Domingo Siete
Abel Pacheco apacheco@larepublica.net | Lunes 08 agosto, 2011

PARLATICA
Domingo Siete
Sí, ayer fue domingo siete...
Y le hicimos honor a la fecha en todos los campos casi.
Esa es frase muy antigua y tomada de un viejo cuento, infantil pero aleccionador de la época colonial, hoy conocido en todos los pueblos de ancestro ibérico.
Tiene el relato varias versiones pues, por ejemplo en México, los dos personajes principales reciben los nombres de Cosme (el compadre rico), y Beto (el compadre pobre).
Quien aquí recogió y plasmó el hermoso cuento fue nuestra tan amada Carmen Lyra y ella, con su gran imaginación, si bien no les dio nombre, los adornó con sendos hermosos güechos, bocios o hipertrofias tiroideas.
Sabemos que el bueno del compadre pobre se perdió con su burro bosque adentro mientras buscaba leña, y fue a refugiarse a una cabaña. De pronto llegó un grupo de mujeres que resultaron ser brujas. Nuestro héroe se escondió asustado y pudo ver y oír la celebración de un ruidoso aquelarre.
Se armó el baile, y aquellas mujeres cantaban y bailaban un sonsonete repetitivo cuya letra decía: ”Lunes y martes y miércoles tres... Lunes y martes y miércoles tres”, una y otra vez por horas y horas
Desesperado por la alienante melodía y quizá con la vejiga a reventar nuestro amigo se tiró al ruedo en una pausa para añadir con voz ronqueta: ”Jueves y viernes y sábado seis”.
Hubo un silencio asombrado pero sonriente en la fiesta, y las brujas encantadas aplaudieron a quien les había ampliado y enriquecido su himno. Además cargaron al burro con monedas de oro y, en brujil intervención quirúrgica le extirparon el güecho de manera incruenta e indolora.
Como sabemos los ticos, el envidioso y avaro compadre rico le sonsacó la historia a su amigo y quiso repetir la hazaña.
Partió por la noche con varias mulas para según él cargar más oro. Se escondió en la cabaña, miró el aquelarre y, en una pausa, cuando las brujas corearon “ Jueves y viernes y sábado seis”, irrumpió en la pista y soltó un desafinado y poco rítmico “Domingo siete...”
De nuevo se hizo silencio, pero esta vez sin sonrisas pues las mujeres sintieron que les habían estropeado su preciado himno.
Furibundas apalearon al frustrado cantor y, no solo eso, pues en nueva intervención quirúrgica, le implantaron sobre el ya abultado pescuezo el güecho que le habían extirpado a su compadre.
Por eso en ticoparla, cuando uno sale con una burrada de esas que a veces se nos salen a todos, nos dicen que salimos con un domingo siete.
Hoy aquí estamos peor que las brujas al principio del cuento, pues parece que insistimos en cantar una tonada que solo dice:”Domingo siete, domingo siete, domingo siete...”
Abel Pacheco
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