Canje devuelve a Hizbulá a la escena regional
| Jueves 17 julio, 2008
Canje devuelve a Hizbulá a la escena regional
Analistas estiman que Israel pagó alto precio por traer a sus soldados muertos a casa
El Cairo
EFE
El 12 de julio de 2006, Eldad Regev y Ehud Goldwasser patrullaban la difusa frontera que separa el Líbano, Siria e Israel cuando cayeron en un emboscada tendida por milicianos de la Resistencia Islámica, brazo armado del Partido chiíta libanés Hizbulá.
Su misión de aquella calurosa tarde de estío era vigilar una controvertida carretera que serpenteaba entre dos bases militares israelíes, pero que en uno de sus intrincados tramos se internaba en supuesto territorio libanés.
Fue en una de esas curvas donde, según el Partido de Dios, los milicianos chiíes sorprendieron a los soldados israelíes y entablaron un combate contra “la patrulla invasora”, cuyas onerosas consecuencias marcaron AYER un nuevo rumbo en las complejas relaciones entre Hizbulá, Israel y el Líbano.
Aquel incidente, similar a otro ocurrido en octubre de 2002 en la misma zona que solo desató una operación de castigo, sirvió en esa ocasión para que el siempre acorralado primer ministro israelí, Ehud Olmert, arrastrara a su país a una estéril guerra por la que después fue públicamente reprobado por la comisión Winograd.
Acosado por su oscuro pasado y los problemas políticos internos, el ex alcalde de Jerusalén incendió la frontera libanesa y desestabilizó la región en busca de una victoria bélica que aplacara sus complejos por no ser militar y espoleara sus raquíticos índices de popularidad.
Tras 33 días de cruentos combates, la batalla concluyó sin haber siquiera alcanzado el objetivo que supuestamente la desencadenó -el rescate de los dos soldados capturados- y con consecuencias nefastas para Israel, que perdió capacidad de intimidación regional.
Pese a las bajas sufridas, Hizbulá pudo cantar victoria: frenó la acometida judía y sumó una nueva excusa para neutralizar por un tiempo la presión que recibía, desde el interior y el exterior, para que depusiera sus armas, verdadero nudo gordiano del rompecabezas político que aprisiona el Líbano.
El Ejército israelí, por su parte, perdió ese áurea de fuerza “casi” invencible en Oriente Medio.
Exactamente 734 días después, los cadáveres de Regev y Goldwasser retornaron ayer a casa envueltos en un denso silencio impregnado de rabia contenida, a un precio que para muchos en Israel ha sido demasiado caro.
Ha vigorizado la creciente fortaleza política a su enconado rival y le ofrece nuevas herramientas para legitimar su controvertido arsenal bélico.
El Gobierno de Olmert ha entregado a cambio los restos mortales de 193 milicianos, y sobre todo ha puesto en libertad Samir Kuntar (46 años), icono de la resistencia chií y decano de los presos libaneses en cárceles sionistas, al que en Israel se considera un sanguinario terrorista.
Kuntar, un druso enrolado en la rama libanesa del Frente para la Liberación de Palestina, fue condenado en 1980 a 542 años de prisión por el asesinato y secuestro, un años antes, en el norte de Israel, de un policía, un civil y una niña de tres años.
El nombre de Kuntar ha encabezado todas las listas desde que en 2003, Israel y Hizbulá iniciaran la conversaciones, bajo auspicio de Alemania, para el intercambio de prisioneros.
Sin embargo, los predecesores de Olmert siempre se negaron a su libertad si antes, Hizbulah no se comprometía a entregar información fiable sobre el destino del aviador judío Ron Arad, desaparecido en 1986 cuando su avión fue abatido en el espacio aéreo libanés.
Todo parece apuntar a que el primer ministro israelí ha cedido y que los familiares del piloto aún deberán guardar su cama vacía.
“Hemos sido testigos de una nueva derrota de Israel y de otra victoria de Hizbulá. Israel ha perdido porque se ha visto obligado a aceptar lo que antes se negaba ni siquiera a negociar”, explica a EFE Diaa Rashuan, experto en islamismo del Centro Al Ahram de Estudios Estratégicos, con sede en El Cairo.
Nadie parece dudar que el intercambio instigado por Olmert -en un intento más de supervivencia política frente al desprestigio y el acoso que sufre en su país y en el seno de su partido- ha supuesto una nueva victoria para Hizbulá y tonificado aún más su posición en el panorama nacional y regional.
“El Partido de Dios se ha apuntado un nuevo tanto porque ha vuelto a demostrar que quien tiene el poder de negociar, al final consigue sus objetivos. El resto de los árabes deben entender esto”, agrega Rashuan.
“Con el canje, Hizbulá se convierte en un partido que puede ayudar a consolidar la unidad nacional. Prueba de ello, es la presencia de todas las autoridades libanesas en el aeropuerto”, dice Walid Ardid, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Beirut.
Analistas estiman que Israel pagó alto precio por traer a sus soldados muertos a casa
El Cairo
EFE
El 12 de julio de 2006, Eldad Regev y Ehud Goldwasser patrullaban la difusa frontera que separa el Líbano, Siria e Israel cuando cayeron en un emboscada tendida por milicianos de la Resistencia Islámica, brazo armado del Partido chiíta libanés Hizbulá.
Su misión de aquella calurosa tarde de estío era vigilar una controvertida carretera que serpenteaba entre dos bases militares israelíes, pero que en uno de sus intrincados tramos se internaba en supuesto territorio libanés.
Fue en una de esas curvas donde, según el Partido de Dios, los milicianos chiíes sorprendieron a los soldados israelíes y entablaron un combate contra “la patrulla invasora”, cuyas onerosas consecuencias marcaron AYER un nuevo rumbo en las complejas relaciones entre Hizbulá, Israel y el Líbano.
Aquel incidente, similar a otro ocurrido en octubre de 2002 en la misma zona que solo desató una operación de castigo, sirvió en esa ocasión para que el siempre acorralado primer ministro israelí, Ehud Olmert, arrastrara a su país a una estéril guerra por la que después fue públicamente reprobado por la comisión Winograd.
Acosado por su oscuro pasado y los problemas políticos internos, el ex alcalde de Jerusalén incendió la frontera libanesa y desestabilizó la región en busca de una victoria bélica que aplacara sus complejos por no ser militar y espoleara sus raquíticos índices de popularidad.
Tras 33 días de cruentos combates, la batalla concluyó sin haber siquiera alcanzado el objetivo que supuestamente la desencadenó -el rescate de los dos soldados capturados- y con consecuencias nefastas para Israel, que perdió capacidad de intimidación regional.
Pese a las bajas sufridas, Hizbulá pudo cantar victoria: frenó la acometida judía y sumó una nueva excusa para neutralizar por un tiempo la presión que recibía, desde el interior y el exterior, para que depusiera sus armas, verdadero nudo gordiano del rompecabezas político que aprisiona el Líbano.
El Ejército israelí, por su parte, perdió ese áurea de fuerza “casi” invencible en Oriente Medio.
Exactamente 734 días después, los cadáveres de Regev y Goldwasser retornaron ayer a casa envueltos en un denso silencio impregnado de rabia contenida, a un precio que para muchos en Israel ha sido demasiado caro.
Ha vigorizado la creciente fortaleza política a su enconado rival y le ofrece nuevas herramientas para legitimar su controvertido arsenal bélico.
El Gobierno de Olmert ha entregado a cambio los restos mortales de 193 milicianos, y sobre todo ha puesto en libertad Samir Kuntar (46 años), icono de la resistencia chií y decano de los presos libaneses en cárceles sionistas, al que en Israel se considera un sanguinario terrorista.
Kuntar, un druso enrolado en la rama libanesa del Frente para la Liberación de Palestina, fue condenado en 1980 a 542 años de prisión por el asesinato y secuestro, un años antes, en el norte de Israel, de un policía, un civil y una niña de tres años.
El nombre de Kuntar ha encabezado todas las listas desde que en 2003, Israel y Hizbulá iniciaran la conversaciones, bajo auspicio de Alemania, para el intercambio de prisioneros.
Sin embargo, los predecesores de Olmert siempre se negaron a su libertad si antes, Hizbulah no se comprometía a entregar información fiable sobre el destino del aviador judío Ron Arad, desaparecido en 1986 cuando su avión fue abatido en el espacio aéreo libanés.
Todo parece apuntar a que el primer ministro israelí ha cedido y que los familiares del piloto aún deberán guardar su cama vacía.
“Hemos sido testigos de una nueva derrota de Israel y de otra victoria de Hizbulá. Israel ha perdido porque se ha visto obligado a aceptar lo que antes se negaba ni siquiera a negociar”, explica a EFE Diaa Rashuan, experto en islamismo del Centro Al Ahram de Estudios Estratégicos, con sede en El Cairo.
Nadie parece dudar que el intercambio instigado por Olmert -en un intento más de supervivencia política frente al desprestigio y el acoso que sufre en su país y en el seno de su partido- ha supuesto una nueva victoria para Hizbulá y tonificado aún más su posición en el panorama nacional y regional.
“El Partido de Dios se ha apuntado un nuevo tanto porque ha vuelto a demostrar que quien tiene el poder de negociar, al final consigue sus objetivos. El resto de los árabes deben entender esto”, agrega Rashuan.
“Con el canje, Hizbulá se convierte en un partido que puede ayudar a consolidar la unidad nacional. Prueba de ello, es la presencia de todas las autoridades libanesas en el aeropuerto”, dice Walid Ardid, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Beirut.