¿Cuándo perdimos el rumbo?
| Viernes 02 septiembre, 2011
¿Cuándo perdimos el rumbo?
En 1920 la población de Costa Rica sumaba aproximadamente medio millón de personas, nuestras principales exportaciones eran banano, ganado, cacao, maderas, oro y plata y algunos otros productos agrícolas. Teníamos una organización burocrática estatal incipiente pero efectiva. Para esa época, aparte del ferrocarril, los dos puertos, el aeródromo de la Sabana, contábamos con un flamante tranvía que recorría la capital de este a oeste, inclusive con algunas ramificaciones y para entonces ya teníamos un San José iluminado, como pocas urbes en el mundo.
Las escuelas que aún vemos erguidas en ciudades y en muchos pueblos del Valle Central y más allá, eran y aún son monumentales. El Teatro Nacional, el Cuartel Bellavista (hoy Museo Nacional), un eficiente equipo de maestros, ejército, policía, ingenieros, todo dentro del marco de un país pequeño, pobre, escasamente poblado, sin la tecnología ni las comunicaciones de hoy, pero evidentemente con una fuerza tremenda emanada del espíritu luchador de sus pobladores, labriegos sencillos, hombres y mujeres trabajadoras que a base de esfuerzo y honestidad lograron erigir grandes obras con escasísimos recursos.
En algún momento de nuestra historia perdimos el rumbo, perdimos toda aquella disciplina que nos caracterizaba, aquella responsabilidad, apego y amor por el trabajo bien realizado. En algún momento de nuestra historia reciente empezamos a tomar las cosas a la ligera. La chambonería nos invadió y nos conquistó; el “porta mí” llegó para quedarse y hoy lo vemos, lo vivimos y lo sufrimos.
En cuanto a solucionar problemas, perdimos la capacidad para ponernos de acuerdo, nos enredamos en una maraña de leyes, reglamentos y controles que ataron al progreso de tal manera que lo único que hacemos, en esta inmovilidad, son remiendos; remendamos carreteras, remendamos puentes o ponemos por doquier los famosos “bailyes” “temporalmente”, no podemos con la bendita platina, las obras civiles se hacen de a poquito y por décadas; las licitaciones, las apelaciones y las expropiaciones acaban con los planes de desarrollo, la burocracia de los requisitos es abominable y espanta a quien quiere crear una pequeña empresa y lo peor, no se ve la luz al final del oscuro túnel.
No es pesimismo, es la realidad, los “padres de la patria” de todo signo lo más que hacen es control político, control político todos los días, muy eficientes en eso. Por el contrario, el país necesita que se ordene ese desmadre jurídico, que se separe la paja del grano y que de una vez por todas nos organicemos como nación, como ciudadanos que alguna formación y sentido común tenemos.
La burocracia estatal, aparte de numerosa, se ha vuelto lenta, no toma decisiones por temor a los excesivos controles. Las metas desafortunadamente son cortas, casi siempre deben coincidir con la administración de turno (¡hay que inaugurar¡); las políticas de estado las sustituimos por políticas de gobierno, no corremos en relevos, corremos solos y en trayectos cortos, y lo peor, no tenemos espíritu de cuerpo.
Volvamos los ojos a nuestro pasado, tomemos lo mejor de la genética de nuestro cuerpo social, veamos en nuestros abuelos y abuelas el modelo del costarricense que queremos para hoy y para mañana. Los pueblos como el nuestro tienen la sabiduría de guardar en su conciencia histórica lo mejor de sus padres, de sus antepasados; ahí debemos buscar.
Esculquemos en nuestros hechos como nación y rescatemos aquellos valores que nos permitieron construir obra y modelar comportamientos que solo buscaban generar bienestar, para así tratar de volver al camino del cual nos apartamos, desafortunadamente.
Johnny Sáurez Sandí
En 1920 la población de Costa Rica sumaba aproximadamente medio millón de personas, nuestras principales exportaciones eran banano, ganado, cacao, maderas, oro y plata y algunos otros productos agrícolas. Teníamos una organización burocrática estatal incipiente pero efectiva. Para esa época, aparte del ferrocarril, los dos puertos, el aeródromo de la Sabana, contábamos con un flamante tranvía que recorría la capital de este a oeste, inclusive con algunas ramificaciones y para entonces ya teníamos un San José iluminado, como pocas urbes en el mundo.
Las escuelas que aún vemos erguidas en ciudades y en muchos pueblos del Valle Central y más allá, eran y aún son monumentales. El Teatro Nacional, el Cuartel Bellavista (hoy Museo Nacional), un eficiente equipo de maestros, ejército, policía, ingenieros, todo dentro del marco de un país pequeño, pobre, escasamente poblado, sin la tecnología ni las comunicaciones de hoy, pero evidentemente con una fuerza tremenda emanada del espíritu luchador de sus pobladores, labriegos sencillos, hombres y mujeres trabajadoras que a base de esfuerzo y honestidad lograron erigir grandes obras con escasísimos recursos.
En algún momento de nuestra historia perdimos el rumbo, perdimos toda aquella disciplina que nos caracterizaba, aquella responsabilidad, apego y amor por el trabajo bien realizado. En algún momento de nuestra historia reciente empezamos a tomar las cosas a la ligera. La chambonería nos invadió y nos conquistó; el “porta mí” llegó para quedarse y hoy lo vemos, lo vivimos y lo sufrimos.
En cuanto a solucionar problemas, perdimos la capacidad para ponernos de acuerdo, nos enredamos en una maraña de leyes, reglamentos y controles que ataron al progreso de tal manera que lo único que hacemos, en esta inmovilidad, son remiendos; remendamos carreteras, remendamos puentes o ponemos por doquier los famosos “bailyes” “temporalmente”, no podemos con la bendita platina, las obras civiles se hacen de a poquito y por décadas; las licitaciones, las apelaciones y las expropiaciones acaban con los planes de desarrollo, la burocracia de los requisitos es abominable y espanta a quien quiere crear una pequeña empresa y lo peor, no se ve la luz al final del oscuro túnel.
No es pesimismo, es la realidad, los “padres de la patria” de todo signo lo más que hacen es control político, control político todos los días, muy eficientes en eso. Por el contrario, el país necesita que se ordene ese desmadre jurídico, que se separe la paja del grano y que de una vez por todas nos organicemos como nación, como ciudadanos que alguna formación y sentido común tenemos.
La burocracia estatal, aparte de numerosa, se ha vuelto lenta, no toma decisiones por temor a los excesivos controles. Las metas desafortunadamente son cortas, casi siempre deben coincidir con la administración de turno (¡hay que inaugurar¡); las políticas de estado las sustituimos por políticas de gobierno, no corremos en relevos, corremos solos y en trayectos cortos, y lo peor, no tenemos espíritu de cuerpo.
Volvamos los ojos a nuestro pasado, tomemos lo mejor de la genética de nuestro cuerpo social, veamos en nuestros abuelos y abuelas el modelo del costarricense que queremos para hoy y para mañana. Los pueblos como el nuestro tienen la sabiduría de guardar en su conciencia histórica lo mejor de sus padres, de sus antepasados; ahí debemos buscar.
Esculquemos en nuestros hechos como nación y rescatemos aquellos valores que nos permitieron construir obra y modelar comportamientos que solo buscaban generar bienestar, para así tratar de volver al camino del cual nos apartamos, desafortunadamente.
Johnny Sáurez Sandí