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Big Data: concesiones en el acceso a nuestra información personal y sus consecuencias

Ignacio Guzmán ignacio@gydasesores.com | Viernes 10 mayo, 2019


Prendemos nuestro celular y buscamos información sobre algún destino turístico al que quisiéramos ir en las próximas vacaciones. Aún nada es seguro, solamente una búsqueda ligera.

Sin embargo, durante los días siguientes, recibiremos información sobre promociones, disponibilidad de vuelos, alojamiento o renta de vehículos sobre dicho destino, las cuales nos perseguirán por internet; tanto en nuestras redes sociales, correo electrónico y algunas otras plataformas. Así, por el simple hecho de demostrar digitalmente algún interés en un producto o servicio determinado, internet se encargará “mágicamente” mediante el data mining de darnos alternativas a la medida de nuestras necesidades o intenciones.

Muchos lo habrán notado también al buscar opciones de compra o alquiler de vivienda, cambio de vehículo, oferta académica, cirugías médicas, entre muchas otras posibilidades.

Estos son algunos de los casos más sencillos y palpables actualmente.

No olvidemos dos puntos fundamentales: primeramente, para acceder a determinadas aplicaciones, juegos en línea, redes sociales o páginas, nos obligan a aceptar un aburrido e interminable listado de “términos y condiciones” que rara vez leemos o siguiera ojeamos. O bien, permitimos casi como un acto reflejo que - como condición ineludible para el uso de las mismas - se tenga acceso a nuestros contactos, galerías fotográficas, ubicación, micrófono o la cámara de nuestro dispositivo móvil. En segundo lugar, muchas de las redes sociales, motores de búsqueda o plataformas de correo electrónico están vinculadas entre sí, es decir comparten la información, e incluso forman parte de los mismos conglomerados corporativos.

Alguna vez nos hemos preguntado, ¿a dónde va toda esta información infinita que colectiva y masivamente cedemos – prácticamente de forma gratuita - a los principales generadores de ventas, opinión o gobiernos?

Una decisión de consumo o una elección presidencial: ¿Cuánto vale un like?

El acceso y uso de determinadas redes sociales o aplicaciones de mensajería es “gratuito”, es decir, no precisa de un pago o compensación económica. Sin embargo, como condición de suscripción proporcionamos y actualizamos de manera frecuente información y datos personales, y – gracias a las posibilidades tecnológicas - adicionamos acceso nuestro desplazamiento físico, carpetas fotográficas, red de contactos, historial digital, entre otros.

Es decir, generamos una enorme masa de datos e información valiosa, de relativamente fácil acceso, obtenido legalmente y que estará a disposición de uno o varios receptores para – posteriormente – monetizar las redes sociales. No se monetizan necesariamente mediante el pago de una membresía o cuota voluntaria para el mantenimiento de la plataforma, sino a través de la posibilidad de generar perfiles de consumidores (o de electores), los cuales estarán a disposición de aquellos interesados en comunicar algún bien, servicio o mensaje político, por citar algunos casos conocidos.

Consecuentemente, mediante las cosas que compartimos en los motores de búsqueda, redes sociales o algunas aplicaciones de mensajería, entre ellas publicaciones, likes, sitios que visitamos, ocupaciones, compras, movimientos financieros, hábitos, o bien afiliaciones partidarias, religiosas, deportivas o sociales, es sumamente sencillo para las empresas dedicadas al análisis de datos o las nuevas firmas de mercadeo digital, acceder a nuestros datos e información, crear un perfil de cada uno de nosotros y facilitar la filtración sutil de mensajes sobre bienes y servicios en los que podríamos estar interesados, las tendencias políticas que coinciden con nuestro pensamiento o las afiliaciones religiosas que se enmarcan dentro de nuestros valores o principios.

Detrás de cualquier dilema ético o filosófico, se encierra una realidad perversa. Incluso en países poderosos, con regulación robusta en cuanto al acceso y uso de información personal (¿confidencial?) por parte de terceros, se ha determinado que la puerta a nuestros datos y la disposición de los mismos por parte de algunas de las redes sociales más conocidas del mundo, ha influido seriamente incluso en los resultados de sus elecciones presidenciales.

Muchos pensaríamos que no somos el objetivo principal de los analistas que buscan acceder a la información o datos de las personas alrededor del mundo. Sin embargo, nos equivocamos gravemente en esta impresión pues, por ejemplo, un voto en una elección presidencial vale igual para cualquier persona al margen de sus condiciones sociales o económicas.

Visto desde la otra orilla, se ha concluido recientemente que el carisma, liderazgo, Big Data, y las habilidades analíticas para explotarlos son las nuevas cualidades que conforman el perfil del candidato ganador, según lo que surge de las últimas experiencias electorales que enfrentan los ciudadanos de todo el mundo.

Ha quedado evidenciado que, gracias al uso agudo de la información obtenida del Big Data, los equipos de campaña pudieron evaluar, en base a las preferencias y los hábitos expresados en línea a cada uno de los votantes. La aplicación de técnicas de minería de datos hizo posible tomar conciencia de la propensión al voto de los individuos, hacia la cual se dirigió una meticulosa campaña de micro targeting.

Hay tarea por hacer

Quienes contamos con alguna o varias redes sociales sí pagamos una suerte de compensación. Aunque no la sentimos directamente en nuestro estado de cuenta de la tarjeta de crédito mes a mes, la compensación es – en cierta medida - la cesión libre y constante de información y datos personales. Y me gustaría ir más allá: autorizamos a los grandes vendedores del mundo que nos acompañen en nuestros hábitos, intereses, pecados, compras, movimientos, secretos, anhelos y, con base en esto, saber qué ofrecernos y de qué manera hacerlo. Muy poco falta para que estas entidades puedan incluso monitorear nuestros pensamientos y pulsaciones cardíacas. Recordemos que los gadgets, brazaletes, relojes deportivos, lectores electrónicos de libros y celulares, están cada vez más conectados entre sí y pueden – con mayor precisión – monitorear, compartir e interpretar el rendimiento de algunos de nuestros órganos vitales y enviar la información a diferentes bases de datos.

Aquí es donde surgen grandes interrogantes y disyuntivas, por ejemplo: ¿Es posible que la base de datos sea accesible para nuestra propia empresa aseguradora? Es bastante probable que sí. Ahora bien, ¿quisiéramos que nuestra aseguradora tuviera acceso a todo nuestro record médico, enfermedades, hábitos alimenticios, condiciones genéticas, dolencias, entre tantas otras variables, previo a otorgarnos – o no – alguno de sus productos? Me atrevo a pensar que no.

El reconocido historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari sostiene que estas perspectivas podrían ser alarmantes. Por lo que, si no nos gusta la idea de vivir en una dictadura digital o en una forma similar de sociedad degradada, la contribución más importante que se puede hacer es encontrar maneras de evitar que demasiados datos se concentren en pocas manos. Y también, debemos encontrar formas de mantener el procesamiento de datos distribuidos más eficiente que el procesamiento de datos centralizado. Estas no serán tareas fáciles. Pero lograrlo puede ser la mejor salvaguardia de la democracia política y digital.




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