¿Educación para el desarrollo?
Juan Carlos Barahona | Jueves 05 marzo, 2009
Juan Carlos Barahona

Sorprendente si se considera que además esa universidad entre grados y posgrados no alcanza los 10 mil estudiantes. En términos de matrícula, es más o menos del tamaño de la Universidad Interamericana y solo la tercera parte de la Universidad de Costa Rica.
Hay enormes distancias entre el ecosistema que propicia el florecimiento y éxito de emprendimientos y esas empresas, además están principalmente en las áreas de ingeniería, ciencias de la información y ciencias de la vida que suelen ser las de mayor innovación y rentabilidad.
En el país del Norte, algunas pocas instituciones de mucha calidad marcan los hitos que obligan a las demás a mejorar. En Costa Rica son las universidades públicas las que van marcando la pauta, o al menos eso creemos, pero ¿será suficiente?
En 1990 cuatro quintas partes de los profesionales que se graduaron lo hicieron de una universidad pública. En 2007, el 66% de los profesionales graduados lo hizo en una universidad privada. En términos de calidad las universidades públicas mantienen su prestigio y la gran mayoría de estudiantes de secundaria aspira a ingresar a una de estas universidades, pero la realidad nos dice que lo más probable es que se graduarán de una universidad privada. Es a estas instituciones a las que el país les está confiando la formación de la mayor parte de las futuras generaciones de educadores, administradores, ingenieros, científicos, artistas y humanistas.
¿Tenemos como sociedad los medios necesarios para garantizar la calidad e idoneidad de sus programas?
Un aporte especial en último Estado de la Educación, hace referencia a un estudio que evaluó las carreras de educación de las universidades públicas y privadas “a la luz del conocimiento actual sobre el neurodesarrollo y las bases neurobiológicas del aprendizaje”. Estos son temas fundamentales con un impacto importante en la habilidad que tendrán los futuros docentes en la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
El resultado es un desastre: la conclusión general del autor es que no existen planteamientos de fondo que incluyan estos temas “como elementos sistémicos de los programas de formación docente analizados”.
Las escuelas de educación del país no pasaron el examen, es más, se sacaron un cero. Al menos lo sabemos y es el primer paso para empezar a corregirlo, pero ¿qué pasa con las escuelas de ingeniería, de administración y todas las demás? ¿Pasarán el examen, o también estarán reproduciendo carreras de espaldas a los nuevos conocimientos de las distintas disciplinas?
Hay cosas en las que el adagio “echando a perder se aprende” es válido o al menos tolerable, pero en la formación de las próximas generaciones de profesionales sencillamente ¡no se vale!
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