Debilitamiento democrático
Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 30 octubre, 2013
Esperamos que el sistema se enderece solo, que las organizaciones políticas salgan de sus crisis por ósmosis, que cumplan con todo lo que prometen y dejen llevárselo todo
Hablando Claro
Debilitamiento democrático
Nuestro pregonado apoyo a la democracia y su sistema político, ha venido cediendo hasta encontrarnos de cara a un fuerte distanciamiento con nuestras instituciones; esas que nos convirtieron en una democracia representativa sólida y profundamente admirada en el conjunto de las naciones.
Hoy somos, de entre todos los latinoamericanos, el país con menor participación ciudadana, y ello no hace referencia exclusivamente a nuestra desvinculación con organizaciones político partidarias o nuestro cada vez mayor desdén hacia el proceso electoral.
No. La cuestión va mucho más allá; no queremos hacer parte de una asociación de padres de familia, de una organización de desarrollo comunal y hasta somos reacios a participar en un equipo deportivo o cualquier otra agrupación recreativa. Los datos se desprenden de un amplísimo estudio elaborado en todo el continente por el Proyecto de Opinión Pública de América Latina de la Universidad de Vanderbilt que dio a conocer el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Según el estudio, únicamente cuatro de cada diez costarricenses toman parte en la vida comunitaria; es decir, de los vagones de la articulación democrática. Los demás vamos —literalmente— colgados.
Tal vez a usted esto le hace sentir culpable como a mí, que formo parte del 60% de los indiferentes. De los que nos sentimos satisfechos con el propio proyecto de vida y hasta reconocemos las bondades de la solvencia democrática que heredamos fácilmente, sin desmembramientos traumáticos, como la dictadura, el hambre, el azote permanente de fenómenos naturales y mucho menos de las guerras intestinas.
Solo así me explico que, de acuerdo con el estudio, 90 de cada 100 haitianos, se arrollen las mangas para contribuir activamente en la vida comunal, mientras nosotros estamos masticando la paradoja incomprensible de satanizar la aportación de los demás, en tanto nos negamos a hacer parte de las soluciones con nuestro “sacrificio” participativo.
Nosotros los costarricenses (lo sabemos, pero ocupamos un estudio de “Actitudes hacia la democracia” para constatarlo) vivimos en nuestras burbujas de individualismo, refugiados en zonas de confort desde las cuales apuntamos a los demás como los responsables de todas nuestras desgracias y problemas pero sin estar dispuestos a mover ni un dedo a cambio.
Esperamos que el sistema se enderece solo, que las organizaciones políticas salgan de sus crisis por ósmosis, que cumplan con todo lo que prometen y dejen llevárselo todo. Bla, bla, bla. Porque nos encanta pasar la vida criticando a los demás. Debe ser sin duda una de las cosas que nos hacen más felices (a propósito de otro estudio).
Y todo esto no sería más que un rasgo de nuestra idiosincrasia montuna y simplona, sino fuera porque la apatía en la participación está trastocando las bases de nuestra cultura política y socavando los cimientos de nuestra convivencia para hacernos cada vez más intolerantes, con lo cual estamos minando las condiciones de estabilidad y legitimidad política de nuestra democracia.
Vilma Ibarra
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