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Chisporroteos

Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Miércoles 29 junio, 2011



Chisporroteos


De cuando en cuando puede uno sentirse satisfecho de algo que ha ocurrido.
Esto ha ocurrido: alguien quitó o mandó quitar la ostentosa y antiestética propaganda comercial de que habían llenado uno de los edificios más bellos, una de las iglesias más veneradas de la capital: la iglesia de La Merced, obra máxima del arquitecto Lesmes Jiménez, en la que me han dicho que metió mano el otro gran arquitecto de fines del siglo XIX, Jaime Carranza.
Es curioso que ninguno de esos profesionales participó en el diseño y construcción del Teatro Nacional. Hace tiempo me vengo preocupando por averiguar quien fue el arquitecto que lo diseñó, porque en ninguna parte consta. Una vez, el novelista cubano Alejo Carpentier me aseguró que había sido su padre. Pero averiguando y averiguando, y en conversaciones con Andrés Fernández que sabe más que yo de eso, llegamos a la conclusión de que el edificio josefino que puede haber diseñado el arquitecto Carpentier, bien puede haber sido el que todavía conocemos con el nombre de La Alhambra.
El hecho, para mí incontrovertible, es que el Teatro Nacional no puede haber sido diseñado por un arquitecto europeo. Ningún arquitecto europeo en su sano juicio habría diseñado un teatro de ópera sin foso para la orquesta. Y en lo que en nuestro teatro pasa por foso apenas caben unos quince músicos. La prueba es que cuando hay una función de ópera o de ballet, cualquiera que necesite orquesta, hay que quitar dos filas de lunetas para que la orquesta quepa. Total: el arquitecto del Teatro Nacional no puede haber sido europeo. Fue tico.
En el equipo que construyó el teatro, figuraron tres ingenieros (no, como dije antes, los arquitectos Carranza y Jiménez). Fueron ellos Nicolás Chavarría, Luis Matamoros y Miguel Angel Velázquez. (Este último un mexicano establecido aquí y, se me ha dicho, antepasado de nuestro expresidente Miguel Angel Rodríguez). Velázquez había viajado por Europa, lo que me lleva a prescindir de él en la búsqueda del arquitecto. De Matamoros se conoce su conexión posterior con el ferrocarril al Pacífico, y trabajos de ingeniería similares. Lo cual me dejó en manos de don Nicolás Chavarría hasta llevarme casi a afirmar que tiene que haber sido él quien diseñó arquitectónicamente nuestro teatro.
Lo identifico para el lector como la persona que veintipico años después, como Ministro de Fomento de don Francisco Aguilar Barquero, dio a conocer públicamente los escándalos financieros y verdaderos robos al fisco de la dictadura de Federico Tinoco. Entre sus descendientes figuran dos hombres importantes de mi generación: Jorge Rossi y Jorge Lyon.
La tontería que tanto ha circulado de que nuestro teatro imita arquitectónicamente la Ópera de París es un disparate. No se parece en nada. La inspiración de nuestro teatro está claramente en Italia, no en Francia. Y cabría investigar un poco la carrera de don Nicolás Chavarría para saber si, aparte las conjeturas que yo he hecho, hay algo más, en su vida o su carrera, que lo señale como el posible diseñador arquitectónico del Teatro Nacional.

Alberto F. Cañas
afcanas@intnet.co.cr

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