Cinabrio, el codiciado mineral que antiguas civilizaciones usaban en rituales místicos y funerarios sin saber que era tóxico
BBC News Mundo - Redacción | Domingo 12 mayo, 2024
Hermoso y peligroso, como el fenómeno natural que suele preceder su origen: las erupciones volcánicas.
El cinabrio rellena las grietas que quedan en las rocas, formando atractivas venas rojas que han fascinado durante milenios a quienes lo descubren.
Y esos han sido muchos, pues el mineral está presente en todos los lugares en los que hay o ha habido volcanes.
De hecho, como apunta Geology.com, es uno de los pocos minerales que fueron descubiertos, procesados y utilizados de forma independiente por pueblos antiguos en muchas partes del mundo.
El cinabrio se podía moler fácilmente para convertirlo en un polvo fino, que mezclado con distintos líquidos se convertía en varios tipos de pintura.
Además, era -y sigue siendo- la principal mena de mercurio.
He ahí el problema: su asociación con ese metal pesado hizo que el cinabrio pasara de ser muy preciado a despreciado.
Pero antes de que eso sucediera, dejó una llamativa huella en varias regiones del planeta.
Como pigmento -llamado bermellón-, daba tonos que iban del rojo anaranjado brillante al violeta rojizo más apagado.
Hace unos 10.000 años, los primeros artistas lo usaron para pintar imágenes de uros, el ahora extinto ganado gigante, en las paredes del antiguo asentamiento de Çatalhöyük en lo que hoy es Turquía, y en cerámicas de la cultura Yangshao en China (5000 a 3000 a.C.).
En el continente que los europeos bautizarían América, el cinabrio se encuentra en tumbas, murales, máscaras, ornamentos y sobre metales preciosos de las culturas del área Andina y de Mesoamérica.
En España, que alberga las legendarias minas de Almadén, en Ciudad Real, de donde se ha extraído la mayor cantidad de mercurio del mundo durante siglos, la presencia del pigmento más antigua que se conozca data del 6000 a.C.
La mayor parte del rojo profundo con el que, siglos después, los antiguos romanos pudientes pintaban sus paredes provenía de Almadén, y costaba el triple que el preciado azul egipcio.
En el Renacimiento, el cinabrio se usaba en sellos de cera para certificar documentos y como pigmento rojo brillante por artistas como Giotto, Tizano y Van Eyck.
Europa importó el bermellón de China durante años, pues se consideraba más bello y puro.
En China misma el pigmento históricamente ha tenido un lugar especial en la cultura y, además de colorear las paredes de sitios tan importantes como la Ciudad Prohibida, está presente en multitud de objetos, notoriamente en los de laca china tallada.
Más que bello
Además de su uso decorativo, en arte, tatuajes, maquillaje y, en la Edad Media, como tinta para escribir, en muchas culturas el cinabrio se usó con fines medicinales, metalúrgicos y simbólicos.
Y es que tenía unas propiedades inusuales.
Como el filósofo griego Teofrasto señaló, "cuando se machaca con vinagre en un mortero de cobre da plata líquida (como se le decía antiguamente al mercurio)".
Pero aún más extraño era lo que ocurría cuando se calentaba en un horno, algo que se ha hecho durante miles de años: el mercurio se escapa en forma de vapor que se condensa en mercurio líquido.
En su "Historia Natural", el escritor romano Plinio el Viejo informa que el mercurio disuelve el noble metal oro.
Ese proceso de amalgamación se convertiría en uno de los principales métodos de purificación del oro a lo largo de los siglos.
Los romanos importaban cinco toneladas de mercurio al año y la mayoría se usaba con este propósito.
La amalgama se podía usar para hacer objetos dorados, metiéndolos al horno para que el mercurio desapareciera y revelara una lustrosa capa del más puro oro.
Y había algo más.
Los alquimistas habían descubierto que podían producir el cinabrio calentando mercurio y sulfuro.
Que el cinabrio se pudiera convertir en mercurio y volver a convertir en cinabrio era un proceso aparentemente cíclico inexplicable que para algunos era similar al de la resurrección del cuerpo, por lo que le conferían poderes especiales, apunta el químico Andrea Sella, en la serie In the Element de la BBC.
En el Imperio chino, los emperadores consumían elixires de bermellón para prolongar la vida y adquirir la inmortalidad.
Y hasta el día de hoy hay alrededor de 40 medicinas tradicionales que contienen cinabrio.
Desde Medio Oriente hasta Latinoamérica se usaba también en bendiciones rituales y entierros.
Las hindúes solían aplicarse bermellón en la partición del cabello y la frente como una marca de que eran casadas.
La costumbre lleva el nombre de sindoor y está relacionada con la astrología hindú, en la que la Casa de Aries o Mesha Rashi está en la frente y se considera auspiciosa; Sindoor también se considera el símbolo de la energía femenina de Shakti.
El ritual continúa, pero el cinabrio ha sido reemplazado por otros ingredientes más seguros.
Ese ha sido el destino del bermellón: su relación tóxica con el mercurio lo fue sacando de la historia.
Expertos como Terri Ottaway, curador del museo del Instituto Gemológico de América (GIA), explican que, en su forma natural, el cinabrio no es peligroso.
Sin embargo, cuando las temperaturas aumentan, se libera vapor de mercurio que es tóxico si se inhala.
"Mientras el cinabrio no se caliente, el mercurio queda atrapado en el azufre, lo que hace que el cinabrio sea poco tóxico", le dijo Ottaway al portal How Stuff Works.
Pablo Higueras, José María Esbrí y Eva M. García Noguero del Instituto de Geología Aplicada de la Universidad de Castilla-La Mancha, coinciden en que es la separación metalúrgica de los componentes del cinabrio la que pone en riesgo la salud.
Y añaden que hay otra razón por la que el mineral es indirectamente responsable de efectos malsanos: "habitualmente junto con el cinabrio es común encontrar gotas de mercurio metálico".
En cualquier caso, el uso del cinabrio, aparte de en la minería de baja escala, ha ido desapareciendo y quienes se ven obligados a trabajar con él, como los arqueólogos, lo hacen con cautela.
El bermellón, que reinó como el pigmento rojo más utilizado en el mundo y el rojo más vibrante, tuvo que ceder su corona con el descubrimiento del rojo cadmio a principios del siglo XX.
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