El mundo tiene sed
| Miércoles 25 marzo, 2009
El mundo tiene sed
Oscar Arias Sánchez
Presidente de la República
A menudo empleamos la expresión “el mundo tiene sed” en un sentido abstracto y figurativo. Decimos que el mundo tiene sed de justicia, sed de igualdad, sed de belleza, sed de libertad. Pero hoy el mundo tiene sed en un sentido literal. Hay casi 890 millones de personas en la Tierra que no cuentan con acceso a fuentes de agua potable. En cualquier momento de cualquier día, la mitad de las camas hospitalarias son ocupadas por pacientes que sufren enfermedades relacionadas con la disponibilidad y la calidad del agua. El 98% de las muertes producidas por esas enfermedades, ocurre en países en vías de desarrollo. Aunque hemos logrado avances importantes en alcanzar que el agua potable llegue a la mayor cantidad de personas, se vuelve cada vez más evidente que el problema de la accesibilidad no es el único de nuestros desafíos.
La cantidad de agua disponible para el consumo humano directo, que hasta ahora era menos del 1% del agua dulce en el mundo, se ha ido reduciendo de forma exponencial por causa del calentamiento global, la salinización, la desertificación y la contaminación. El crecimiento demográfico nos obligará a aumentar nuestro consumo de agua en un 40% o un 50% durante las próximas cuatro o cinco décadas. No sólo seremos más, sino también consumiremos más en términos per capita. Se estima que por cada tonelada de trigo que se produce en Asia, se emplean alrededor de 1.000 toneladas de agua. Cualquiera de nosotros, en su baño matutino de 2 o 5 minutos, consume más agua que la que utiliza en todo un día un típico habitante de una zona marginal, en los países más pobres del mundo. Como éstos puedo dar mil ejemplos, y en todos el consejo será siempre el mismo: pensar antes de consumir, recordando siempre que el agua sucia no puede ser lavada.
Decía el escritor angloamericano, T. S. Eliot, que no es posible encontrar un sustituto para el sentido común. En efecto, en la vida hay cosas reemplazables y cosas irremplazables. La energía que produce el petróleo puede ser sustituida, y Costa Rica debe ser capaz de encontrar diferentes alternativas. Si queremos alcanzar la meta de convertirnos en un país neutral en emisiones de carbono para el año 2021, entonces tenemos que hacer un esfuerzo colosal por sustituir la energía térmica por fuentes renovables de energía. Es por eso que en estos tres años de Gobierno hemos estimulado la inversión en energía solar, eólica, geotérmica y biomásica. Por esa razón, también continuaremos con nuestro compromiso de no permitir la exploración petrolera en suelo costarricense. Espero que los próximos gobiernos asuman también su cuota de responsabilidad, y que el sentido común siga siendo el norte irremplazable de nuestras políticas productivas y ambientales.
Ahora bien, podemos sustituir el petróleo pero no el agua. Nada puede hacer el Gobierno para proteger este valioso recurso, si no cuenta con el apoyo de la sociedad. Sin la ayuda de nuestros empresarios y comerciantes, sin el compromiso de nuestros agricultores y amas de casa, sin la voluntad para educar de nuestros profesores y maestros. Necesitamos un cambio social, y no sólo un cambio político. Un cambio en el que todos aceptemos nuestra cuota de responsabilidad. Tanto ambientalistas como no ambientalistas, habitantes de zonas rurales como habitantes de zonas urbanas, personas ricas como personas pobres, nacionales como extranjeros; todos somos consumidores, y todos, por consecuencia, debemos reconocer nuestra parte en el daño ambiental. Hasta que no comprendamos eso, hasta que no abandonemos la práctica de acusarnos los unos a los otros, y responsabilizarnos por los estragos ocasionados, es poco lo que podremos avanzar en la protección de los recursos hídricos. Es hora de sentarnos a dialogar con genuina voluntad para transigir y avanzar, conscientes de que todos queremos lo mejor para Costa Rica, y de que nadie está exento de los daños que ha sufrido nuestra naturaleza.
La humanidad enfrenta hoy la posibilidad de atravesar un desierto inclemente, en un éxodo que durará mucho más que cuarenta días y cuarenta noches: el éxodo de la eternidad, sobre las arenas ardientes de nuestra irreflexión. Si no hacemos algo ya para modificar nuestros patrones de consumo y empleo del agua, no pasarán muchos siglos antes de que nuestro planeta sea un desierto desde el Océano Pacífico hasta el Océano Índico, desde el Cabo de Hornos hasta el Polo Boreal. Pero aún estamos a tiempo de cambiar. Nuestro instinto de supervivencia todavía nos puede salvar. La voluntad puede ser el bien más abundante o el más escaso. Puede ser un río portentoso o un arroyo a punto de secarse. De todos depende que seamos juntos un hilo de agua que se pierde en la arena, o un torrente que lleve vida hasta las zonas más secas de la Tierra de hoy y de mañana.
Oscar Arias Sánchez
Presidente de la República
A menudo empleamos la expresión “el mundo tiene sed” en un sentido abstracto y figurativo. Decimos que el mundo tiene sed de justicia, sed de igualdad, sed de belleza, sed de libertad. Pero hoy el mundo tiene sed en un sentido literal. Hay casi 890 millones de personas en la Tierra que no cuentan con acceso a fuentes de agua potable. En cualquier momento de cualquier día, la mitad de las camas hospitalarias son ocupadas por pacientes que sufren enfermedades relacionadas con la disponibilidad y la calidad del agua. El 98% de las muertes producidas por esas enfermedades, ocurre en países en vías de desarrollo. Aunque hemos logrado avances importantes en alcanzar que el agua potable llegue a la mayor cantidad de personas, se vuelve cada vez más evidente que el problema de la accesibilidad no es el único de nuestros desafíos.
La cantidad de agua disponible para el consumo humano directo, que hasta ahora era menos del 1% del agua dulce en el mundo, se ha ido reduciendo de forma exponencial por causa del calentamiento global, la salinización, la desertificación y la contaminación. El crecimiento demográfico nos obligará a aumentar nuestro consumo de agua en un 40% o un 50% durante las próximas cuatro o cinco décadas. No sólo seremos más, sino también consumiremos más en términos per capita. Se estima que por cada tonelada de trigo que se produce en Asia, se emplean alrededor de 1.000 toneladas de agua. Cualquiera de nosotros, en su baño matutino de 2 o 5 minutos, consume más agua que la que utiliza en todo un día un típico habitante de una zona marginal, en los países más pobres del mundo. Como éstos puedo dar mil ejemplos, y en todos el consejo será siempre el mismo: pensar antes de consumir, recordando siempre que el agua sucia no puede ser lavada.
Decía el escritor angloamericano, T. S. Eliot, que no es posible encontrar un sustituto para el sentido común. En efecto, en la vida hay cosas reemplazables y cosas irremplazables. La energía que produce el petróleo puede ser sustituida, y Costa Rica debe ser capaz de encontrar diferentes alternativas. Si queremos alcanzar la meta de convertirnos en un país neutral en emisiones de carbono para el año 2021, entonces tenemos que hacer un esfuerzo colosal por sustituir la energía térmica por fuentes renovables de energía. Es por eso que en estos tres años de Gobierno hemos estimulado la inversión en energía solar, eólica, geotérmica y biomásica. Por esa razón, también continuaremos con nuestro compromiso de no permitir la exploración petrolera en suelo costarricense. Espero que los próximos gobiernos asuman también su cuota de responsabilidad, y que el sentido común siga siendo el norte irremplazable de nuestras políticas productivas y ambientales.
Ahora bien, podemos sustituir el petróleo pero no el agua. Nada puede hacer el Gobierno para proteger este valioso recurso, si no cuenta con el apoyo de la sociedad. Sin la ayuda de nuestros empresarios y comerciantes, sin el compromiso de nuestros agricultores y amas de casa, sin la voluntad para educar de nuestros profesores y maestros. Necesitamos un cambio social, y no sólo un cambio político. Un cambio en el que todos aceptemos nuestra cuota de responsabilidad. Tanto ambientalistas como no ambientalistas, habitantes de zonas rurales como habitantes de zonas urbanas, personas ricas como personas pobres, nacionales como extranjeros; todos somos consumidores, y todos, por consecuencia, debemos reconocer nuestra parte en el daño ambiental. Hasta que no comprendamos eso, hasta que no abandonemos la práctica de acusarnos los unos a los otros, y responsabilizarnos por los estragos ocasionados, es poco lo que podremos avanzar en la protección de los recursos hídricos. Es hora de sentarnos a dialogar con genuina voluntad para transigir y avanzar, conscientes de que todos queremos lo mejor para Costa Rica, y de que nadie está exento de los daños que ha sufrido nuestra naturaleza.
La humanidad enfrenta hoy la posibilidad de atravesar un desierto inclemente, en un éxodo que durará mucho más que cuarenta días y cuarenta noches: el éxodo de la eternidad, sobre las arenas ardientes de nuestra irreflexión. Si no hacemos algo ya para modificar nuestros patrones de consumo y empleo del agua, no pasarán muchos siglos antes de que nuestro planeta sea un desierto desde el Océano Pacífico hasta el Océano Índico, desde el Cabo de Hornos hasta el Polo Boreal. Pero aún estamos a tiempo de cambiar. Nuestro instinto de supervivencia todavía nos puede salvar. La voluntad puede ser el bien más abundante o el más escaso. Puede ser un río portentoso o un arroyo a punto de secarse. De todos depende que seamos juntos un hilo de agua que se pierde en la arena, o un torrente que lleve vida hasta las zonas más secas de la Tierra de hoy y de mañana.