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Canto por Mulerías

Abel Pacheco apacheco@larepublica.net | Lunes 21 febrero, 2011



PARLATICA
Canto por Mulerías

Se va febrero, mes de guarias y robles de sabana florecidos. Se va mientras venus esplendoroso nos recuerda la existencia de Dios a los madrugadores.
Y como es usual en este mes, disfrutamos del Festival de las Mulas en Parrita. Merecido homenaje para estos nobles animales, con sus alegres carreras y sus concursos de belleza mular. Porque son bellas, con sus ojotes pestañosos soñadores, sus ancas repletas y sus orejas siempre erguidas, siempre alerta.
Desde la llegada de los españoles han estado con nosotros, ayudándonos afanosas a construir esta patria.
Participaron de la conquista, pero sin entrar fieramente en combate como humanos, perros y caballos.
Fueron sí muy activas en la evangelización y hasta dieron su vida. Les recuerdo que cuando el santo fray Antonio de Margil caminaba Talamanca presentándole Jesús a nuestros abuelos nativos, un tigre devoró su mula.
Ya ves lo que hiciste... dijo al felino el buen franciscano ¡Ahora vas a tener que llevarme vos la carga!
La fiera se arrodilló mansita y anduvo cargando los bártulos del fraile por cumbres y barrancos selváticos.
Y a principios del siglo XVII, tiempos de angustias y pobrezas para esta olvidada colonia, nos dedicamos a la crianza de acémilas para ser vendidas en Panamá y utilizadas en el transporte de mercaderías y humanos de océano a océano. Aquella senda por donde circulaban se llamó “El Camino de las Mulas” y nos puso en contacto con el mundo al mismo tiempo que aliviaba nuestra situación.
Con tanta presencia en nuestra historia, estos hijos de asno y yegua invadieron la parlatica y así, decimos mulas a las personas tercas y porfiadas, pues tal característica es notoria en estos equinos.
Y “caer mula” es cuando alguien se torna rudo y violento para detener el avance de un contrario en los deportes.
Jamás podría faltar su presencia en el poético folklore de los guanacastecos y estos, sobre la superficie lunar donde los aztecas creían divisar un conejo orejón, afirman que ven “la mulita de mi padre Santiago”, con todo y el santo apóstol cabalgando.
Por supuesto que también se han hecho presentes en nuestra filosofía cimarrona, y los ticos decimos: “El matrimonio es un viaje muy largo para hacerlo en mula”, o bien: ”Mujer chismosa y mula barcina... ni en la cocina”.
Curioso que al insecto llamado mantis religiosa por el mundo hispano, nosotros no le creímos su posición de rezador, y lo bautizamos “mula del diablo”. Quizá nos recuerda a esas beatas capaces de estar rece y rece mientras devoran honras con su zacholengua.
Yo amo las mulas. De güila me encantaba jugar “Mulita Mayor” y conviví con ellas en mi infancia, pues su presencia era masiva e indispensable en los bananales limonenses. Dice mi mujer que esa convivencia explica muchas cosas, pero cuando le pido que aclare lo que quiere decir me responde que mejor no, que “ahí es donde la mula botó a Jenaro”.

Abel Pacheco

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