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El Gran Cisne Keynesiano

Jimy Cruz jimy.cruz@me.com | Viernes 03 abril, 2020

Jimy Cruz

En el sistema capitalista el empresario toma riesgos y las familias también. La repentina aparición del coronavirus y su declaración como pandemia por la Organización Mundial de la Salud, seguido de la caída en las Bolsas y el desplome del precio del petróleo, hechos que anticipan un descenso en la demanda agregada global; es un gran cisne negro, un evento impredecible e incuantificable como lo describió Nassim Nicholas Taleb en su libro del mismo nombre. Esta situación nos tomó por sorpresa tanto a analistas como a Gobiernos y empresas grandes, medianas o pequeñas en una escala verdaderamente global.

Hoy nos enfrentamos a una nueva realidad económica. El Gobierno, pregonan muchos economistas, debe instrumentar una política fiscal expansiva para fomentar el crecimiento con inflación controlada. Se anticipa así el retorno de una teoría y práctica económica inspirada en John M. Keynes, el economista norteamericano que pensó cómo sacar al mundo después de la recesión de 1929.

Se propone que el Gobierno debe actuar como comprador de útima instancia sustituyendo así la demanda de aquellos bienes y servicios que hoy los agentes han dejado de adquirir, especialmente en sectores como el transporte y el turismo, entre otros, invertir en grandes obras de infraestructura pública, posponer el pago de impuestos, otorgar préstamos a sectores dañados por la pandemia, asegurar un ingreso universal a las familias y otra serie de medidas que se resumen en una política fiscal expansiva.

Todo lo anterior suena razonable en la teoría pero latinoamérica y todos los países en desarrollo tienen serias restricciones para hacerlo debido al estancamiento estructural en las finanzas públicas que limitan los recursos disponibles. Llevamos más de 20 años en la disciplina fiscal y los inversionistas globales así como los grandes grupos nacionales y multinacionales cosecharon los beneficios de la estabilidad macroeconómica. Como en economía no hay absolutamente nada gratis, un giro de timón en éste momento significa que el incremento en el gasto de Gobierno se tenga que pagar mañana con más impuestos o con inflación. En ambos casos el escenario podría ser poco alentador para las clases medias y bajas.

Es pertinente recordar que en México y muchos paises del subcontinente quedaron pendientes los cambios necesarios y urgentes en materia de recaudación, crecimiento interno, justicia tributaria y geoestrategia internacional. En México en tres sexenios del 2000 al 2018 perdimos peso, respeto y legitimidad internacional así como capacidad de maniobra en las negociaciones con las potencias globales. En comparación con nuestros competidores emergentes como Brasil, Rusia, India y China nos hemos quedado rezagados y sin posiblidad de crear y utilizar fondos suficientes en un Banco de Desarrollo alterno a instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.

Resulta por ello sorprendente que los pregoneros del libre mercado hoy pidan la intervención inmediata del Gobierno en la economía. Las políticas neoliberales y de estabilización fiscal desmantelaron al Estado y la disciplina presupuestaria imperante le otorga un margen limitado al Gobierno para actuar con la rápidez que exigen circunstancias tan adversas. Resulta obvio que necesitamos una política fiscal activa capaz de implementar medidas anticíclicas, sería necedad no reconocerlo, pero dificilmente se podrá con el actual modelo económico mismo que por años toleró la evasión, la elusion y hasta la defraudación fiscal con la merma correspondiente al tesoro público.

Muchas naciones del continente lationoamericano no recaudan lo que deberían. Tan sólo en México hacen falta 16 puntos porcentuales del PIB para estar en el promedio de los países miembros de la Organización para la Coorperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Eso es una cantidad ingente de recursos que hoy lamentablemente no tenemos.

El gasto de gobierno no genera riqueza. El capital, el trabajo, los recursos materiales y especialmente el conocimiento son los únicos generadores de valor en la economía actual y sólo tenemos abundancia relativa en algunos. En México y América Latina nuestra ventaja se concentra en el trabajo representado por mano de obra, materias primas como los metales y el petróleo. También somos privilegiados en destinos turísticos.

¿Que necesitamos para crecer? Bien nos haría combatir los monopolios públicos y privados que le restan competitividad y crecimiento a la economía. La OCDE calculó que sólo el monopolio de telefonía, celular e internet le representó una pérdida de bienestar a la economía mexicana entre 2005 y 2009 por $129,200 millones de dólares, es decir, 1.8% del PIB. Sería ideal migrar a una economía del conocimiento que fomente la ciencia y la tecnología. Siendo el trabajo nuestro recurso más abundante para crecer debemos incrementar constantemente la productividad con mayor capacitación, educación y salud. Deberíamos incentivar el consumo, la industrialización y el crecimiento interno, lo cual implica una revisión verdadera, no retórica, al modelo de Estado que aún nos rige. Finalmente es indispensable fortalecer al Estado para que imparta justicia, regule y dismunuya los monopolios y procure tanto la vida como el bienenstar de sus habitantes, ideas que estaban en el centro del pensamiento de Adam Smith.

Resulta entonces paradójico que se pregone hoy con insistencia la socialización de las pérdidas y mañana, en la bonanza, la privatización de las ganancias. Como bien decía John Kennet Galbraith, cuando un economista habla, hay que ver quién le paga. Muchos de esos economistas que hoy pugnan con insistencia por el regreso del estatismo están en la nómina de los grandes potentados e inversionistas globales. Sus exigencias quedan bajo sospecha por imparciales y profundamente dogmáticas.







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