Deterioro de la democracia, cultura humanista y ajustes institucionales
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 13 noviembre, 2023
La democracia y el estado de derecho se han deteriorado.
La libertad y la dignidad de las personas sufren hoy una dura realidad en América Latina. En Cuba, Venezuela, Nicaragua imperan oprobiosas dictaduras. Se debilitan los estados de derecho en Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras. Los gobiernos de las cuatro naciones más pobladas, Brasil, México, Colombia y Argentina, con desparpajo abrazan y aplauden a los gobernantes de su signo ideológico que así actúan.
Estos hechos reversan la ola de democratización que se dio en nuestra región en las últimas dos décadas del siglo XX y se da al tiempo que el aprecio por la democracia disminuye en el mundo.
Latinobarómetro de este año revela que en América Latina mientras en 2010 un 63% de los encuestados consideró la democracia preferible a cualquier otra forma de gobierno, en 2022 bajó a 48%, menos de la mitad.
Para que la democracia liberal prospere se necesita además de los mecanismos electorales que provean elecciones libres y justas, que se dé la fuerza jurídica del estado de derecho y que la sociedad posea una cultura democrática fuerte para evitar los abusos del estado. Estado fuerte y limitado para evitar el caos. Una sociedad fuerte para que evite el despotismo.
Pero la democracia es resiliente.
Lo es a pesar de su fragilidad. El Reporte “Libertad en el Mundo 2023” de Freedom House indica que en esta medición por primera vez son semejantes el numero de democracias que se ha fortalecido 34 que el número que se ha debilitado 35. Ello se da a pesar de que la libertad global ha caído por 17 años consecutivos.
Esa resiliencia se origina en la fuerza de la cultura y los valores del humanismo que han ido dominando a los valores autocráticos. Estos valores humanistas de dignidad, libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades se expanden con la educación que avanza en todos los países
Además, estos valores que en occidente y en el mundo se fortalecen con la influencia del cristianismo forman hábitos que no son modas pasajeras.
Esta evolución de reconocimiento y fortalecimiento de los valores fundamentales nos debe dar fe y optimismo sobre el futuro de la democracia liberal.
Pero vivimos tiempos de cambio.
Claro que la historia se afecta por multitud de circunstancias, y es evidente que hoy estamos viviendo en occidente una ola negativa para la democracia liberal y su estado de derecho.
El cambio de época que experimentamos con su gran cantidad de áreas afectadas y con su increíble velocidad, influye y torna más graves y evidentes los accidentales deterioros de la democracia liberal.
Este cambio de época causa profundas transformaciones de nuestras relaciones en la familia, en el vecindario, en las iglesias, en la vida laboral y política. Se da al tiempo de los rapidísimos avances en las tecnologías.
De esa manera se genera un quiebre entre nuestros modelos mentales con los que entendemos el mundo y la nueva realidad que impera.
Eso aumenta la incertidumbre.
Además, ese cambio de época, temporalmente al menos, nos desarraiga y nos hace más individualistas ante la transformación que no acabamos de asimilar.
Se fortalecen por una parte los populismos con sus falsos líderes y balas de plata que ofrecen resolver complejos problemas con soluciones sencillas pero falsas.
Impactan por otro lado las redes sociales con sus algoritmos que nos unen en grupos más homogéneos que la sociedad, que se tornan más radicales y antagónicos, y que facilitan la comunicación anónima e impensada de “me gusta” y de “compartir” con un simple clic.
Estas circunstancias favorecen el menosprecio a la institucionalidad del estado democrático liberal, dificultan que los partidos actúen como crisoles en los que se amalgamen los diferentes intereses en una visión compartida de bien común, y tienden a fragmentar los partidos y multiplicarlos en nuevas versiones minoritarias.
Son circunstancias que sin duda debemos atender para aminorar sus impactos, que, aunque los consideremos temporales por nuestra fe en la fuerza de los valores humanistas, no sabemos cuánto van a durar, que son muy graves en sus costos y además que cuanto más se prolonguen en su ejercicio los gobiernos autocráticos, más difícil y costoso en sangre y recursos es eliminarlos.
Los principales instrumentos para frenar y revertir ese deterioro son la fuerza de los valores centrales del humanismo que sin desmayo y de frente debemos volver a predicar y a practicar; y la eficiencia y buen manejo de los gobiernos atendiendo lo mejor posible las demandas de los ciudadanos, dentro de sus siempre limitadas posibilidades.
Es evidente que la democracia se fortalece si la sociedad tiene una fuerte cultura humanista y con la vigencia de “gobiernos decentes”. Es esencial para el fortalecimiento de la democracia las prácticas de buena gobernanza: controlar la corrupción y el clientelismo, atender dentro de las limitaciones de recursos y de conocimientos las demandas de la ciudadanía, procurar la eficiencia en los servicios públicos.
Pero pequeños cambios en la institucionalidad pueden ser muy útiles.
No pretendo perderme en construcciones falaces de ingeniería social, sino simplemente indicar algunas medidas limitadas, marginales y graduales para tratar de prevenir los deslices hacia autocracias.
En las actuales circunstancias la incertidumbre y el desarraigo temporales causan frustración, miedo, furia. Se fortalecen las decisiones emotivas y se debilita la racionalidad. En estas condiciones los partidos democrático-liberales de centro, centro derecha o centro izquierda se debilitan.
Voto en contra.
Cuando se da una elección a la que concurren partidos respetuosos de la democracia liberal y otros partidos extremistas amenazantes, muchas veces se recurre al voto útil escogiendo muchos votantes el resultado que considere menos malo, dentro de los que le parecen tienen posibilidad de darse. Pero es votar por una alternativa que el elector considera mala para evitar otra que considera peor. Los partidos moderados pierden a sus electores que votan para evitar males mayores.
En un reciente artículo en Journal of Democracy de Kimana Zulueta-Fülscher “How One Small Change to the Way We Vote Could Do a World of Good” se propone una sencilla reforma electoral para evitar la escogencia entre soluciones extremas a las que varias naciones nos hemos enfrentado: que se permita en vez de solo poder votar a favor de un partido, poder votar en contra de una de las opciones. Solo habría un voto, o se vota a favor o se vota en contra. Los votos a favor suman. Los votos en contra restan. Ya no hay que votar por una opción útil para impedir una que consideramos más negativa. Podemos votar contra la alternativa que consideramos peor. Estos votos ya no cuentan en favor de una opción que el elector considera mala. Cuentan contra la que estima peor. Esto favorecería las opciones moderadas que no generan tanta oposición y que ya no pierden votos que se manifiesten sumando en favor de las opciones extremistas.
Aplicar las normas generales de derecho a las redes.
Hacerlo es hoy más urgente ante la IA y la computación cuántica, que incrementarían de manera exponencial los peligros de los algoritmos vigentes en las redes sociales.
No se trata de establecer censura sino de aplicar a la comunicación digital reglas que para las comunicaciones impresas, radiofónicas y televisivas han estado en vigencia.
En esta dirección van algunos de los cambios a la legislación electoral que ha propuesto recientemente el Tribunal Supremo de Elecciones.
Se trata en especial de impedir el anonimato en las comunicaciones políticas digitales, de facilitar la persecución de los delitos contra el honor que se den en las redes sociales y de que los estados fortalezcan las medidas de ciberseguridad para impedir el jaqueo de las actividades políticas.
Nada de esto es fácil ni seguro. Serán campos en los cuales deberemos constantemente investigar y trabajar para asegurar la legitimidad de los procesos democráticos y la vigencia del estado de derecho. Pero podemos hacerlo con la confianza de que los valores del humanismo con sus raíces judeocristianas y grecolatinas prevalecerán.
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