Construyendo una sexualidad ética
Ana María Prada | Alberto Salas Salínas ampradar@gmail.com | Jueves 21 noviembre, 2019
La sociedad ha tenido una complicada relación cuando se trata el tema de la ética en sexualidad. Durante largo tiempo, todo acto sexual que no tuviera únicamente fines reproductivos y que se diera dentro de la institución del matrimonio era considerado inmoral. No había interés por el consentimiento, si se había dado un espacio de libre comunicación, o si se había buscado el placer de todas las personas. Esta visión tan represiva de la sexualidad fue cediendo paso a una nueva visión, donde las personas pudieron empezar a disfrutar de mayor libertad en su sexualidad, pero continúan una serie de limitaciones y estigmas hasta el día de hoy.
La problemática actual es que la sexualidad humana no deja de ser un ámbito cargado de tabúes, lo que lleva a que no se hable lo suficiente del tema. Todavía cuando el consentimiento ha alcanzado un lugar relevante en el debate público actual, se ha dejado un vacío en cuanto al tema más amplio de la ética en los vínculos sexuales. En este sentido, es de interés desarrollar herramientas para tener vivencias sexuales más sanas y conscientes.
Al no ser un tema que se discuta abiertamente, es común que una persona adulta nunca se haya cuestionado las vivencias y prácticas de su sexualidad, lo que muchas veces lleva a malas experiencias. Al no permitir el diálogo sobre esto, toda persona es lanzada a la sexualidad para aprender en un proceso de prueba y error, que muchas veces es doloroso y traumático para nosotros mismos y aquellas otras con las que nos vinculemos sexualmente.
Toda actividad humana que tenga efectos emocionales tan grandes debe ser abordada de una manera ética, donde se esté consciente del bienestar del otro, del propio y de los efectos que pueden tener nuestras acciones. Por esto, abrimos una discusión de la ética práctica en las relaciones sexuales, no para burocratizarlas o limitarlas, sino más bien para que mejoren.
Todo sistema ético tiene principios centrales, los cuales sirven como guías, en este caso proponemos los siguientes: placer, consentimiento, y comunicación. La actividad sexual debe buscar ser placentera, consensuada y darse en un espacio donde la comunicación de sensaciones y emociones pueda ser manifestada y escuchada. Este modelo de ética implica que, como personas sexuales, deberíamos buscar que siempre estén presentes estos factores.
Su importancia es que puedan servir como base para poder desarrollar vidas sexuales más sanas y placenteras, e iniciar un ciclo virtuoso donde cada principio promoverá a los otros. Cabe recalcar que la responsabilidad ética en la sexualidad se da tanto con las otras personas, como con nosotros y nosotras mismas. Es igual de importante que la pareja esté a gusto con lo que está sucediendo como que nosotros lo estemos.
De este modo, si sólo se toma en cuenta el placer, la comunicación y el consentimiento de la otra persona, se podrían llegar a ignorar malestares físicos y emocionales que impedirían un disfrute genuino, mientras que, si únicamente hay un interés por el propio placer, comunicación y consentimiento, se cae en la invisibilización de la otra persona como sujeto y no objeto. El fin es que, el interés por el placer, la comunicación y el consentimiento de las personas que sean parte del acto sexual se fomenten entre sí y sean complementarios. Que la preocupación por el propio disfrute se convierta también en la preocupación por el disfrute del otro, que la verificación del consentimiento no sea unilateral, y que el expresarse sea un incentivo para que el otro también pueda hacerlo.
Con base en los tres principios ya expuestos, se proponen los siguientes pasos para ir construyendo relaciones sexuales más sanas y satisfactorias.
Primero, preguntarnos si estamos a gusto con lo que está ocurriendo, si se tiene el deseo, o si hay algo que gustaría cambiar. Manifestar estos sentires y deseos a la otra persona y abrir un espacio de comunicación.
Segundo, preguntarle a la otra persona si se siente bien con lo que sucede, permitirle expresar qué le da placer y qué no, hacerla sentir en libertad de informar si siente incomodidad y que puede cambiar de opinión en cualquier momento. Generar ambiente de confianza en el que se pueden comunicar sensaciones, preocupaciones e incomodidades.
Es importante aclarar que está bien a veces no saber si nos vamos a sentir a gusto con una práctica o no hasta que la realicemos, incluso, aunque ya la hayamos realizado anteriormente. Por esto, es fundamental estar en constante conexión con sensaciones, sentimientos y emociones para poder entender cómo me voy sintiendo. Es fundamental mantener una comunicación de manera constante, donde en el momento en que alguien no se sienta bien, pueda expresarlo sin temor de generar una reacción negativa.
La idea no es que la sexualidad se vuelva algo mecánico, sino más bien construirla, reinventarla y permitir que fluya como la interacción humana que es. Puede parecer tedioso este cuestionamiento propio y de la otra persona; sin embargo, se plantea como un proceso dialéctico de descubrir en conjunto lo que gusta y lo que no, para ir enriqueciendo las vivencias y experiencias sexuales.
El propósito es que, en cualquier acto sexual, se incluya el espacio para desarrollar los tres principios de placer, consentimiento y comunicación, no para cumplir un objetivo o una meta, sino para vivir cada uno de los encuentros de una mejor manera. Toda persona con la que se vaya a compartir un encuentro sexual debe ser tratada con dignidad, respeto y empatía, independientemente si es un encuentro casual o una relación estable. La sexualidad da la posibilidad de conocer a la otra persona y a uno mismo en vulnerabilidad y placer, y por esto mismo debe ser asumida con responsabilidad, ya que restarle importancia puede transformar una agradable experiencia en algo doloroso y poco ético.
Ana María Prada Rodríguez, Master en Psicología , ampradar@gmail.com
Alberto Salas Salínas, Licenciado en Derecho, albertojsalas.92@gmail.com