Don Beto Benemérito
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 20 junio, 2014
Don Beto desde el primer minuto despotricó contra los “adoradores del becerro de oro”
Entre cielo y tierra
Don Beto Benemérito
Conocí a Don Beto cuando daba mis primeros pasos como periodista joven e inexperto. Sin dudas, a partir de ese momento él dejó una marca en el resto de mi vida profesional.
Todavía guardo el buen sabor de boca de esa conversación, sobre todo me impresionó su alto sentido de amor por Costa Rica, por lo que efectivamente beneficia al país, fuera de los intereses espurios en la lucha entre liberales y conservadores, que parece eterna y solo ha empobrecido a nuestra sociedad.
Don Beto nunca titubeó en defender la visión trazada por próceres costarricenses en la fundación de la Segunda República, un proyecto político que buscaba equilibrar el desarrollo económico y social, con una educación que liberara el pensamiento del ser humano, en lugar de convertirlo meramente en mano de obra, sin mayores miramientos de conciencia en su existencia.
Luego de haber tomado la decisión de asumir la dirección del periódico LA REPÚBLICA fui por deferencia a visitar a Don Beto y presentarle mis respetos, ya que él había sido fundador y el primer director de este diario.
De esta y otras conversaciones periodísticas, me quedó claro que esta profesión lejos de tener que ser delimitada por manuales, estilos o recurrencias de coerción monetaria o ideológica, debía ser regida únicamente por la independencia de criterio y la libre cláusula de conciencia de cada redactor.
Don Beto desde el primer minuto despotricó contra los “adoradores del becerro de oro”, un término que difícilmente olvidaré, y refleja bien las convicciones de muchos en el mundo de hoy.
No seamos ingenuos, lo anterior no significa que el dinero sea malo, como en términos maniqueístas se imponen “verdades a medias”, sino que este recurso al igual que otros también puede ser utilizado para fines colectivamente superiores y no convertirse en un fin en sí mismo.
Don Beto fue de esos pocos políticos limpios, que tanto ha necesitado Costa Rica y que hoy son cada vez más escasos. Su recompensa en vida fue haber visto muchas de sus grandes obras completarse. La última y tan solo meses antes de su viaje a la eternidad fue llevar al Partido que ayudó a fundar, hasta la silla presidencial.
Ha caído un gran roble, un macizo del pensamiento, un promotor de la cultura para quienes verdaderamente desean cultivarse. Este árbol del conocimiento sirvió de refugio y nutrió a muchas mentes inquietas con espíritu de superarse. Ese vacío no podrá ser reemplazado.
Posiblemente para muchos tecnócratas y “yes-man”, su paso haya sido inadvertido, sin embargo, estos mismos “costarricenses” hoy transitan, sin darse cuenta, en partes del legado que nos dejó Don Beto.
Este es un país al que le cuesta apreciar a sus héroes. Hoy lo mínimo que podrían hacer los “padres de la patria” es distinguir con el más alto galardón y honor a este noble político, intelectual, escritor, periodista y ejemplar servidor público, es decir, un verdadero benemérito de nuestra patria.
Luis Alberto Muñoz Madriz
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