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Don Lobo y el ombligo

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 23 septiembre, 2010



VERICUETOS
Don Lobo y el ombligo

Doña Amelia Rueda, la “dama de hierro” de la radio costarricense, dicho sea con el respeto y la admiración que ella sabe que le profeso, se anotó un nuevo “jonrón” el martes pasado al entrevistar, en vivo e in situ al Lic. José Antonio Lobo, personaje de tanta presencia mediática en estos últimos tiempos, y cuya trayectoria por notoria y conocida no me es menester anotar en esta ocasión.
Como no podía ser de otra manera, doña Amelia evitó abrir los micrófonos a sus oyentes, porque previsora como es, sabía que el programa podía írsele de las manos y convertirse en un recurso para que el pueblo, que es sabio e implacable, se hiciera justicia con sus propias voces. Claro que no había que exponer al invitado célebre (traducido como conocido, que no como ilustre) al escarnio y la ira del furor popular. Especie de Fuenteovejuna radiofónica: ¿Quién lo dijo? Fuenteovejuna.
Reconozco que no me esperaba que el Lic. Lobo fuera tan feroz como para atreverse a comparecer ante el irritado populorum que, para qué te digo que no, si sí, no creo que le tenga en altísima estima, ni mucho menos. Faltaba más.
No quiero ni imaginar el contenido de los mensajes dirigidos al compareciente a través de Twitter, Facebook y toda suerte de modernos artilugios comunicativos, de los que dispone Amelita y que harían a la retahíla de Paquita la del Barrio algo así como una inocente canción de cuna.
El “Testigo de la Corona”, con voz firme y pausada, transitó por una especie de periplo de mea culpa personal, que para algunos será sincera, para otros “mea pose” y para los más insuficiente, gratuita, ineficaz, tardía e inútil. ¿De qué sirve la susodicha expiación a estas alturas del partido al ciudadano vejado moralmente? No soy ni seré juez de esta causa, que para eso están los de las Cortes terrenas y celestiales.
En su diatriba recalcó el referido lo injusto que es este nuestro sistema que no reconoce méritos a quienes actúan honradamente. Sintiéndome por supuesto personalmente aludido, como cualquier ciudadano que intenta recorrer la vida honestamente, me tomo el derecho de explicarle cómo es la cosa a quien tan desafortunada sentencia profirió. Porque resulta ser que la bonhomía es tan natural como el ombligo, es decir, la integridad y la honradez son condiciones consustanciales al ser humano, nacemos con ellas (como con ombligo) y no es sino a través de nuestros propios actos conscientes que la podemos perder, como quien pierde un diente por morder el hueso que no estaba llamado a roer. Lo natural, tan esencial como respirar, es conducirse en esta vida correctamente sin aspirar por ello a premios o recompensas.
Las sociedades, que no conceden premios a quienes tienen ombligo ni a quienes respiran, tampoco tienen porque otorgarlos a quienes actúan en concordancia con su naturaleza.
No creo que la mayoría que se acoge a las normas y reglas de la ética y de la moral, en lo social y en lo individual, merezcan que se erijan monumentos a su favor. No pienso que quienes han sabido respetar las pautas de convivencia social merezcan un aplauso como sí creo, firmemente, que quienes se apartan de estos preceptos se exponen a la condena y al repudio, así como a la imposición de las sanciones que el colectivo haya previsto para la atipicidad de una conducta censurable.
Que cada palo aguante su vela.

Tomas Nasar



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