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El ocaso de un mito

| Jueves 28 febrero, 2008




El ocaso de un mito

• Un estilo depurado y minimalista se presta para cuestionar los valores tradicionales del western

“El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”
(The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford)
Dirección: Andrew Dominik. Reparto: Brad Pitt, Casey Affleck, Sam Rockwell, Sam Shepard. Duración: 2:40. Origen: EE.UU. 2007. Calificación: 8.

Con su segunda realización, después de la impactante “Chopper” (2000), el cineasta australiano Andrew Dominik confirma su originalidad y talento. “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” es una propuesta artísticamente ambiciosa y comercialmente arriesgada.
Aunque cuenta con un reparto estelar, encabezado por el divo Brad Pitt, este no es el típico producto de rápido consumo, confeccionado para entretener al público masivo. Es un refinado western crepuscular, que privilegia el análisis psicológico por encima de la acción. Por ello, está destinado a defraudar a quienes esperan elementos espectaculares como cabalgadas y tiroteos. El desarrollo es lento, los diálogos esenciales, el ritmo pausado. La rebuscada fotografía de Roger Deakins revela un gusto pictórico, que encuentra su complemento ideal en las melodías hipnóticas de Nick Cave y Warren Ellis.
Este estilo depurado y minimalista se presta para cuestionar los valores tradicionales del género. Con base en una novela de Ron Hansen, el director mantiene una actitud revisionista, describiendo el ocaso de un mito. La idea es buscar la verdad, detrás de sucesos que la imaginación popular ha transformado en cuentos de heroísmo. Aquí no hay pistoleros valientes ni hombres de honor, sino individuos dominados por el miedo y la desconfianza, compañeros que se traicionan recíprocamente y se disparan en la espalda.
El forajido Jesse James, quien pasó a la historia como una especie de Robin Hood norteamericano, sale despojado del aura glamorosa que usualmente lo acompaña. En la sutil interpretación de Brad Pitt, su carácter resulta ambiguo y misterioso. Atento padre de familia y a la vez matón despiadado, parece existir únicamente en función de su imagen de antisocial convertido en celebridad.
Robert Ford es el joven maleante que lo idolatra y desea reemplazarlo. El desempeño histriónico de Casey Affleck es escalofriante en su veracidad, captando matices imperceptibles de una personalidad insegura y mezquina. La cinta muestra los peligros implícitos en el culto a los famosos, meditando acerca de la tendencia común de glorificar a los criminales.
La trama no es novedosa. Retoma conceptos ya elaborados antes, por autores como Samuel Fuller (“Yo maté a Jesse James”, 1949), Robert Altman (McCabe y la Sra. Miller”, 1971) y Clint Eastwood (“Los imperdonables”, 1992). En verdad, la película de Dominik es digna de figurar al lado de tan ilustres predecesoras. Aunque peca de prolija, ejerce una intensa fascinación.






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