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FORO DE LECTORES


El impacto de las tecnologías de la información y comunicación en la participación ciudadana

Robert Garita hi@robertgarita.com. | Martes 21 junio, 2022

Robert Garita

En los últimos años hemos vivido una serie de eventos y acontecimientos en nuestros entornos locales y globales de los cuales hemos podido ser parte tanto directa como indirectamente. A diferencia de nuestros padres, hemos logrado acceder a esta información de manera casi que inmediata, gracias a una serie de herramientas interactivas con las que contamos hoy en día que nos permiten estar en constante comunicación con personas, grupos, iniciativas, instituciones y gobiernos, permitiéndonos no solo saber qué está pasando, sino participar activamente y expresar nuestra opinión como ciudadanos.

La participación ciudadana “desde abajo hacia arriba” (Bottom-up) está creciendo día con día, tomando fuerza y voz en diferentes lugares de nuestro globo, inclusive aquellos lugares en donde comúnmente los gobiernos no permitían este tipo de interacciones. Este fenómeno colectivo se da gracias a un acceso a tecnologías y plataformas de comunicación e información masivas que ayudan a unir a un número significativo de personas para tomar acción directa y ejercer lo que se conoce como desobediencia civil.

Sin embargo, formas verticales de participación cívica (Top-down) están consolidándose al mismo tiempo. Procesos como asambleas de ciudadanos, presupuestos participativos, y los referéndums, están teniendo un impacto significativo en el rumbo de muchas decisiones colectivas.

Estos mecanismos de democracia directa e indirecta están ocurriendo mientras que los conceptos tradicionales de gobernabilidad y jerarquía política se están diluyendo debido a una tensión creciente entre lo local y lo global, a medida que la digitalización reorganiza la lógica tradicional del poder.

Ciudadanos participativos; nuevos tomadores de decisiones

El ciudadano de a pie está obteniendo mayor poder de decisión de la cual estaba acostumbrado a tener. Históricamente, los gobiernos, las corporaciones y las organizaciones de la sociedad civil han desconfiado de la mayoría de los procesos participativos abiertos que no controlan. Sin embargo, los responsables de la toma de decisiones, en sectores tanto públicos como privados, están cada vez más dispuestos (en algunos casos obligados) a escuchar las voces de la gente dejando atrás la desconfianza generalizada en las herramientas participativas y deliberativas ampliamente accesibles.

Sin embargo, otorgar más poder de decisión al ciudadano promedio es considerado todavía una acción no siempre óptima o efectiva dependiendo del tema que se esté discutiendo y el impacto que este puede tener, principalmente en el curso de un país.

En algunos casos, estas decisiones colectivas pueden cavar la estabilidad económica y política, un claro ejemplo fue el apoyo en los EE. UU. para asumir medidas consideradas “duras” con China a nivel comercial, en las mismas áreas del país que posteriormente se vieron afectadas por la implementación de aranceles sobre productos chinos. Otro evento reciente, fue la votación del Brexit en el Reino Unido, dejando claro que se puede hacer mal uso de la democracia directa. Aun así, a medida que las organizaciones públicas y privadas ven la creciente demanda de herramientas participativas, son cada vez más las que empiezan a adoptarlas, ya que comprenden los beneficios relacionados que estas pueden generar en términos de difusión de conocimientos prácticos y obtención de legitimidad.

La manera en que se está dando esta apertura en la escena política a nivel mundial está siendo un proceso delicado y en muchos casos de mucha tensión, dando como resultado un debilitamiento de esta en tiempo de disturbios y manifestaciones. En países democráticos, por ejemplo, el intento de reafirmar el poder por parte del ejecutivo en nombre de la estabilidad colectiva y con el objetivo de actuar con firmeza y rapidez puede equivaler a un retroceso. Países no democráticos, por el contrario, están utilizando tecnologías de comunicación e información para tener mayor control de sus ciudadanos. Un ejemplo claro de esto son las políticas y medidas de rastreo y control de la población por motivo de la pandemia de COVID-19 que han implementado países como Qatar y Singapur, los cuales por medio de una aplicación tecnológica instalada de manera obligatoria en los teléfonos inteligentes de sus ciudadanos les permite tener un acceso a la ubicación y actividades realizadas por sus habitantes de manera constante.

Participación e Inclusividad Digital

Podemos afirmar que la tecnología puede aumentar la participación del público, pero tiene un lado negativo también. Aunque esta digitalización este permitiendo nuevas formas de cooperación y comunicación tanto entre los ciudadanos como entre los ciudadanos y sus gobiernos. También está interrumpiendo la toma deliberada de decisiones, al tiempo que abre nuevas vías para el populismo y la manipulación.

Las “tecnologías cívicas”, o tecnologías que permiten un compromiso político constructivo, están madurando. Un ejemplo interesante fue el “Gran Debate Nacional” de Francia (tres meses de duración) iniciado en 2019 en respuesta a protestas generalizadas, obteniendo casi dos millones de contribuciones en línea.

En estos momentos, una manera en que los gobiernos están permitiendo una participación ciudadana más activa es por medio de herramientas en línea que brindan servicios públicos o interactúan de manera más eficiente con los electores. La Plataforma Digital Multilingüe de la Conferencia sobre el Futuro de Europa es un referente: reunió contribuciones en 24 idiomas. Para muchos gobiernos la transformación digital es considerada un activo en su búsqueda de una sociedad más inclusiva; Estonia, en particular, se ha convertido en un referente y es ampliamente vista como una de las sociedades digitales más avanzada del mundo, construyendo y desarrollando mucho antes de la pandemia de COVID-19, servicios como votación electrónica, aprendizaje en línea en las escuelas, burocracia digital y atención médica.

Sin embargo, una dependencia cada vez mayor de las herramientas en línea puede agravar la desigualdad entre los conectados y los no conectados. La crisis de COVID-19 ha expuesto esta división; mientras que algunas personas pudieron confiar en Internet para mantenerse informadas, brindar educación remota a sus hijos, y continuar trabajando desde sus casas manteniendo un cómodo distanciamiento social, muchas otras no tuvieron este privilegio y por el contrario vivieron una situación muy crítica tanto a nivel emocional como económico.

Según el Barómetro de confianza de Edelman (2021) el 57% de las personas encuestadas compartió o reenvió noticias o información en línea que les parecieron interesantes. Sin embargo, al mismo tiempo, muchas personas enfrentan muchos obstáculos en la búsqueda de hechos, resultado de la desinformación y los algoritmos que pueden reforzar la tendencia a adoptar solo aquellas opiniones que se alinean con las propias.

Los nuevos ciudadanos del siglo XXI

En los últimos años, el rol de los ciudadanos en cuanto a su participación política ha cambiado exponencialmente, actualmente son más personas las que desean que su voz sea escuchada. En el 2019 la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, expreso que la democracia es más que votar en las elecciones cada cinco años, se trata de que se escuche nuestra voz y poder participar en la forma en que se construye una sociedad. Las personas en general no solo están cada vez más dispuestas a hablar en público de maneras que van más allá del mero acto de votar, sino que ahora también tienen la capacidad de hacerlo a través de los canales que ofrecen las redes sociales. Estos brindan una manera altamente efectiva y relativamente fácil de coordinar. Algunos buenos ejemplos de estos fenómenos de comunicación y conectividad son las protestas realizadas en la Primavera Árabe, las cuales agitaron la política en Oriente Medio (2010-2012), o las manifestaciones de los “gilets jaunes” (chalecos amarillos) que paralizaron partes de Francia en 2020, o el desempeño de las redes sociales como herramienta crucial para el éxito en huelgas escolares como la denominada “Fridays for Future” promovida por la activista climática sueca Greta Thunberg, que logró sacar a millones de personas a las calles en el 2019.

Unos de los objetivos fundamentales de la participación cívica activa es el hecho de que los ciudadanos (incluidos aquellos que pueden ser susceptibles a la desinformación en línea) esperan ser escuchados de manera continua por los líderes del sector público, líderes de empresas, y organizaciones de la sociedad civil. Si bien las personas alguna vez estuvieron satisfechas con ser representadas por representantes legislativos electos y funcionarios de la administración que (al menos en teoría) trabajan en su nombre, ahora confían más en sus pares y en sí mismos, en lugar de en las instituciones.

Como ciudadanos del siglo 21 contamos con la oportunidad de utilizar una serie de medios de comunicación que nos permiten mantenernos informados, construir identidad y desarrollar un pensamiento crítico, lo que hace que se convierta en una enorme responsabilidad, ya que el uso de estas debe tener como objetivo el desarrollar acciones por el bien público, respetando la diversidad y los derechos humanos, con el fin de lograr una cooperación con otros ciudadanos que permita realizar modificaciones significativas para toda la sociedad.






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