Clase media paga errores de mercados
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Miércoles 09 noviembre, 2011
Clase media paga errores de mercados
En un punto, todas las crisis financieras son iguales. Un grupo relativamente pequeño de individuos, normalmente banqueros, encuentra la oportunidad de correr riesgos muy grandes.
Durante un tiempo, los financistas exhiben beneficios elevados, que justifican los precios en alza de las acciones de sus empresas y grandes bonificaciones para sus ejecutivos máximos.
Sin embargo, esos beneficios nunca se ajustan como corresponde a lo que se materializará realmente a lo largo de cinco a diez años, lo cual significa que asumen un riesgo y sobreestiman las verdaderas ganancias.
Generalmente, suele haber rendimientos mayores a corto plazo si se corre un mayor riesgo; basta ver el sistema bancario islandés después de 2003.
A estos bancos se los autorizó a llevar adelante grandes negocios en el exterior, acumulando un balance general combinado que era diez veces el tamaño del producto interno bruto de Islandia, en su mayor parte sobre la base de financiación a corto plazo.
Los líderes políticos de Islandia pensaron que habían encontrado un nuevo camino hacia la prosperidad. En octubre de 2008, descubrieron una verdad eterna: los beneficios gigantescos implican riesgos gigantescos. Los bancos de Islandia colapsaron, hundiendo a la economía en una profunda recesión.
El intento islandés por manejar un país como un fondo de cobertura puede hacernos reír o llorar. No obstante, la triste verdad es que Estados Unidos y muchos países de la Unión Europea hicieron algo similar al permitir o incentivar a partes del sector financiero para que asumieran demasiado riesgo. Esto se manifestó en préstamos excesivos a una combinación de gobiernos, promotores inmobiliarios y hogares.
Podemos no coincidir respecto de las causas precisas de cualquier crisis. Algunos culpan del ciclo más reciente de expansión-contracción-rescate en Europa y Estados Unidos a los banqueros por haber cautivado los corazones y las mentes de los funcionarios gubernamentales; otros hacen hincapié en la culpabilidad de dichos funcionarios. Más allá de la visión de cada uno, deberíamos coincidir en una cosa: alguien tiene que pagar por el desmadre.
Primero, es natural señalar con el dedo a los que estuvieron en el epicentro del desastre los que construyeron las grandes instituciones financieras y manejaron mal los riesgos.
El problema es que, aunque se pudieran recuperar las ganancias de ese grupo, el hecho es que no se van con suficiente efectivo como para cambiar la situación.
Los profesores de finanzas Sanjai Bhagat, de la Universidad de Colorado en Boulder, y Brian J. Bolton de la Portland State University, calcularon el año pasado que los máximos responsables ejecutivos de las 14 empresas financieras estadounidenses de primer nivel recibieron unos $2.500 millones en efectivo (salario, bonificaciones y opciones de compra de acciones ejercitadas) desde 2000 hasta 2008.
Para un día de pago es sustancial, pero representa una gota en el balde si se consideran los daños causados al balance social más amplio a nivel nacional.
Según la Oficina Parlamentaria del Presupuesto, el coeficiente deuda/PIB a mediano plazo creció un 50%, o sea, aproximadamente unos $7 billones, debido a la crisis. (Revelación: formo parte de una comisión de asesores económicos de la Oficina Parlamentaria del Presupuesto pero no participo en la producción de estas estimaciones, que están basadas en comparar el pronóstico de enero de 2008 relativo a la deuda en 2018 y la revisión publicada en enero de 2010).
Los verdaderos daños económicos son obviamente mucho mayores cuando se tienen en cuenta el crecimiento económico más bajo, la pérdida de empleos y los trastornos en la vida de las personas. Y parte de la deuda más alta será traspasada a las generaciones futuras, con la esperanza de que serán más ricas, o quizá más afortunadas, que nosotros.
De todos modos, los niveles de deuda/PIB en muchos países industrializados ya eran altos y el aumento repentino de la deuda en su mayor parte causado por ingresos fiscales perdidos debido a la recesión— nos ha empujado a la zona roja. Necesitamos bajar nuestro déficit y orientar la deuda por un cauce más sustentable.
La triste verdad es que los “responsables” de la crisis nunca tienen suficiente dinero para satisfacer al resto de nosotros.
Segundo, se podría gravar a los pobres.
Tal vez parezca una sugerencia escandalosa, pero normalmente quienes se encuentran en el extremo más bajo de la distribución del ingreso y la riqueza son aplastados después de las crisis financieras importantes.
En general no están bien organizados y carecen de influencia política. Sus beneficios se recortan reduciendo el acceso a la salud, por ejemplo, o despidiendo docentes, lo cual afecta la calidad de la educación pública.
Al único político que oí abordar esta cuestión directamente es el ministro de finanzas de Islandia, Steingrimur Sigfusson.
En un fuerte discurso durante una conferencia del Fondo Monetario Internacional en Reykiavik el 27 de octubre, Sigfusson dejó bien claro que hará todo lo posible por proteger a la población islandesa de menores ingresos.
(Por desgracia su discurso no fue incluido en la cobertura de lo contrario integral de la conferencia del FMI; los documentos también dan más detalles sobre lo que pasó en Islandia, incluidos los cambios en la distribución del ingreso).
El Ministro de Finanzas Sigfusson es geólogo, excamionero y un político duro. Su partido no está implicado en el fiasco financiero y es posible que se salga con la suya con respecto a las prioridades de política. Los otros ministros de finanzas no tienen, en general, su claridad de pensamiento sobre este tema.
Pero aunque estemos dispuestos a aplastar hasta cierto punto a los pobres, la factura sigue siendo demasiado elevada.
Grecia no puede llevar su presupuesto a una posición sustentable simplemente recortando los subsidios a los pobres, razón por la cual en las calles se ve a sindicatos del sector público y a gente relativamente acomodada.
El tercer grupo, naturalmente, somos todos los demás. La clase media en los Estados Unidos y Europa es grande y, según todos los criterios históricos, pudiente. La gente podría pagar más impuestos o recibir menos beneficios del Estado.
Londres
En un punto, todas las crisis financieras son iguales. Un grupo relativamente pequeño de individuos, normalmente banqueros, encuentra la oportunidad de correr riesgos muy grandes.
Durante un tiempo, los financistas exhiben beneficios elevados, que justifican los precios en alza de las acciones de sus empresas y grandes bonificaciones para sus ejecutivos máximos.
Sin embargo, esos beneficios nunca se ajustan como corresponde a lo que se materializará realmente a lo largo de cinco a diez años, lo cual significa que asumen un riesgo y sobreestiman las verdaderas ganancias.
Generalmente, suele haber rendimientos mayores a corto plazo si se corre un mayor riesgo; basta ver el sistema bancario islandés después de 2003.
A estos bancos se los autorizó a llevar adelante grandes negocios en el exterior, acumulando un balance general combinado que era diez veces el tamaño del producto interno bruto de Islandia, en su mayor parte sobre la base de financiación a corto plazo.
Los líderes políticos de Islandia pensaron que habían encontrado un nuevo camino hacia la prosperidad. En octubre de 2008, descubrieron una verdad eterna: los beneficios gigantescos implican riesgos gigantescos. Los bancos de Islandia colapsaron, hundiendo a la economía en una profunda recesión.
El intento islandés por manejar un país como un fondo de cobertura puede hacernos reír o llorar. No obstante, la triste verdad es que Estados Unidos y muchos países de la Unión Europea hicieron algo similar al permitir o incentivar a partes del sector financiero para que asumieran demasiado riesgo. Esto se manifestó en préstamos excesivos a una combinación de gobiernos, promotores inmobiliarios y hogares.
Podemos no coincidir respecto de las causas precisas de cualquier crisis. Algunos culpan del ciclo más reciente de expansión-contracción-rescate en Europa y Estados Unidos a los banqueros por haber cautivado los corazones y las mentes de los funcionarios gubernamentales; otros hacen hincapié en la culpabilidad de dichos funcionarios. Más allá de la visión de cada uno, deberíamos coincidir en una cosa: alguien tiene que pagar por el desmadre.
Primero, es natural señalar con el dedo a los que estuvieron en el epicentro del desastre los que construyeron las grandes instituciones financieras y manejaron mal los riesgos.
El problema es que, aunque se pudieran recuperar las ganancias de ese grupo, el hecho es que no se van con suficiente efectivo como para cambiar la situación.
Los profesores de finanzas Sanjai Bhagat, de la Universidad de Colorado en Boulder, y Brian J. Bolton de la Portland State University, calcularon el año pasado que los máximos responsables ejecutivos de las 14 empresas financieras estadounidenses de primer nivel recibieron unos $2.500 millones en efectivo (salario, bonificaciones y opciones de compra de acciones ejercitadas) desde 2000 hasta 2008.
Para un día de pago es sustancial, pero representa una gota en el balde si se consideran los daños causados al balance social más amplio a nivel nacional.
Según la Oficina Parlamentaria del Presupuesto, el coeficiente deuda/PIB a mediano plazo creció un 50%, o sea, aproximadamente unos $7 billones, debido a la crisis. (Revelación: formo parte de una comisión de asesores económicos de la Oficina Parlamentaria del Presupuesto pero no participo en la producción de estas estimaciones, que están basadas en comparar el pronóstico de enero de 2008 relativo a la deuda en 2018 y la revisión publicada en enero de 2010).
Los verdaderos daños económicos son obviamente mucho mayores cuando se tienen en cuenta el crecimiento económico más bajo, la pérdida de empleos y los trastornos en la vida de las personas. Y parte de la deuda más alta será traspasada a las generaciones futuras, con la esperanza de que serán más ricas, o quizá más afortunadas, que nosotros.
De todos modos, los niveles de deuda/PIB en muchos países industrializados ya eran altos y el aumento repentino de la deuda en su mayor parte causado por ingresos fiscales perdidos debido a la recesión— nos ha empujado a la zona roja. Necesitamos bajar nuestro déficit y orientar la deuda por un cauce más sustentable.
La triste verdad es que los “responsables” de la crisis nunca tienen suficiente dinero para satisfacer al resto de nosotros.
Segundo, se podría gravar a los pobres.
Tal vez parezca una sugerencia escandalosa, pero normalmente quienes se encuentran en el extremo más bajo de la distribución del ingreso y la riqueza son aplastados después de las crisis financieras importantes.
En general no están bien organizados y carecen de influencia política. Sus beneficios se recortan reduciendo el acceso a la salud, por ejemplo, o despidiendo docentes, lo cual afecta la calidad de la educación pública.
Al único político que oí abordar esta cuestión directamente es el ministro de finanzas de Islandia, Steingrimur Sigfusson.
En un fuerte discurso durante una conferencia del Fondo Monetario Internacional en Reykiavik el 27 de octubre, Sigfusson dejó bien claro que hará todo lo posible por proteger a la población islandesa de menores ingresos.
(Por desgracia su discurso no fue incluido en la cobertura de lo contrario integral de la conferencia del FMI; los documentos también dan más detalles sobre lo que pasó en Islandia, incluidos los cambios en la distribución del ingreso).
El Ministro de Finanzas Sigfusson es geólogo, excamionero y un político duro. Su partido no está implicado en el fiasco financiero y es posible que se salga con la suya con respecto a las prioridades de política. Los otros ministros de finanzas no tienen, en general, su claridad de pensamiento sobre este tema.
Pero aunque estemos dispuestos a aplastar hasta cierto punto a los pobres, la factura sigue siendo demasiado elevada.
Grecia no puede llevar su presupuesto a una posición sustentable simplemente recortando los subsidios a los pobres, razón por la cual en las calles se ve a sindicatos del sector público y a gente relativamente acomodada.
El tercer grupo, naturalmente, somos todos los demás. La clase media en los Estados Unidos y Europa es grande y, según todos los criterios históricos, pudiente. La gente podría pagar más impuestos o recibir menos beneficios del Estado.
Londres