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Del Colegio de Costa Rica

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 05 agosto, 2010



Vericuetos
Del Colegio de Costa Rica

A Pablo Antonio Cuadra Cardenal lo escuchamos en el Foyer del Teatro Nacional, probablemente para la presentación de su libro de poemas “Tierra que habla”, que publicara EDUCA, la Editorial Universitaria Centroamericana en San José, por allá de 1974.
Tengo la impresión de que Cuadra fue la primera figura de las letras hemisféricas que presentó el Colegio de Costa Rica. Eran tiempos en que los jóvenes teníamos otras pasiones muy distintas. La política, en especial la que desarrollábamos dentro del campus universitario, y la literatura, particularmente latinoamericana, llenaban nuestras agendas diarias compartidas con las aulas y las buenas cosas de los mejores años.
Juan Rulfo también vino a compartir con nosotros acerca de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, las dos únicas obras que significaron toda su producción.
Con Ernesto Sábato el evento fue tan tumultuoso que tuvimos que escucharle, por los parlantes dispuestos en media calle, recostados en las verjas del Teatro Nacional y apretujados entre un gentío totalmente inmóvil, absorto en cada palabra de aquel mago de las letras que nos cautivara con el “Informe sobre Ciegos” y la imagen abstracta de Alejandra, personaje que ubicábamos imaginariamente en la casa esquinera allá por Matute Gómez que calzaba perfectamente con la descripción de la suya en “Sobre Héroes y Tumbas”. ¡Cuántas veces presenciamos de cerca la vieja casa de madera a través de cuyas ventanas intentábamos verla a ella, tal y como la pintó el autor en su retrato literario!
Dice Carlos Francisco Echeverría que también vino Julio Cortázar. De eso sí no me acuerdo. Igual, no lo fui a ver por alguna razón de mucho peso, porque habría sido para mí y para cualquiera de nosotros un evento imposible de borrar de la memoria. Si él dice que vino, pues habrá venido.
Todos estos verdaderos acontecimientos nacionales, desde Cuadra hasta Cortázar que me perdí, tuvieron lugar gracias al Colegio de Costa Rica, un programa riquísimo del Ministerio de Cultura que creó esa magnífica mujer de la cultura costarricense, Carmen Naranjo, cuando ocupó esa cartera.
El Colegio de Costa Rica debió haberle sido inspirado a Carmen por la poderosa experiencia del Colegio de México, con el que tuvo una enorme cercanía, como novelista, dramaturga y en todas las otras facetas de su vida intelectual y cultural.
Le he perdido el rastro al Colegio de Costa Rica durante los últimos años. No sé, porque no he vuelto a oír absolutamente nada de él, si sigue activamente involucrado en el que fue su objetivo fundamental, “el ejercicio del pensamiento original, creativo y crítico y el rescate y difusión de las manifestaciones de la cultura universal”, como dice el documento de su creación.
Probablemente haya decaído en su actividad hasta el ostracismo y haya encontrado reposo eterno en las urnas burocráticas de los archivos estatales.
En estos tiempos de cólera siguen circulando por el mundo mentes brillantes que nos entusiasmaría profundamente poder escuchar con tanta cercanía como a Sábato, a Rulfo y a Cortázar.
Probablemente encontremos la lucidez de algún mecenas que adopte lo que quede del Colegio de Costa Rica y nos haga vibrar nuevamente, apretujados bajo la lluvia en la acera del Teatro Nacional.

Tomás Nassar

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