Eclipse total
Mishelle Mitchell mishellemmb@gmail.com | Jueves 24 agosto, 2017
Eclipse total
Es tan profunda la tiniebla, tan densa la oscuridad, que estos hombres y mujeres salieron de sus catacumbas morales e ideológicas, con antorchas en mano, para gritarles a sus conciudadanos y al mundo entero que el odio, el racismo y la división deben ser la norma. Charlottesville, Virginia, trajo a la superficie la división subyacente en la sociedad estadounidense.
La agresión de un grupo afín al neonazismo y a la supremacía blanca contra manifestantes varios no es una súbita subversión de un sector, refleja la progresiva visibilización y empoderamiento público de un grupo que permaneció relativamente silente, escondido por décadas tras el velo de un discurso políticamente correcto para asimilarse en una sociedad que con dificultades intentaba abrazar la igualdad de oportunidades.
Pero la llegada al poder de un presidente innombrable, que elude la condena frontal al racismo, que abona la misoginia y condona el matonismo verbal fortaleció y legitimó a millares de murciélagos racistas que salen de sus cuevas para cubrir con su vuelo la luz del sol: “La culpa es de ambos lados”, afirmó el mandatario, incapaz de señalar con contundencia una esperada condena en contra de este ataque terrorista y sus perpetradores.
El político —con el perdón de los Políticos— eligió dar vueltas en círculos y quedar bien con Dios y con el diablo. Su ambigua postura fue el más claro endoso al racismo, el odio y la separación que pregonan estos grupos ultranacionalistas.
Los hechos ocurridos en Charlottesville son una especie de eclipse, uno que comenzó años atrás. El fenómeno del pasado 21 de agosto fue tan solo su expresión natural, pero el eclipse político se inició hace mucho tiempo, era parcial. Ahora la penumbra es más amplia, cubre más territorio, es más perceptible y asusta.
Lo que no debe suceder es que envalentonadas las voces del odio y el racismo, empoderadas por la condescendencia presidencial, callen el perdón, el amor y la unión. Ojalá que los hechos acontecidos sean acicate para que en todo hogar, toda iglesia, toda calle y toda comunidad el rostro multicolor de la tolerancia irradie luz.
Lo bueno de esta bofetada social es que —los negros, los inmigrantes, los hispanos, los musulmanes, y toda otra minoría— sabemos a qué atenernos. Una elección presidencial fue suficiente para revelar el corazón de millones de personas que endosan la narrativa del odio, pero la acallaban ante la condena social.
La defensa de la igualdad, el respeto al prójimo, la solidaridad y la empatía deben ser intencionales, no actitudes meramente de cortesía. Defender significa luchar. En el centro del campo deben colocarse los valores, esos vasos comunicantes que nos unen a todos los seres humanos a pesar de nuestras aparentes diferencias.
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