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¡Dios! OMG!

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 03 noviembre, 2014


Si Dios existe debe estar muy ocupado con hechos más importantes que nuestras vidas pedestres


¡Dios! OMG!


Enrique Santos Discépolo (Buenos Aires 1901-1951) es uno de mis letristas favoritos del tango. Del conocido Discepolín venero varios tangos pero mi favorita es “Canción desesperada”, sobre todo su estribillo que reza: “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste? ¿Dónde estaba el sol que no te vio?”.
No importa si uno profesa alguna religión o no: si hay un lugar donde Dios es omnipresente es en la boca de todos, aunque el segundo mandamiento dicta que no hay que pronunciar su nombre en vano. La Iglesia no considera este “pecado” ni siquiera venial, porque no hay quien no lo cometa.
Nuestro lenguaje está lleno de expresiones populares que invocan a Dios. Desde las más inocentes (como despedirse con un “adiós”) hasta las más maquiavélicas (como anteponer a un mal comentario el “Dios me perdone, pero…”).
Los inflexibles aseguran que hay cosas “como Dios manda”; los que dudan afirman “sabe Dios”; los que esperan invocan el “Dios mediante”; los que pretenden que se les crea informan que “Dios es testigo”; los más jóvenes expresan sentimientos de sorpresa o admiración con las siglas anglosajonas OMG que significan “Oh my God!”
A mí no me molestan ciertas oraciones que están arraigadas en nuestra cultura. Agradezco cuando alguien me dice “que Dios la acompañe” (es un buen deseo); me asombro al escuchar después de establecer un nuevo encuentro el “si Dios quiere” (¿por qué Dios no querría una cita inocente?); espero alguna gratificación cósmica ante un “que Dios se lo pague” (¿cómo?, ¿cuándo?, ¿se trata del dharma?); respeto a los que, al hablar o escribir de un muerto esperan que “de Dios goce” (que incluso responde a las siglas QDDG).
Mi ateísmo no me impide utilizar más de una expresión vinculada con Dios: cuando me doy un lujo que no puedo pagar cierro los ojos y evoco el “Dios proveerá”; “Ojalá” es una de mis oraciones favoritas; y “Dios” y “Dios mío” surgen espontáneamente en mi léxico en ciertas circunstancias de orden emocional tanto positivas como negativas.
No sé en otros países pero, definitivamente, en Costa Rica, Dios existe en toda oratoria. En cualquiera. No hay figura pública que no esté convencida de que Dios está pendiente de sus más ínfimos actos: políticos, deportistas, empresarios, periodistas, “artistas” y hasta modelos.
Todos dan declaraciones en las que abunda la presencia de ese Dios que, aparentemente desocupadísimo (por no calificarlo de frívolo), está pendiente de los resultados deportivos, de los concursos más intrascendentes, del supuesto “éxito” de alguien, de las ganancias económicas de más de uno. Los “famosos” y los no tanto, han convertido a Dios en un ser antropomórfico, cercano a los dioses del Olimpo grecorromano.
Por eso cuando Discepolín gime “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?” cualquier mortal podría responder “Dios estaba concentrado en los uigures, en el ébola, en los estudiantes mexicanos, en…”, en cualquier asunto que tenga más trascendencia que la historia individual suya, o tuya, o mía, o de él…
Si Dios existe debe estar muy ocupado con hechos más importantes que nuestras vidas pedestres.

Claudia Barrionuevo

claudia@barrionuevoyasociados.com

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