable si algo le pasaba al alumno, el investigador se limitaba a contestar que él era el responsable.

Durante la mayor parte del experimento, muchos sujetos mostraron signos de tensión y angustia cuando escuchaban los gritos en la habitación contigua que, ellos creían, eran provocados por las descargas eléctricas. Tres sujetos tuvieron “ataques largos e incontrolables” y si bien, la mayoría de los sujetos se sentían incómodos haciéndolo, los cuarenta sujetos obedecieron aplicando descargas hasta los 300 voltios mientras que 25 de los 40 sujetos siguieron aplicando descargas hasta el nivel máximo de 450 voltios. Un total de 65% de los sujetos llegó hasta el final, inclusive cuando en algunas grabaciones el sujeto se quejaba de tener problemas cardíacos. El experimento era concluido por el investigador tras tres descargas de 450 voltios.

Los experimentos de Milgram son muy importantes pues demostraron lo fácil que es “apagar la conciencia” de un individuo cuando está siguiendo ciegamente una figura de autoridad. Los resultados de estas pruebas deben ser ampliamente difundidos para que, con conocimiento de este tipo de sesgos cognitivos, las personas puedan reconocer situaciones de peligro.

José Pablo Rodríguez es Director Regional en Asia, de la Promotora del Comercio Exterior de Costa Rica (PROCOMER)*, es Máster en Gerencia y Negociaciones Internacionales y tiene una especialización en Liderazgo de Talentos y Equipos.

*Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no representan la visión u opinión de la organización para la que trabaja.






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